La Manzana Flechada
Grandes mujeres nos han precedido y sus ejemplares vidas sustentan los derechos de que ahora gozamos. Una de ellas, fue Leona Vicario, patriota, heroica, valiente, quizá también la primera periodista de nuestro país.
En una carta injuriosa, esta precursora de nuestra independencia, fue acusada por Lucas Alamán —jefe de la reacción conservadora— de que en realidad a ella no le movían a combatir los valores que sustentaban la causa independentista, sino simplemente seguir a Andrés Quintana Roo. Acusación falsa, pero que si fuera cierta no le restaría —al contrario, le añadiría— grandeza.
Leona Vicario contestó con talento y buenas razones, como si se tratara en nuestros días de un gran artículo o editorial periodístico, para fijar su posición y analizar lúcidamente el tema. Respondió con palabras y verdades como éstas:
"Mi objeto en querer desmentir la impostura de que mi patriotismo tuvo por origen el amor, no es otro que el justo deseo que mi memoria no pase á mis nietos con la fea nota de haber sido yo una atronada que abandoné mi casa por seguir a un amante. Confiese V., Sr. Alamán, que no sólo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres; que ellas son capaces de todos los entusiasmos, y que los deseos de la gloria y de la libertad de la patria, no les son unos sentimientos extraños; antes bien suele obrar en ellas con más vigor, como que siempre los sacrificios de las mujeres, sea el que fuere el objeto ó causa por quien los hacen…"
Como Alamán no entendía lo que era la patria —o lo sabía de otra manera—, ni el amor al pueblo, ni la libertad, no podía comprender bien la causa que la motivaba, por lo que estaba invalidado para opinar acerca de la conducta de tan excepcional mujer, una luchadora romántica que nació en las entrañas de México, ahí donde se gestan los cambios radicales.
Fue hija adoptiva, al igual que otra gran mexicana, Margarita Maza, y como si fuera un personaje de Mariano Azuela huyó de la ciudad disfrazada de
hombre, vestida con harapos, para luchar sin que la reconocieran. Montó a caballo y se encaminó al campo rebelde para unirse a los suyos, donde por supuesto, la esperaba Andrés Quintana Roo.
Si hubiera actuado sólo por amor —como alguno supuso— también debiera considerarse legítimo, ya que es un acto de heroísmo arriesgar la vida para estar con quien se ama; compartir el combate y, si el destino lo precisa, la muerte. Pero ella fue más allá: amó a México, se entregó a las mejores causas y sentó un gran precedente de aquello que son capaces las mujeres, exactamente al igual que los hombres.
Sin duda la recordamos y le agradecemos que siglos después podamos celebrar hoy los derechos de las mujeres. Prerrogativa, aclaro, que no se concedieron graciosamente por los hombres, aun cuando hayan existido algunos que lo entendieron a tiempo, apoyaron y a quienes también reconocemos.