Divagaciones de la Manzana
Imagino que cuando termine la cuarentena que ha echado cerrojos sobre nuestros hogares, bajo el cansino lema de “Quédate en casa”, tanto el presidente como la sociedad tendrán que haber cambiado para que México sea lo que hemos soñado por siglos.
Ahora, por lo pronto pienso, no sé si presa de una ensoñación por estos días de enclaustramiento, en un presidente que ya no tendrá cabida en el airado ánimo de la confrontación y la polarización; que ha de revalorar el principio de la unidad nacional y que en la reconciliación con los empresarios hallará fórmulas para el desarrollo económico sostenido del país; que dejará los adjetivos discriminatorios, racistas, clasistas y excluyentes, a cambio de un discurso republicano y cuya palabra esencial privilegie a la ciudadanía. Que no seguirá con obsesiones necias proyectos inútiles y cercanos al despilfarro y al desperdicio de los siempre limitados recursos públicos; que no avasallará con votaciones mecanicista aplicando su mayoría en el legislativo y que desechará el señuelo de la democracia a mano alzada; que entenderá la honda e infinita dimensión de la libertad de expresión sin caer en tentaciones de insultos y desprecios cuando se le critica; que diluirá sus mitos, fantasías y pensamiento mágico, o cualquier demencia larvaria, creyéndose un héroe de la patria, que en ningún caso puede fabricarse ni fundarse en el voluntarismo político; Que...
Y así, cambios en su estilo personal de gobernar, como diría el sabio de Cosío Villegas, que tanto urge.
Pero sigo con mis ensoñaciones y me arriesgo: voy ahora con la otra parte, la más esencial, que es la sociedad misma.
Una sociedad que ya no puede ni podrá mantenerse con sus dosis de indolencia y desorganización, que exija y no permita abusos de la autoridad; qué sea más participativa y productiva; que sea siempre solidaria y responsable; qué eleve su
educación, cultura y sentido crítico; que sea sabia y capaz de elegir en el 2021 a sus mejores hombres y mujeres para gobernar, a fin de transitar por la vía democrática y pacífica, con equidad y libertades, hacia una prosperidad sostenida, de tal manera que no permita jamás la pierda de un sexenio en aras personalistas del poder por el poder mismo.
Y de nueva cuenta me siento entre nubes, trato de ser realista con la idea de que no fracasemos en idealismos románticos e imposibles
Y también me digo a mí misma que tenemos que elevar nuestras aspiraciones, conseguir un pacto nacional y ser diferentes en bien de la Nación, por lo que sólo fijándonos trascendentes propósitos podremos acercarnos a una grandeza mayor y factible como no la hemos podido lograr todavía en nuestra historia pasada y en lo que va de este siglo.
Queda claro, eso así, que como hasta ahora vamos caminando no se cumplirán esos cambios históricos que tanto requerimos. Es preciso entonces que el presidente y la sociedad cambien, cambiemos, pues de lo contrario será otro sexenio perdido y desastroso que penosa y obligadamente nos remitirá, como en la maldición de Sísifo, a la desesperanza de los intentos fallidos.