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¿Cuándo empezó el presente?

¿Cuándo empezó el presente?

Esta pregunta parece sencilla sin embargo su respuesta es extremadamente compleja.

Algunos ven el pasado de forma simple, creen que el ayer determinó nuestra actualidad, otros creen que hay que buscar en el pasado más remoto, por ejemplo, hay quién tiene la certeza de que la realidad mexicana empezó con la llegada de los españoles, sin embargo, tal vez deberíamos echar la mirada más atrás y buscar cuándo los pueblos nativos se organizaron y creyeron supersticiosamente que sus conquistadores eran sus salvadores y no sus destructores, o cuando la religión católica se volvió religión de Estado y abrió la puerta para grandes desgracias.

Esta premisa es muy compleja, tal vez nunca antes un cisma religioso causó tanto derramamiento de sangre; la violencia asociada a la iglesia católica, sean las cruzadas, la inquisición, las guerras europeas sancionadas por Roma buscando imponer el reino de dios sobre la tierra y la alimentación del odio.

A la iglesia católica hay que reclamarle la alimentación prejuiciosa contra los judíos, las mujeres y posteriormente contra masones y comunistas que envenenó las mentes de aquellos que creían que su odio se justificaba por un dogma religioso; aspecto que desafortunadamente recuperan los extremistas islámicos que creen que el martirizarse asesinando gente los llevará al cielo y a los brazos de míticas vírgenes y a ciertos Estados a financiar de por vida a sus vivos. Hay que ver con horror la dirección perversa que asumen los dogmas religiosos y su efecto destructor.

Luego entonces hoy debemos ver que tipo de futuro estamos construyendo.

¿A dónde vamos a parar si se recurre a la difusión del odio para lograr apoyos políticos, o la creencia de que la destrucción del otro ayuda a cimentar posiciones políticas? Como dice el dicho, siembra vientos y cosecharas tempestades; siembra odio y cosecharás destrucción y sufrimiento.

Aquellos que creen que la generalización del odio los ayudará conquistar el poder parecen no darse cuenta que ese mismo odio los depondrá y los hará víctimas de los sentimientos malsanos que impusieron como premisa política, algunos creen que eso es el karma, otros creen vernáculamente aquello de que el que obra mal se le pudre el tamal.

Nuestra época está caracterizada por la intolerancia, la desconfianza, el rencor y el resentimiento. Estamos agobiados por un rechazo al prójimo, al otro, aunque haya una fuerte tendencia al uso de lenguaje inclusivo, tal vez porque por desgracia ese es uno de los pocos espacios dónde la inclusión avanza, ¿será que a final de cuentas el simple uso de las palabras cambia muy poco aunque satisfaga a muchos?

Veo mítines en muchas partes del mundo que son enfrentados con fuerza y violencia por parte del Estado, en un siglo dónde supuestamente la libertad estaba garantizada, el poder político se empeña por amordazar a la gente que expresa su oposición al estado de las cosas. La intolerancia gubernamental se abalanza con cizaña contra los que se atreven a contradecir y junto a esos gobiernos se moviliza a gente armada que quiere imponer ideas por medio de la fuerza bruta, las imágenes desde Estados Unidos son verdaderamente aterradoras.

Pero no se piense en que los estadounidenses tienen el monopolio de la sinrazón y el sinsentido, vemos protestas por todas partes y todas son enfrentadas con mayores o menores grados de violencia en pro de la defensa de un orden que se subvierte solamente por los poderosos, a los de abajo les queda solamente la opción de aguantar.

La intolerancia cambia hasta los dichos, por ejemplo aquel de que el que escupe al cielo en la cara le cae, los poderosos escupen constantemente al cielo y se aseguran que le caiga a los otros, a los agraviados, a los hartos de imposiciones e injusticias y si la escupida no es suficiente entonces los muelen a palos, con cañones de agua, balas de goma, o cualquier otra forma de represión que les venga a la mente.

Mal empieza la semana a quien ahorcan en lunes, mal empieza el futuro el que avasalla el presente con intolerancia, abuso y odio.

Las guerras eliminan grandes mentes creadoras, arrasan con una buena parte de la inteligencia, de la creación artística, cada guerra nos hizo y hace retroceder décadas y hasta siglos, tal vez porque la creatividad se congratuló por la creación de instrumentos de asesinato como la guillotina, la silla eléctrica o las inyecciones para cegar vidas; los grandes avances en la industria militar se basan en la noción de asesinar eficientemente a muchos, destruir el ambiente y las economías.

En el futuro seguramente se encontrará antecedentes fuertes que expliquen porque nuestro tiempo se perdió en esa maraña de impunidades y privilegios, pero lo que no se podrá ocultar es que dejamos pasar tanta infamia hacia el futuro.

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