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Más allá de los aplausos. Enseñanzas que será necesario no olvidar el día después.

La historia nos demuestra que de las grandes tragedias siempre se derivan consecuencias imprevistas, algunas de las cuales pueden llegar a ser muy positivas. Un par de ejemplos.

Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) se produjo una masiva incorporación de las mujeres al sistema de fábrica para sustituir a los hombres que habían ido al frente, fenómeno que se acentuaría aún más después de la Segunda, la de 1939 a 1945. Al volver los supervivientes de la guerra, la resistencia de muchas mujeres a volver a las tareas domésticas, como hubieran querido los conservadores de todo tipo, fue tan fuerte que muchas de ellas ya no lo aceptaron. Aún más masivo fue lo que ocurrió en 1945; tanto que la participación de las mujeres en puestos de trabajo hasta entonces exclusivamente masculinos provocó un sinfín de cambios estructurales en la sociedad de los que hoy todavía nos beneficiamos.

También después de la Segunda Guerra Mundial, en Europa Occidental y en los Estados Unidos se van vivir los que se conocen como Los Treinta Gloriosos. Tres décadas que fueron las de la implantación del Estado del Bienestar. Era el tiempo de la Guerra Fría, caracterizada por el enfrentamiento entre Washington y Moscú, una época en la que el afianzamiento del capitalismo vino de la mano de una fuerte presencia del Estado en todos los ámbitos de la vida de la ciudadanía, particularmente en lo que tenía que ver con las cuestiones sociales.

No son pocos los responsables políticos, incluso militares, que afirman que estamos en guerra contra el Covid-19. Si aceptamos la metáfora, se deberá añadir de inmediato que es una guerra completamente distinta de las conocidas, también de las dos grandes guerras del siglo XX, incluyendo la española. No sólo no caen bombas sin descanso; es que no hay un enemigo al que odiar, identificado por una bandera y con un uniforme, que nos quiere invadir para someternos. El enemigo ahora es invisible y no tiene nacionalidad ni identificadores, pero la amenaza es tan real como efectiva.

Guerra o no, podemos utilizar la metáfora como idea para alentarnos a actuar disciplinadamente y con un objetivo irrenunciable, que es vencer al virus. Lo que sí es esa guerra tan atípica, claramente, es que es mundial. Esto sí que no tiene discusión. Está afectando, y todavía afectará más, tanto en los países centrales como en los países periféricos.

Hoy por hoy, con lo que hemos vivido, ya hay algunas ideas que podríamos ir anotando para cuando toque hacer la evaluación de daños de la pandemia. Son algunos de los aprendizajes que no habrá que olvidar:

1) El sistema capitalista -individualizador, insaciable y depredador-, en el que nos instalamos desde los años ochenta del siglo pasado, el tiempo de la

revolución conservadora de Thatcher, Reagan y otros imitadores menores, es inviable a medio plazo y colapsará, sí o sí.

Es tan cruel, tan extremadamente nocivo para los intereses de la mayoría de los seres humanos, que tenemos que modificarlo estructuralmente. Si no lo hacemos, no sólo acabará con la vida en el planeta, es que -mientras eso pasa- será absolutamente inservible para hacerle frente a otras pandemias como las que vendrán.

¿Quién, sino el Estado y los funcionarios públicos (médicos, enfermeras, policías, militares, administradores de los recursos esenciales para todos) son los que luchan, jugándose la vida, en la vanguardia de esta guerra extraña? ¿Qué habría pasado si el Estado hubiera sido tan reducido como día tras día reclaman los ultra-liberales?

¿Qué estaría pasando ahora si fuera el mercado el que decidiera cómo afrontar y con qué recursos la crisis epidémica? ¿Dónde está la sanidad privada, que es la que siempre quieren vendernos los que se llenan la boca con la libertad de mercado?

Una pregunta que quiere ser una sencilla nota de color en esta columna: ¿a qué hospital privado ha ido una conocida ex responsable autonómica de mucha mamandurria cuando se ha contagiado, ella y su marido? Respuesta: a ninguno; se ha ido a un hospital público, de la red que quiso desmantelar al completo.

2) Habrá que tener mucho más cuidado del que hemos tenido últimamente, en todos los países democráticos, en los procesos de selección de quienes deben gobernarnos. La gestión de la cosa pública no puede estar, como en casos notorios, en manos de indigentes intelectuales o de populistas egocéntricos y peligrosos [¿es necesario poner nombres?]. Ahora sabemos que hay al timón de algunos territorios gente que no valdrían ni como responsables de una pequeña comunidad de vecinos. Incluso algún jefe de Estado deberá ser evaluado de manera efectiva.

3) Será necesario que, al terminar "la guerra", no nos olvidemos de los que ahora aplaudimos con tantas ganas y agradecimiento a diario por su labor abnegada. En países como el nuestro aceptamos con el silencio y la complicidad de muchos como se recortaban las plantillas de profesionales, como se privatizaban con entusiasmo servicios básicos susceptibles de ser rentables al convertir la salud, la educación, la asistencia a los mayores, el transporte, la seguridad y otros sectores esenciales en una simple mercancía.

Esa rentabilidad –demasiado bien lo sabíamos muchos, pero ahora todo el mundo lo ha podido comprobar-, era en exclusiva para los bolsillos de los empresarios [y de algunos políticos colaboradores] que las habían propiciado.

4) Sin embargo, no será suficiente con que no nos olvidemos de los funcionarios, particularmente los de la salud. Con cuánta indiferencia de muchos aceptamos la precarización rabiosa del trabajo de tantos como son imprescindibles. Hablo de los agricultores, los ganaderos, los transportistas, el personal del comercio

de primera necesidad, los servicios de limpieza y desinfección, los hombres y las mujeres de los supermercados sin los cuales no aguantaríamos ni dos semanas.

Habrá que plantearse seriamente una reordenación del mercado laboral; tendrá que ser de otro tipo que no sea cainita, en el que impere el Trabajo Decente, según los parámetros establecidos por organismos como la Organización Internacional del Trabajo.

5) Será imprescindible abordar una reordenación de la realidad geopolítica internacional. En el caso de Europa, a pesar de sus carencias que no han sido menores, tendremos que preguntarnos que nos habría pasado sin el Banco Central Europeo y sin otros organismos de la Unión. Será necesario un gobierno europeo efectivo.

Lejos del fortalecimiento de los castillos nacionales, como piden algunos populistas de diferente signo, todos envueltos en sus pequeñas banderas particularistas, no nos quedará otra que potenciar los organismos supranacionales para facilitar la unidad de acción y la coordinación necesarias.

A las amenazas que tendremos que enfrentar el día después, desde el cambio climático a los dramas migratorios pasando por las pandemias que volverán, deberemos responder federados o confederados, pero juntos y coordinados, y con los órganos de dirección gubernamentales nutridos de gente de mucha y probada valía.

Sí, como en otras ocasiones, también con las enseñanzas y las experiencias que vamos a sacar de esta crisis mundial, una vez la superamos, podremos encontrar las razones y la fuerza suficientes para dar un golpe de timón potente que abra una nueva época en el planeta. Convendría ir pensando en esto.

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