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El municipio: ¿una institución diseñada para el fracaso?

La 4T ha retomado algunas de las críticas neoliberales al federalismo y esto ha generado una saludable polémica que puede llevar a una ruptura histórica con el viejo régimen. La transición democrática no ha generado calidad –por usar uno de los términos crematísticos del gerencialismo–, el sexenio pasado es una grave muestra de que las alternancias políticas no están blindadas contra la corrupción.

La administración de Enrique Peña Nieto y la camada política que le acompañó como gobernadores, alcaldes y demás funcionarios públicos, cometieron uno de los más grandes saqueos al país, sólo comparable con el gobierno de José López Portillo o la dictadura del Gral. Antonio López de Santa Anna.

El federalismo es la bisagra de la corrupción . El estudio que realizó el Instituto Mexicano para la Competitividad – y del que se toma, con una pequeña variante, la idea para encabezar la presente columna–señala que la corrupción es más un asunto de voluntad política que de control en la función pública.

Los municipios fueron liberalizados durante la administración de Miguel de la Madrid Hurtado y recibieron un singular apoyo con Carlos Salinas de Gortari; no obstante, al día de hoy, siguen siendo ejemplo de pobreza, corrupción, nepotismo y cacicazgos. El estudio del IMCO que se menciona, lleva a un severo planteamiento del federalismo así como de las facultades contenidas en los artículos 115 y 124 constitucionales. Los casos de gobernadores sátrapas y las municipaladas consecuentes, florecen por todos lados.

La defensa del federalismo –como ahora se encuentra– que hace la oposición a AMLO, señala también que existe una profunda incomprensión de los resultados electorales en 2018. Más que exigir la participación de una ciudadanía que defienda el gobierno local puro y transparente, lo que debe quedar claro es que la corrupción política es imposible de detener.

Defender al federalismo es defender la corrupción, nadie se salva. El hecho termina por darle la razón al presidente de la república y deja las cosas en la cancha de la voluntad política. La reelección, la revocación de mandato y la evaluación de políticas públicas; son mejores instrumentos para el control de la corrupción que cualquier otra cosa.

El municipio y la participación popular como lo defendía Carlos Salinas de Gortari, tampoco funciona. Pasan los años y suceden también las historias de alcaldes que perjudican a sus comunidades con un cinismo total. Nadie hace nada. Sólo quedan los informes de las auditorias y organismos estatales que pocos conocen y menos entienden. Los gobiernos estatales están en condiciones peores, completamente secuestrados por las oligarquías locales, los poderes fácticos y operan del modo más patrimonialista posible.

¿Qué hacer si los municipios y estados no funcionan? Ahí está la calidad de gobierno en los estudios de la Fundación Konrad Adenauer y Transparencia Internacional que se han hecho en los últimos veinte años, por mencionar a ciertas instituciones de prestigio y honorabilidad académica. No se han creado las tecnologías de la función pública para controlar el gobierno, la ciudadanía no tiene tiempo para participar y la clase política sólo quiere llegar a los cargos por la vía que sea para seguir robando.

Paradójicamente, como en el caso de muchas enfermedades, la solución se encuentra en dosificar una medida inocua del mismo mal. Es decir, cabe hacerse la

pregunta de si se podría limitar la corrupción creando más municipios y entidades locales. Estados y municipios tienen que plantearse el federalismo internamente más que exigirlo. Los municipios tienen que dividirse y los estados también. Francia y Estados Unidos son modelos de estudio para la administración pública descentralizada. Es inconcebible que gobernadores disputen el presupuesto federal cuando ellos sólo trabajan en, algo menos, que el 30% de los municipios que constituyen sus entidades. Hablamos de ciudades exitosas más que de estados trabajadores, allende las capitales y principales centros urbanos de cualquiera estado, los municipios están en la orfandad económica, política, social, jurídica, de seguridad e institucionalización. Los neoliberales pensaban que México es pobre porque está disperso, además de que no quiere desarrollarse, por ello buscaban desaparecer los municipios y privatizarlos bajo el modelo fracasado de gentrificación española, y que la gente se concentrara en las grandes urbes. México no es pobre porque está disperso, es pobre porque su clase política roba sin cesar y sin escrúpulos.

México requiere más municipios que hagan la tarea de gobernarse y autogestionar sus recursos. De qué ha servido el federalismo democrático si el país es más pobre e inequitativo que hace cuarenta años. Los estados y municipios terminaron por acentuar los feudos del sistema político mexicano. Luego entonces, hay que darse a la tarea de buscar modelos rigurosos de administración pública y tomar las medidas correspondientes. La descentralización en la educación superior pública ha servido para que los individuos consideren opciones alternativas a las universidades estatales, los resultados son interesantes y vale la pena considerarlos.

La otra opción, y allí cabe un riesgo singular para la incipiente democracia mexicana, es el exceso de la centralización autoritara. Ernesto Zedillo propugnaba una gobernabilidad basada en el modelo chino. Dicha situación es grave porque habla de reconstruir el estatocentrismo que México irracionalmente puso en práctica durante los setentas y ochentas del siglo pasado. Es verdad que el Estado Mexicano necesita fortalecerse, recuperar su capacidad de control y compromiso con la sociedad. Empero, la estatización mexicana es un sueño imposible frente al Imperio Yanqui tan sensible al fortalecimiento de otros países.

La reelección y la revocación de mandato son los únicos medios para equilibrar nuestro federalismo, diseñar nuevas entidades municipales y estatales, generalizar el periodo gubernamental a cuatro años y hacer conciencia social respecto a que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, pueden ser elementos de voluntad política que hagan más por nuestro federalismo democrático que cualquier otra cosa.

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