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Desde la cuarentena (I)

Diario de un reportero

Escribo estas líneas en la mesa del comedor. Por una ventana puedo ver al vecino de enfrente, que habla por teléfono. Por la otra, una vecina toma el sol en su balcón y de vez en cuando mueve los dedos de los pies en la brisa. Hay poca gente en la calle. Vivo en una ciudad en cuarentena por el coronavirus.

El gobierno federal suizo informó el lunes que cerrarían las tiendas que no venden alimentos, los bares y los restaurantes (excepto los que tengan comida para llevar), los cines y los teatros, los estadios y las iglesias, las peluquerías, los salones de belleza y de masaje. Y a partir de las seis de la tarde todo cerró por tiempo indefinido.

El martes salí a comprar salsa, tortillas y chipotles a tres minutos de donde vivo. En la calle del pecado, las señoras que invitan al mal ya no están sus sillas. La calle les pertenece a quienes pasean sus perros y a quienes creen que no les va a pasar nada.

En el supermercado había poca gente y poca mercancía, porque desde la semana pasada se acabaron el papel higiénico y la comida enlatada, y el arroz y muchas otras cosas. No hay gel desinfectante para las manos desde hace dos o tres semanas.

Las tiendas que están abiertas tienen letreros advirtiendo que solamente puede haber cinco personas dentro, y que hay que guardar al menos un metro y medio de distancia entre cliente y cliente. El señor donde compré el pan tenía guantes de hule. Regresé de mi viaje de compras y me guardé.

No he vuelto a salir más allá de la zona en que vivo ni pienso hacerlo. Leo, escribo, oigo música, pienso, cocino, veo qué está pasando en otros países, y me desespero porque veo que ni el gobierno ni el pueblo de México toma en serio la amenaza.

Hay fotografías de personas en las playas mexicanas, en los restaurantes, en todas partes, como si no hubiera pasado lo que pasó ni estuviera pasando lo que está pasando en el resto del mundo, y las autoridades no se atreven a aislar a los mexicanos para evitar que los contagios se multipliquen.

Hay personajes con acceso a los medios que reproducen los consejos de expertos instantáneos en las redes sociales, o encuentran consuelo en recomendar gárgaras de agua caliente con vinagre y otros remedios igualmente inútiles, o comparten los delirios de quienes sostienen que todo esto es un complot de las potencias o del gran capital o de las farmacéuticas o de quien sea, pero no aceptan que el mundo sufre por las decisiones equivocadas y tardías de quienes toman las decisiones. Parece que su gusto es joder y sembrar confusión.

El lunes, la universidad de Ginebra (donde tengo un taller en la Unidad de Ciencias Geológicas) nos informó que se suspenden los cursos. A estas horas, cerca del medio día, pasa un grupo de niños de la escuela vecina rumbo al

comedor escolar del barrio. Hoy no están ni estuvieron ayer porque las escuelas primarias también cerraron. El vecino de enfrente volvió a salir al balcón con su teléfono.

El país cerró sus puertas y estableció controles fronterizos con Francia (porque Alemania ya organizó los suyos en la frontera con Suiza y otras naciones), y muchas personas que viven en territorio francés (en París o en las tranquilas zonas rurales de la Alta Saboya) y trabajan en Ginebra mejor se quedaron en sus casas para no arriesgarse a que les impidieran la entrada o la salida.

La Organización de las Naciones Unidas en Europa también cerró casi por completo, y mantiene el personal mínimo para seguir funcionando. El Centro Europeo de Investigaciones Nucleares (CERN) trabaja con un equipo igualmente mínimo desde esta semana.

Todos sabemos que Francia cerró, y que su gobierno asumió la responsabilidad financiera de esa medida para salvar las vidas de quién sabe cuántos miles o decenas o centenas de miles, pero el coronavirus rebasó la capacidad médica de Italia y ha forzado a médicos, pacientes y familiares a dar tratamiento solamente a quienes tienen mayores probabilidades de sobrevivir. Gran Bretaña anunció hoy que laas escuelas cerrarán a partir del viernes.

Por eso uno lee con inquietud que en México – y en Veracruz – pueblo y autoridades actúan como si no fuera a pasar nada. Por suerte, se cancelaron los festejos en varios municipios del estado, y se contemplan medidas que todavía están la mesa de planeación – la impresión que le queda a uno es que nadie sabe

qué hacer – porque "apenas estamos en la fase I" de la emergencia. Ojalá que no esperen hasta que sea demasiado tarde.

Mientras, el vecino sigue hablando en el balcón. De otro lado, la silla vacía de la vecina toma el sol que le quedaba a la tarde. Más allá, una señora salta la cuerda en su balcón. Ya hay doscientas mil personas infectadas por el coronavirus en todo el mundo, y han muerto casi nueve mil. Yo me quedo en mi casa. La virgen no está para tafetanes...

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