León Bendesky
El mercado laboral suele operar como un mecanismo de ajuste en las políticas antinflacionarias. Cuando el desempleo es bajo los salarios tienden a subir y de ahí se infiere que en un determinado momento lo hará también la tasa de crecimiento de los precios. Las medidas de alza de las tasas de interés que siguen vigentes hasta ahora y después de un periodo largo, pretenden enfriar la economía, ya que reducen el ritmo de contratación en las empresas: el crédito se encarece, el gasto cae y los salarios no crecen. En esas condiciones los trabajadores pierden la palanca para demandar salarios más altos; temen que sean despedidos o, incluso remplazados por otros trabajadores dispuestos a ganar menos. Esto es a lo que se refiere la antigua noción del ejército industrial de reserva a la que se refería Marx al observar los patrones del desenvolvimiento económico del siglo XIX. La inflación tiende a reducir el salario real, pues las remuneraciones alcanzan para comprar menos bienes y servicios. El uso de las tasas de interés como instrumento de control del crecimiento de los precios apunta a un menor nivel de actividad económica, lo que conlleva un aumento del desempleo. En Estados Unidos, cuya política monetaria tiene una repercusión extendida en los mercados, el objetivo de inflación fijado por la Reserva Federal es de 2 por ciento anual. Se debate acerca de este nivel y de las consecuencias que tendría elevarlo. En ciertos estudios se establece que una tasa de 3 por ciento o incluso hasta de 4 por ciento serían compatibles con las condiciones actuales del origen y la forma de transmisión de las presiones inflacionarias y sus consecuencias en el ritmo del crecimiento del producto y el empleo. Esto relajaría las condiciones del ajuste macroeconómico. La inflación en el periodo reciente ha incorporado una serie de elementos que se remiten al fin de lo que fue llamado como el periodo de la Gran Moderación, ocurrido entre mediados de la década de 1980 hasta antes de la crisis de 2008. Este se caracterizó por un descenso de la volatilidad macroeconómica en Estados Unidos y no se previó que pudiese romperse por una crisis financiera con la magnitud de la que ocurrió hace 15 años. Luego de la fase aguda de la crisis, la inflación se contuvo por la larga persistencia de bajas tasas de interés que acabó el año pasado y ha dado lugar a nuevas formas de inestabilidad. La situación se complicó además con los efectos adversos de la pandemia y, luego las restricciones de abastecimiento de productos e insumos que llevaron a la corrección monetaria en curso. La relación antes señalada entre el crecimiento de los precios y las condiciones de empleo en el mercado laboral, que enmarca buena parte de los criterios básicos de la gestión monetaria, se discutía en algunos medios en términos de que no había una evidencia concluyente de que la economía estuviera el borde de una espiral de salarios e inflación. Pero aun así era uno de los criterios básicos seguidos por el Comité de Mercado Abierto de la Fed que fija periódicamente el nivel de las tasas de interés. Hay un elemento que se ha ido considerando desde hace ya un tiempo y que tiene que ver con el ensanchamiento de los márgenes de ganancia de las corporaciones y su impacto sobre el nivel de la inflación. Tales márgenes crecieron en efecto, haciendo más proclives a las empresas a aprovechar el impulso de los precios para agrandar la parte de sus ingresos que corresponden a las ganancias. El margen de ganancia se expresa como un porcentaje que indica cuánto corresponde a la utilidad por cada peso de ventas. En el caso de la zona del euro, por ejemplo, a principios de marzo pasado se trató el asunto de que lo márgenes de ganancia y no los salarios los que impulsan a la inflación. En un entorno de alza de los costos de producción por cuestiones de abasto o del nivel de la demanda agregada, los márgenes habrían de caer. Eso no ocurrió en aquella zona monetaria. Este es un asunto relevante de cómo se afecta la distribución del ingreso bajo las condiciones específicas de los mercados. Habría un supuesto límite en el momento en que los márgenes se corrigieran, cuando las empresas pierden mercados por la menor demanda. Con ello se abre otro capítulo que es el referido a la estructura de dichos mercados y el peso de los oligopolios y monopolios que contraen el nivel de la competencia. Esta cuestión incide en los términos de la narrativa convencional, pero no necesariamente altera las políticas públicas. Si no es la inflación, es el menor nivel de la actividad económica la que atenta contra las condiciones del trabajo. Las altas tasas de interés y los ajustes que provocan están incidiendo en menores niveles de actividad en sectores como la tecnología, las finanzas o los bienes raíces. No ha desaparecido la posibilidad de una contracción económica; un ajuste con repercusiones directas sobre el empleo y las remuneraciones salariales.
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