Diario de un reportero
Miguel Molina
El domingo habrá otra marcha en varias ciudades de México – y en algunas del extranjero – para demandar que no se hagan los cambios que propone el presidente Andrés Manuel López Obrador en el Instituto Nacional Electoral: reducir el presupuesto del organismo y cambiar su estructura, entre otros.
No es la primera vez. Muchos todavía recuerdan la manifestación de noviembre del año pasado en la que participaron diez o doce mil personas (según las cuentas de Martí Bartres, secretario de Gobierno de la Ciudad de México), o más de seiscientas cincuenta mil (según los cálculos de los organizadores, que aseguran que fue más de un millón si se suman quienes marcharon en otras ciudades mexicanas).
Lo que no hay es debate serio y amplio, y los riesgos político y social son grandes, como advierte la Fundación Carolina, que es parte del sistema de cooperación española:
Que el propio gobierno, desde el poder, descalifique a la actual autoridad electoral introduce un elemento de tensión en la política mexicana que se pensaba ya superado y que, llegado a este punto, no tiene fácil solución. Si pasa la reforma, una parte importante de la población, y en especial la oposición, dudará de la imparcialidad del árbitro electoral, y si no pasa la reforma será el propio gobierno el que desconfíe.
Según el presidente, la marcha del domingo será como la del año pasado, un asunto de conservadores, de quienes están convencidos "de que estaba bien el régimen de corrupción, de injusticias, de privilegios", de masoquistas que están en su derecho.
Ahí estarán "las élites, los intelectuales orgánicos, los medios, los machuchones de arriba que usan el periodismo como negocio, no para informar, para servir a la ciudad, sino para sacar provecho, chantajear, obtener contratos", declaró el presidente.
La manifestación del domingo "no es de ciudadanos, es del PRI, PAN, PRD y de algunos potentados corruptos" que van a protestar "porque no quieren que se apoye a los pobres", según el discurso presidencial, que niega la ciudadanía y otras cosas a los potentados corruptos y a los militantes de los partidos que no estén de acuerdo con la reforma electoral.
Vendrá el domingo y veremos. A ver qué dicen los que dicen y qué dicen los que oyeron. Aunque ahora es claro como fue claro entonces: somos ellos y nosotros.
Empresarias en sus ratos libres
En aquel tiempo vino el gobernador Cuitláhuac García Jiménez y anunció que Araly Rodríguez Vez era representante legal de una empresa y prestanombres de otra. Y dijo eso porque una investigación periodística y una denuncia del año pasado revelaron que el gobierno le pagó a la señora más de cien millones de pesos en contratos de adjudicación directa.
Rodríguez Vez era empleada – unos dicen que interina – de la secretaría de Educación de Veracruz, y en sus ratos libres es empresaria. Vivía en Poza Rica y tenía o tiene una plaza sindicalizada de la dependencia en Cosoleacaque, al otro extremo del estado.
Y aunque al parecer no está en el padrón de proveedores del gobierno estatal, en los últimos dos años le ha vendido de todo: productos químicos y farmacéuticos, medicinas para el tratamiento del VIH/SIDA, sillas de ruedas y – si se ofrece – tinta para impresoras.
Una semana después de la hora en que García Jiménez advirtió que Rodríguez Vez podría estar involucrada en un ejercicio de evasión fiscal, delito serio, García Jiménez anunció que siempre no. Aquí no había pasado nada, o no mucho: se le había informado a la señora que no puede ser empresaria y empleada del gobierno al que le vende productos o servicios. Fuera de eso, dijo el gobernador, la prestanombres de hace tres semanas "cumple con todos los requisitos de la ley".
Y ahí se va a quedar la cosa, hasta que más o menos se olvide. O hasta que alguien busque en los puestos ambulantes de una congregación de Emiliano Zapata y tal vez descubra a otra empresaria próspera que en sus ratos libres vende pollo. O hasta que se vea si la mano que se ha metido en el cajón de los negocios es morena, o azul, o tricolor, aunque pueda esconderse por ahora.
Desde el balcón
Uno mira la copa ya sin malta, y después contempla la tarde gris y la garúa. Este día de febrero se siente como si fuera de octubre, y en la mesita espera El infinito en un junco (Irene Vallejo, 2019), un libro sobre los libros que hay que leer de a poquitos para que no se termine tan pronto.
Uno mira otra vez la copa vacía, se levanta, sirve un trago, y se sienta a ver lo que hay más allá del balcón, en esta tarde de octubre en febrero, que no es mucho.
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