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Viva

Diario de un reportero

Miguel Molina

Hace veintitantos años, cuando vivía en Montevideo, un grupo de empresarios uruguayos me invitó a hablar sobre el alzamiento zapatista. Esa noche pensé en el país de entonces y les dije que no había un México sino varios y muy diferentes entre sí, y uno de ellos había perdido la paciencia. Este miércoles me acordé de aquella vez y descubrí que sigo pensando igual porque poco ha cambiado.

Hay un México bañado en sangre, herido por la violencia, marcado por el miedo y la impunidad, enfermo de corrupción en casi cualquier actividad civil o de gobierno, envilecido por la política, envenenado por las redes sociales y la desinformación, dividido por la desigualdad. Tristemente, eso es normal para muchos. Doscientos once años después del Grito la vida terminó convertida en esto.

Hay un México que lleva al menos un siglo y una revolución y todos sus gobiernos tratando de eliminar o al menos reducir la pobreza y no ha podido. Hay casi cincuenta y siete millones de mexicanos que viven – o sobreviven – al día, y a veces ni eso, y no hay una estrategia nacional que vaya más allá de los seis años que dura un presidente.

En dos siglos, no se ha podido concebir – ni mucho menos proponer – la idea de un país justo y generoso al que todos aspiren, a "la conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado" que interesó al politólogo alemán nacionalizado chileno Norbert Lechner a mediados de los ochenta. Así están las cosas según los hechos.

Hay industria, hay trabajo, hay actividad económica, como siempre ha habido: en el siglo XIV, Paquimé, en Chihuahua, vendía plumas y esqueletos de guacamayos rojos y verdes y campanas de cobre, collares y conchas marinas a las grandes ciudades de América Central. En nuestros días, se exportan vehículos y autopartes, petróleo, minerales, carne, computadoras a medio mundo.

Hay dinero. Si uno suma todo lo que hay y lo divide (no lo reparte) entre los que son, nos tocan poco más de ciento ochenta y dos mil pesos por persona, unos quince mil pesos al mes si todos ganaran lo mismo. Pero no es así. Aquí se aplica la teoría del medio pollo, que se ha contado muchas veces en este espacio. Usted y yo nos sentamos en un restaurante y pedimos un pollo, y cuando el pollo llega usted se come todo, y yo lo miro. En las cifras de la macroeconomía, que gobierna lo que hace el gobierno, nos tocó a medio pollo por cabeza. Lo mismo pasa con los ciento ochenta y dos mil pesos. Pero México es un país rico con un pueblo pobre, como era hace doscientos once años.

Me cuesta trabajo festejar esta vez, aunque tendremos cochinita pibil y tortillas azules y frijoles negros y cebolla morada, y salsa hecha con los chiles que crecieron en el balcón y dos naranjas mandarinas y lo que queda de una botella de tequila. Pero México no está para fiestas ni para optimismos, y uno menos. No es que sea pesimista, pero me duele lo que veo desde lejos y me imagino cómo les duele a quienes están cerca.

Y pensar que nos tardamos dos siglos en llegar a esto. Viva México, con sus antiguas rebeldías, con la edad de su dolor, y con su esperanza interminable, como dijo la poeta. Carajo. Viva.

Desde el balcón

Llueve. El tequila que celebra la independencia hace que uno oiga otra vez los versos de Carlos Castro Saavedra, colombiano universal que fue más allá y buscó la patria en sus palabras (el enlace lleva a una página de internet, y al final del artículo se oye la voz de Castro Saavedra leyendo su poema):

Cuando se pueda andar por las aldeas/ y los pueblos sin ángel de la guarda./Cuando sean más claros los caminos/ y brillen más las vidas que las armas./ Cuando en el trigo nazcan amapolas/ y nadie diga que la tierra sangra./ Cuando la espada que usa la justicia/ aunque desnuda se conserve casta./ Cuando reyes y siervos junto al fuego,/ fuego sean de amor y de esperanza./ Cuando de noche grupos de fusiles/no despierten al hijo con su habla./ Cuando al mirar la madre no se sienta/dolor en la mirada y en el alma.../ Cuando la paz recobre su paloma/ y acudan los vecinos a mirarla./ Cuando el amor sacuda las cadenas/y le nazcan dos alas en la espalda./ Sólo en aquella hora podrá el hombre decir/ que tiene patria.

Salud.


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