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Chile para México III

Xochitl Patricia Campos López

Durante estos días se ha enraizado el debate respecto del tipo de régimen que está configurándose en México. El círculo rojo no deja de insistir que el populismo autoritario se instaura desde ya, que la incipiente democracia mexicana ha fracasado debido al Lopezobradorismo. No es así, o, por lo menos, es necesario decir que la crisis de la democracia delegativa resulta interna y no sólo coyuntural o externa.

Las democracias delegativas presentan límites antropológicos propios, derivados de la cultura ibérica que las define y de la dialéctica entre las bases sociales, la oligarquía y los grupos liberales. Aunque no se reconoce la importancia de su consolidación, la ausencia del Estado genera un vacío de autoridad que provoca una vulnerabilidad comunitaria, una precarización de toda la sociedad. Escalante Gonzalbo considera que existe una forma de corporativismo singular y pegajoso que determina a los latinoamericanos como muéganos, grupos sociales donde predomina el colectivismo y mutualismo; aunque sin ninguna consideración y obediencia corporal al Estado.

En la forma normal el muégano mexicano simplemente describe la resistencia y acracia de la sociedad mexicana a la autoridad, en su forma más grave, esta condición implica lo que Federico Campbell denominó “sicilianización”, es decir, el arreglo mafioso y corrupto del orden social. En ambas situaciones, el orden estatal no termina por imponerse y el control político depende de las facciones.

¿Existe alguna salida para esta situación?, ¿Puede generarse una situación de mayor control o nacimiento del Estado, o, al menos, un orden menos agresivo?

Al parecer la situación óptima ha sido la modernidad conservadora de Chile, y en algunos casos España, aunque el caso chileno parece más exitoso. Chile es el ejemplo de la modernidad conservadora, lo que se traduce como el domino político de la oligarquía -clero, militares, colonia española, hacendados, grupos de la ultraderecha, etc.- que se han impuesto a los movimientos sociales, las clases medias progresistas y las elites financieras internacionalistas.

Para el caso chileno, la oligarquía presume de haber generado el orden más estable gracias a sus valores y nacionalismo católico. Incluso de generar un contacto con el capital financiero exterior de una forma responsable y ética.

La dictadura pinochetista, con todo su autoritarismo, tuvo que mostrarse institucional y responsable para recuperar la inversión y confianza del extranjero. A diferencia del franquismo que optó inicialmente por la autarquía y someter a la sociedad española también con la carestía, el pinochetismo decidió transformarse en el campo experimental del neoliberalismo y guardar el régimen impuesto por Estados Unidos de conducirse hacia una forma liberal en lo económico. Mientras Franco tuvo que esperar hasta que Eisenhower decidiera cambiar la política occidental respecto de España, Pinochet tomó la recomendación firme de los “Chicago Boys” y se obligó a las instituciones para funcionar del mejor modo.

La disciplina capitalista que guardó Chile permitió que el Estado ganara en institucionalización y control frente a la sociedad. Las medidas políticas y económicas se llevaron a cabo de forma lenta y no en la manera dinámica y accidentada que se hizo en otros países durante la década de los noventa del siglo pasado, principalmente México. Chile evitó las medidas de ajuste que en otros casos significaron un Shock, una cirugía a corazón abierto sin anestesia y, sobre todo, a diferencia de México o Argentina, Chile evitó la corrupción a gran escala. La dictadura chilena impuso un orden político que fue convincente para la oligarquía e incluso para los neoliberales. Arturo Fontaine Talavera describe ese formato de transición política y económica como Modernidad Conservadora.

¿Puede esa modernidad conservadora implantarse en México?

Hay diferentes rutas de las derechas católicas en el mundo, Octavio Rodríguez Araujo destaca en su obra las distintas formas en que partidos, coaliciones electorales y diferentes formas de colaboracionismo, distinguen a los grupos clerofascistas. En Iberoamérica puede establecerse una taxonomía en ese sentido. Para el caso mexicano resulta indiscutible el amplio caudal de legitimidad que alcanzó el anticlericalismo. Por tal razón, la convivencia con el nacionalismo católico ha pasado por el ciclo de la confrontación-infiltración-colaboración.

Aunque en el 2000 la derecha mexicana se alzó con el poder, también es cierto que le resultó imposible gobernar. Es decir, se hizo necesario mantener el modus vivendi que había desarrollado en el pasado con el nacionalismo revolucionario.

El nacionalismo mexicano se hizo anticlerical, populista y revolucionario; por estricta necesidad de supervivencia. Frente a las imposibilidades técnicas y operativas de su modelo de nación, ha tenido que convivir y pactar con el nacionalismo católico hispanista. El punto de equilibrio logrado, desafortunadamente, detiene las posibilidades de modernización, progreso y desarrollo económico. El nacionalismo católico y el nacionalismo revolucionario confirman la idea de Bertrand Badie y Guy Hermet respecto a la lucha eterna de los países latinoamericanos por salir de la Edad Media. Conflicto que los encierra en un síndrome de Peter Pan o Axolote.

Los casos más exitosos de nacionalismo católico se representan particularmente en Chile, con un comprometido análisis en el caso de Costa Rica y, dentro de México, la región del Bajío (Querétaro, Aguascalientes, Guanajuato, Nuevo León y Jalisco); pero, no todos los países pueden tener las características que idealmente propone el hispanismo católico (Estado de bienestar para las oligarquías criollas, monopolio católico religioso y extremo conservadurismo casticista). En el caso chileno se encuentra el Modelo Habsburgo (Wiarda) con mayor funcionalidad de la región latinoamericana, con movimientos sociales destruidos o debilitados al extremo, una fuerte presencia española que gobierna desde la metrópoli ibérica. La convivencia con los neoliberales se generó de una manera parsimoniosa y cómoda para las potencias geopolíticas.

México ha sido un caso complicado para el nacionalismo católico desde el momento mismo de la independencia. Los grupos mestizos e indígenas han conseguido formarse también como bloque hegemónico bajo ciertas circunstancias de resistencia, anarquía y revolución. A últimas fechas, el nacionalismo católico se decanta por el neoliberalismo, pero todo depende de sus conveniencias. Ha convivido con el populismo durante el régimen de la revolución mexicana y sus dividendos fueron amplios.

El Modelo Habsburgo ha sido derrotado en México, al menos, en tres ocasiones históricas (Iturbide, Maximiliano y Guerra Cristera), pero finalmente sobrevive mediante los pactos de hegemonía con el PRI y con el apoyo de los Estados Unidos.

El modelo chileno no se puede aplicar completamente en México, pero se ha seguido como pulsión de las élites financieras y las oligarquías conservadoras. El Modelo Habsburgo sobreviviría en México conviviendo moderadamente con el sistema populista y corporativista.

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