Puros cuentos El tugurio se veía como un tugurio pero más sucio y tenebroso. Las gradas de madera llegaban hasta arriba casi pegando al techo de lámina y hasta abajo, casi pegadas a la lona de plástico que cubría el ring. Siendo lo primero que se notaba al entrar, el olor combinado de comida frita, mezclado con el olor fétido de los baños y sin olvidar lo salitroso de los sudores. La ventilación era natural y dependía del clima de ese día y sobretodo de los vientos que hacían circular los chiflidos que le daban vuelta a las cabezas de los espectadores. Chiflidos acompañados como con globos de mentadas y maldiciones que flotaban como sacos en el aire y buscando a ver quién se los ponía. La música, por más fuerte que estuviera, nunca rebasaba lo que ya transportaba el caldo de viento. El hablar era imposible no solo por lo ensordecedor del ambiente sino por la sordera instantánea al entrar. La iluminación era igual de peor, donde al dirigirse por los pasillos, no solo se venia una sordera instantánea, sino también una ceguera temporal, hasta que los ojos se acomodaban a las tinieblas. Episodio donde la adivinanza de encontrar donde sentarse, se convertía en la hazaña de no caerse. Todo, matizado con alcohol y humo de cigarro que lo hacía como andar caminando entre una niebla movediza. Afuera, la cola era larga y con escaramuzas que porque yo llegué primero o porque alguien se metió enfrente. Cola que se retorcía como culebra por los empujones a propósito. La odisea de hacer la cola se conjugaba con ganas de ir al baño o con que ya me dió hambre. Peligrosas opciones dado que los últimos tenían que pagar mayor precio que porque ya estaba lleno. Humores caldeados que hervían con la reventa y tener que regresar a pie. Todo parecía normal una noche de sábado de box, hasta que se leía las carteleras mencionando retos entre campeones regionales. Ya adentro, con más ganas de ir al baño, a empujones se llegaba al mingitorio nada más siguiendo la cola que era más larga que la de afuera y solo para hacer después la otra para la comida. En eso se estaba cuando de repente se oía un chiflido generalizado, más de protesta que de frustración, al ver que la encueratriz de moda salía a cantar totalmente vestida. Ya habiendo limpiado el ring del líquido de procedencia original incierta, se procedía a la entonación del himno de la nación en turno, a través de cuatro altavoces como simulando las cuatro esquinas del cuadrilátero. Al terminar el acto patrio, se abalanzaba un estruendo de aplausos y más rechiflas, hasta que aparecía un locutor gordo, de traje y limpiándose el sudor con un pañuelo. Ya en medio del ring, como por arte de magia, bajaba un micrófono plateado como del cielo y oyéndose esa noche como con voz de trueno dice: “POR EL CAMPEONATO MUNDIAL DE PESO MOSCA!PELEARÁN! DOCE ROUNDS!” (Más rechifla y aplausos) “EN ESTA ESQUINA!!, DE 49 KILOS,4OO GRAMOS!!,” “EL CAMPEÓN INVICTO !!” “VICTOR “EL JIBARITO” LOPEZ!!” (más aplausos que rechifla) A lo que el Jibarito responde haciendo dengues en su esquina, mientras su manager le hablaba al oído. Después de la cruda introducción del campeón, el gordo espera a que la mezcla de algarabía y protestas se medio bajen de tono, para proseguir con el preámbulo pugilista. “Y EN ESTA OTRA ESQUINA!!” “TENEMOS Al RETADOR!!” “DE 50 KILOS CON 200 GRAMOS !!” “SAMUEL “EL SA...” En eso el gordo del micrófono recibe un botellazo en la cara que lo hace interrumpir súbitamente su introducción, para inmediatamente después desplomarse en la lona. Y bajo una lluvia de botellas y líquidos amorfos, se suben al ring a proporcionar ayuda al primer noqueado de la noche, el referí, otro locutor de la radio, los promotores y al último los de la Cruz Roja que tratan, pero de plano ya no pudieron por lo tupido de la lluvia. En las gradas de luneta, se disparan varias trifulcas simultáneas donde los noqueados subsecuentes a manera de cascada humana, bajan rodando entre golpes, gritos, sangrados de nariz y bocas reventadas. El estruendo ya no era definible, donde se le agregan golpes y zapateados en la madera, asociado con la multiplicación de proyectiles de todo tipo. La muchedumbre, entre empujones, trata de salir del recinto por donde entraron, creando un nuevo nivel de caos cuando se dan cuenta que las gradas prendieron fuego. Por lo estrecho de los pasillos y las zancadillas accidentales, la muchedumbre se empieza a caer por los múltiples tropiezos, cayendo varios al piso y convirtiéndose de facto en una alfombra carnal . Entre gritos y llantos, las pocas mujeres aficionadas que pudieron librar el puente humano, salieron con golpes múltiples y algunas llenas de sangre personal y ajena. Muchos de los de la alfombra humana murieron asfixiados por el peso de la estampida, siendo la mayoría gente mayor y menor. Por fuera se veían las llamaradas por cuadras a la redonda combinadas con sirenas de ambulancias y bomberas. Parte de la gente, se escapó al derrumbarse parte de la pared lateral de la arena, saliendo prácticamente semi quemados y otros de plano en llamas que rodaban en el suelo borrachos y queriendo apagar su infierno. Las autoridades inflaron la cifra de heridos para bajar la de muertos y la prensa hizo lo contrario. Nunca se supo a ciencia cierta cuántos murieron, pero de seguro el campeón, dado que lo reconocieron por sus guantes rojos todavía pegados a sus brazos y cuerpo achicharrado. Del retador ya nada se supo y del gordo, terminó recuperándose pero quedó con la cara desfigurada de tantas cirugías. Hoy por hoy, la arena fue reconstruida pero ahora funciona exclusivamente para lucha grecorromana de máscara contra cabellera. FIN
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