Diario de un reportero
Hoy cumplo treinta y dos días en cuarentena. Sigo despertando muy temprano, y busco dolores nuevos en lugares que no conocía en mi cuerpo. Bebo café, leo la prensa mientras sale el sol, y oigo al conserje del edificio arrastrar los contenedores de basura hasta la calle.
Hace tiempo que no se oyen los ruidos familiares: trasnochados que se cuentan a gritos sus secretos en la banca del parquecito bajo mi ventana, los pájaros de la primavera, la música que escapa de algún carro que pasa todavía en plena fiesta, el vecino que por fin celebra un triunfo en el videojuego que lo tuvo despierto toda la noche.
Las noticias no son buenas. En el mundo había más de un millón y medio de personas infectadas, casi noventa mil muertos hasta el mediodía del jueves (cinco de la mañana, hora de México), y casi cuarenta mil pacientes delicados.
Donald Trump amenaza con dejar de pagar las cuotas de Estados Unidos a la Organización Mundial de la Salud. El Primer Ministro británico sigue en cuidados intensivos. Medio mundo está en cuarentena. Las redes sociales de México están llenas de nuevos expertos en estadística clínica y en medicina, y muchos mexicanos se van a llevar un susto grande.
Cerca y lejos, igual
Lo de Trump no es de extrañar, porque el hombre lleva semanas buscando alguien a quien echarle la culpa de su falta de oficio político. Le gustó la OMS, a quien culpa de ser pro-China y de otras cosas que se le vayan ocurriendo. El país más rico del mundo está en manos de un necio que cuenta una historia llena de sonido y de furia y no significa nada...
Lo del Primer Ministro británico es motivo de preocupación porque su enfermedad ha producido un vacío de poder que no se ha podido llenar, y porque gobiernos conservadores de no hace mucho dejaron al sistema nacional de salud con lo que tenía puesto. Encima de eso, los xenófobos hicideron que miles de enfermeras, asistentes, y hasta médicos europeos dejaran el país para no sufrir humillaciones ni incertidumbres. Y así.
Unos tres mil novecientos millones de personas – más de la mitad de la población mundial – están en cuarentena en sus casas, aunque muchos no tienen dónde encerrarse a esperar a que pase lo que está pasando. Un análisis del diario IndiaToday muestra que ciento dieciséis países han declarado cuarentena total en todo su territorio o en algunas áreas. Sesenta y cuatro países más mantienen un toque de queda o han aconsejado a sus habitantes observar una sana distancia.
Expertos súbitos
Tristemente, en México seguimos viendo noticias de muchedumbres en las playas y en los parques y en los sitios donde se distribuyen ayudas del gobierno,
sin que ninguna autoridad ponga orden y los mande a todos a sus casas, por el bien de los paseantes y de los demás.
No han faltado los expertos súbitos que invocan el derecho constitucional de tránsito por el territorio nacional, aunque sea claro que el interés de los muchos está por encima de muchas otras cosas. Varios alcaldes de Veracruz decidieron actuar por su cuenta antes de que sea demasiado tarde (porque ni en los municipios ni en niguna otra parte del estado hay suficiente espacio ni personal ni material médicos para atender a los enfermos), y cerraron los accesos a sus territorios y a sus parques y playas.
También abundan los expertos en estadística clínica, que hasta ayer querían saber con precisión – aunque no se sabe bien para qué – cuántos casos de Covid-19 había en el país y en el estado. Como nadie podía responderles, optaron por asegurar que las autoridades estaban mintiendo.
(Recordé la lejana tarde de los atentados en Londres, cuando cuatro locos hicieron estallar bombas en un tren del metro: mi trabajo en la BBC era enlazarme con las estaciones de radio que pidieran información y decirles lo que estaba pasando.
Algunos conductores de noticieros – no periodistas, porque esos saben cómo son las cosas – insistían en que las autoridades británicas estaban ocultando información porque no decían cuántas personas habían muerto en ese atentado. Por algo no quieren decir, señalaban al aire.
Me colmó la paciencia un locutor argentino que acusó a la BBC de complicidad en el "encubrimiento". Le expliqué de la manera más decente que pude que cuando una bomba estalla en un vagón de tren lleno de gente, al contrario de lo que se ve en las películas, es muy difícil ponerse a contar manos y pies, cabezas y torsos y órganos, para saber cuántos murieron, en vez de dar atención a los heridos. No entendió. No quería entender.)
Otra vaina
Ya explicaron cómo se cuentan los casos en una pandemia, cuyos números cambian cada hora, pero esa explicación no cuadra con la agenda de los expertos repentinos: lo más probable es que nos hubieran estado engañando. Pronto habrá alguien que explique lo que hicieron y dejaron de hacer, a favor o en contra.
A eso se refería ayer el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus: "Tendríamos que poder trabajar más allá de las líneas partidistas y (...) de las diferencias que podamos tener, más allá de las ideologías. Lo más importante es la unidad nacional, trabajar más allá de las políticas partidistas", dijo el funcionario.
"Yo fui político, y sé que eso puede ser muy difícil", dijo Tedros. "Pero es lo que hay que hacer, porque a fin de cuentas hay gente en todos los partidos políticos: el foco de los partidos debe ser salvar a la gente. Por favor, no hagan de esto un asunto político".
No le harán caso. Tampoco hacen caso quienes promueven, por ignorancia, por inocencia o por malicia, pero sin rubor, remedios (caseros y de otros) que no
han curado a nadie ni se han probado según los protocolos clínicos que se aplican en todo el mundo. Otros venden bendiciones inútiles o invitan a ir a templos donde nadie puede enfermarse porque es la voluntad del Señor. Van a causar más mal que bien.
En India, el primer ministro Narendra Modi convocó a todos (menos a los doscientos millones que no tienen electricidad) a apagar las luces de sus casas a las nueve de la noche del quinto día de abril para mostrar al universo el espíritu del país ante el coronavirus. No pasó nada.
Esta es otra vaina.