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Noviembre

En un reciente artículo publicado en la revista The Atlantic, Anne Applebaum hace un cuestionamiento relevante y oportuno, no porque el asunto sea necesariamente novedoso, que no lo es, sino por sus implicaciones, esas sí muy actuales, en la próxima elección presidencial en Estados Unidos.

Se pregunta: ¿Por qué los líderes republicanos abandonaron sus principios para apoyar a un presidente inmoral y peligroso?, refiriéndose, obviamente, a Donald Trump.

El caso tiene un significado muy preciso ahora que la presidencia de Trump está por finalizar su primer mandato y en noviembre irá a las urnas frente al demócrata Biden. Una elección de enorme relevancia y no sólo para Estados Unidos, que hoy es de pronóstico reservado.

Applebaum argumenta a partir del caso de dos prominentes políticos republicanos: Lindsey Graham y Mitt Romney, senadores ambos y en extremos opuestos en su relación con Trump. El primero lo apoya incondicionalmente, sin vergüenza alguna. El segundo, muy crítico y único senador republicano que votó por la destitución ( impeachment) promovida por los demócratas a fines de 2019.

La pregunta de la autora remite a un tema de especial relevancia política y complejidad sociológica, que es el colaboracionismo. Cita a Stanley Hoffmann, antiguo profesor de Harvard, quien expuso la dificultad para interpretar el asunto de la colaboración política. Hay que recordar que en la Segunda Guerra Mundial fue un tema crítico.

Podría decirse, me parece, que el fenómeno es tan antiguo como el mismo poder político. Sería en verdad magnífico saber cómo interpretarían Maquiavelo o Hobbes el asunto contemporáneo del colaboracionismo.

Pues Hoffmann afirma que quien aborde el fenómeno habría de escribir una amplia serie de historias de casos, pues hay tantas formas de colaboracionismo como los hay de proponentes y practicantes.

En todo caso, señala dos vertientes de colaboradores: quienes lo son de manera voluntaria e involuntaria. Los segundos, dice, no tienen de otra, sea por impotencia o miedo, por el reconocimiento reticente de la necesidad, emanada de la sumisión ante el poder. Pienso que debería añadirse que esa situación resulte incluso de la indiferencia ante lo que pasa, lo que expresa el abstencionismo.

Más complicada es la colaboración voluntaria, que de acuerdo con el mismo autor puede surgir primero de aquellos que colaboran con el enemigo en nombre del interés nacional en cualquiera de sus diversas manifestaciones, lo que ciertamente no excluye la persecución abierta o soterrada del interés personal.

Después están los verdaderos colaboracionistas ideológicamente motivados, gente que piensa que un hombre como Trump puede representar una renovación de los intereses nacionales internos y externos de su país en contra de las desviaciones hacia la izquierda política de los demócratas. También están los que sólo quieren agrandar su poder económico.

En general, los políticos ofrecen drenar el pantano para ser electos. Otra cosa es que lo consigan y en ocasiones, muchas, incluso lo agrandan y contaminan más.

Este aspecto tiene complicaciones graves, como ha podido verse en el caso de los enfrentamientos de corte racial, ligados con los proponentes de la supremacía blanca y pro fascista, o la represión policiaca sobre la población negra. El conflicto está ahora desbordado en esa sociedad.

Trump afirmó durante su campaña electoral en 2016 que podría pararse en la Quinta Avenida de Nueva York y disparar en contra de alguien y aun así no perder votos en la elección. Con los ajustes necesarios a ese dicho infame, durante su presidencia ha conseguido hacer y decir innumerables cosas sin que melle de modo significativo su popularidad o la intención de mantenerlo en la Casa Blanca. Sin que se debilite el colaboracionismo voluntario. Conviene mirar lo que hace el Lincoln Project o el grupo de Votantes Republicanos en contra de Trump (RVAT).

Los colaboradores directos y quienes lo apoyan son, al parecer, suficientes para superar a los adversarios. El reciente artículo, publicado también en The Atlantic,que exhibe los comentarios derogatorios de Trump sobre quienes optan por la carrera militar, son muy reveladores: ¿Cómo puede alguien optar por eso en lugar de buscar hacer dinero?, preguntó. Y se hizo público su rechazo a visitar un cementerio fuera de París, donde yacen militares estadunidenses caídos en la Primera Guerra Mundial, señalando que eran unos perdedores y lerdos. Nada qué agregar en este asunto ético y político, si es que esos términos aún tienen relación.

Los ciudadanos optamos por algún tipo de colaboracionismo cuando votamos a favor de una persona o partido y cuando apoyamos cómo gobiernan. Lo hacemos de manera voluntaria, aunque se reciba ilegalmente alguna compensación por hacerlo e incluso cuando nos abstenemos. No hay de otra.

Un aspecto relevante del argumento de Applebaum tiene que ver con el carácter de la permanente relación con el poder, con la manera en que se determina en un individuo o en una colectividad lo que se está dispuesto a admitir o rechazar como cierto o favorable, lo que se está dispuesto a creer o no, con lo que se admite convivir de modo cotidiano y lo que eso representa. Eso está en juego en noviembre en Estados Unidos y no seremos inmunes a lo que ahí suceda.

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