Diario de un reportero
Entre tanto, buenas noticias, al menos para Suiza. El lunes no se registró ni una muerte ni hubo hospitalizados por el Covid-19 en todo el país. Las tiendas están abiertas, los niños regresaron a las aulas y van a los comedores escolares cada mediodía en medio de una algarabía que ya se había olvidado. Pasó la primera ola de la pandemia.
En el buzón me encontré una carta de los Servicios Industriales de Ginebra (SIG, que se encarga de administrar las redes de energía eléctrica, agua potable y gas): debido a la pandemia bajarán las tarifas de electricidad veinte por ciento de mayo a agosto de este año.
Alemania y Francia anunciaron su intención de crear un fondo de quinientos mil millones de euros (doce billones ochocientos noventa y cinco mil ciento setenta y cinco millones de pesos, centavos más o menos) para ayudar a los países europeos afectados por el coronavirus.
Italia, España, Grecia, Portugal, Austria, Holanda, Bélgica, han relajado los términos de la cuarentena, y en algunos casos se preparan para recibir turistas durante el verano. Gran Bretaña, que también levantó algunas restricciones a la vida pública, sigue improvisando en busca de un plan que le permita hacer menos grave la pandemia.
Ahí va la vida, buscando su cauce, nuevo o viejo. Mucha gente cree que el confinamiento se levantó porque ya no hay peligro, pero no es así. El virus sigue suelto y no tiene remedio, y el peligro es que encuentre a quienes llenaron las playas y los parques y haya una segunda ola de contagios y haya más muertos.
En México iban poco más de seis mil muertos a las nueve de la mañana del jueves, y lo triste es que esa es historia de nunca acabar porque poco ha cambiado. La gente sigue saliendo a la calle como si nada y el mal se disemina entre los despreocupados y entre quienes creen todo lo que les cuentan los profetas de las redes sociales.
Uno lee historias tristes, todavía más tristes porque son producto de la desinformación que es tan fácil encontrar en la internet y en otras partes, útil para atacar al gobierno, pero dañina para muchos mexicanos. Lo que pocos recuerdan es que el mal no tiene cura, y la única esperanza es que el organismo de los pacientes resista con ayuda clínica. No hay más.
Así que después de setenta y cinco días de cuarentena, decidí dedicar mis comentarios a otros asuntos, y eso haré a partir de la semana próxima. Mi vecina volvió a tocar el piano.
La historia no desaparece si callan a quienes la cuentan
Porque uno lee otras cosas. Por ejemplo, los ataques de manos ni tan misteriosas contra medios como Libertad bajo Palabra, un portal xalapeño que ha denunciado presuntos hechos de corrupción en la secretaría de Educación de Veracruz ante la indiferencia de las autoridades.
Y está el caso de Carmen Aristegui, recientemente agredida de tantas maneras que cualquier autoridad de cualquier otro país habría considerado dignas de investigación. Así hay otros periodistas que no han perdido el impulso de seguir contando la historia de lo inmediato en nuestro país. La historia no desaparece si se calla a quienes la cuentan.
Al poder se le revisa, no se le aplaude, como dijo Brozo en una declaración precisa. Nunca, ni antes ni ahora.