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¡Última hora! Electores estadounidenses se niegan a votar y no hay presidente

Con el permiso de José Saramago

Lunes 2 de noviembre de 2020

Una información llegó urgente a la Casa Blanca a las diez de la noche, procedente de la CIA: fuentes de Rusia adelantaron que habría un boicot de electores el 3 de noviembre y los estadounidenses no saldrían a votar.

El presidente Trump, recostado en su cama, hizo a un lado su Coca Cola y sólo gruñó:

-¡Es una trampa de Obama!

Y siguió chateando en su móvil.

Los funcionarios de inteligencia corrieron a buscar a Ivanka.

Martes 3 de noviembre. 3 de la tarde.

La página web del The New York Times comenzó a circular a las ocho de la mañana la enésima encuesta que le daba a Joe Biden el 90% de probabilidades de ganar las elecciones. Algo similar había ocurrido cuatro años atrás con Hillary Clinton, pero los responsables de ahora eran otros.

A las diez de la mañana el mundo era un caos: apenas unas decenas de votantes habían pasado por las urnas. En la Casa Blanca había desde las ocho una reunión de especialistas constitucionales en el ala oeste para ver opciones: no importaba que nadie votara por nadie, lo importante eran los votos de los 538 colegios electorales.

Al medio día el pánico se instaló: nadie encontraba a los responsables de los colegios electorales y por lo tanto no había votos colegiados. De los 538, sólo habían sido enviados los 4 votos de Hawái a favor de Trump. Y ningún otro. En las oficinas del capitolio, Nancy Pelosi estaba en modo de pánico.

-No, así no. Mejor que gane Trump.

Los comentaristas de las cadenas no sabían como y qué informar.

Martes 3 de noviembre. 10 de la noche.

Pues no, no hubo votos. Del alrededor de 250 millones de ciudadanos inscritos en el padrón, apenas habrían votado unos quinientos en todo el país.

Las ciudades estaban tranquilas. La policía y el ejército había sido sacados a las calles en espera de motines, pero… nada. Martes, día normal, la gente paseando, en cenas nocturnas, las autopistas repletas, las estaciones de radio con sus programas habituales.

Martes 10 de noviembre. 9 de la mañana.

Reunión en la Casa Blanca: Trump, Biden, Obama, Clinton, Bush Jr., Carter, abogados y el gabinete en pleno. La revisión constitucional no preveía una situación similar: extender el periodo de Trump, cuánto tiempo; volver a votar, cuándo; emergencia nacional, sobre qué bases; gobierno interino, no, porque beneficiaría a Trump vía su vicepresidente.

La bolsa de valores no se cayó, los precios de petróleo se mantuvieron, la economía estaba luchando por la recuperación después de la caída por la pandemia; las redes terroristas seguían operando en su lógica, sin mensajes que llamaran a ataques sorpresivos.

La Unión Europea estaba metida en sus propios problemas; apenas unas notas en interiores en El País, Le Monde, nada en las publicaciones alemanas, The Times seguía preocupado por el brexit.

Martes 19 de enero de 2021. 12 del día.

Trump daba vueltas como loco alrededor de su escritorio en la Oficina Oval. En el sótano de su casa, de donde nunca salió por la pandemia, por el miedo al contagio en la campaña, el día de las inusuales elecciones y las semanas posteriores, Biden seguía en la misma posición durante semanas: sentado, mirando al vacío. Los dos candidatos estaban recibiendo mensajes minuto a minuto de las fuerzas armadas y de los servicios de inteligencia, pero eran sobre el estado del mundo y no incluían ninguna referencia al vacío político en el país. No, no habría golpe de Estado. Ningún militar estaba tan loco como para no entender el mensaje del vacío electoral.

El calendario electoral no se había modificado porque el congreso no quiso reconocer la crisis ni llamar a nuevas elecciones; las razones de Pelosi fueron ciertas: ¿y si se convocaban a nuevas elecciones y tampoco nadie votaba? Los días posteriores a la crisis del 3 de noviembre hubo indagaciones de seguridad nacional –incluyendo, obvio, el espionaje- y nada se pudo captar: no había habido alguna conspiración, tampoco alguna mente estratégica, menos aún algún liderazgo. Simplemente la gente no fue a votar.

Miércoles 20 de enero. 11 de la mañana.

El día amaneció helado, con nieve. Los periódicos más importantes, de manera cuidadosa, no recordaron que era el día de la inauguration o toma de posesión, pero en realidad no había presidente electo y el presidente en funciones había dejado de serlo.

En la madrugada Trump había abandonado la Casa Blanca y se fue a jugar golf a Florida; nadie volvió a saber algo de Biden, Obama había tomado unas vacaciones en Hawái, Pelosi dijo que tenía gripe, los Mr. Justice de la Corte Suprema no salieron de sus casas por el frío y sus edades, en las calles las personas de siempre en su ir y venir cotidiano.

Jueves 21 de enero. 7.30 de la mañana.

La Casa Blanca luce abandonada. El gobierno quedó en manos de los directores generales. Los reportes de funcionamiento se centralizaron en el Congreso, aunque sin procesar sino sólo como un procedimiento burocrático de radicar en alguna parte los mensajes oficiales. Los militares mantuvieron sus posiciones en el terreno internacional. Las oficinas antiterroristas bajaron un escalón en el DefCom porque no había amenazas internacionales.

Primeros días de julio de 2024, cuatro años después. Los dirigentes de los partidos Demócrata y Republicano anunciaron el inicio del proceso electoral presidencial, las fechas de las primarias y el día de las convenciones, aunque la primera respuesta fue asumida con mohines de disgusto: nadie se inscribió para las candidaturas presidenciales.

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