Xochitl Patricia Campos López
La guerra civil española es un referente histórico singular para la historia universal y, sobre todo, para Iberoamérica. Aunque los conflictos intestinos siempre prevalecen en la historia de las naciones, la lucha entre falangistas y republicanos marca el nudo que constituye el laberinto de la hispanidad. Polos antagónicos, Escila y Caribdis, donde la sociedad latinoamericana está obligada a vivir y también, en ocasiones, a ser cómplice silencioso de los excesos que se viven en dichas antípodas.
Las marchas, la convocada por la Cuarta Transformación y aquella concentrada por la derecha nacional, pretenden diferenciar al país en dos Méxicos, como aquel artículo anglosajón en la época de Peña Nieto (The Economist, 2015); sin embargo, existe un solo México, hay más cosas que tienen en común los mexicanos que las condiciones diferenciadoras que procuran hacer creer las élites políticas. Por supuesto, esa comunidad de condiciones y circunstancias permite identificar a los mexicanos fuera del país, no siempre de la forma más útil y responsable, pero señales al fin.
Manuel Gómez Morín en un bello ensayo intitulado “1915”, expresa la importancia fundamental de las minorías excelentes generacionales para fortalecer a la nación, un valor semejante al que John F. Kennedy le daba a la pregunta ¿Qué puedo hacer por mi país? Y la respuesta a las preguntas que dispensaba preguntar León Felipe.
La revolución mexicana, que también fue una guerra civil entre muchos Méxicos, generó gran dolor y pobreza en la mayor parte de las regiones donde la violencia se convirtió en el único gobierno al paso de las facciones en lucha. A ese México se debía Gómez Morin, por ese México contribuyó con el régimen de la revolución para desarrollar instituciones y leyes, para ese México generó ideas que le dieron al PAN el rol de ser un partido leal y consciente del estado histórico que guardaba la patria. Gómez Morin entendía también que la clase media de ascendencia española constituía un grupo social diferente, menos mexicano, pero que no podía equivocarse en 1939 como en 1913, porque entonces el pueblo -ese sí mexicano hasta las cachas- tiene el derecho a reclamar cuentas como en la Alhóndiga de Granaditas.
México, como Manuel Gómez Morín, tiene una hipoteca española. Pero, como en toda situación de crédito, la situación obliga a la cooperación y entendimiento de los actores. ¿De qué sirve la eliminación del otro en una situación como la mexicana?
Existían México y los mexicanos, dice Gómez Morín al recordar el año más difícil para la población en la época revolucionaria. Existen México y los mexicanos, hay que ver en forma transparente la calle como hacía Gómez Morin para fundamento de su personalismo humanista. Observar a la sociedad mexicana, la que apreciaba Gómez Morin, es entender porque gobierna Morena y las razones de que el PRI haya sido un partido hegemónico en nuestro contexto. También obliga a comprender las razones de que un partido de minorías excelentes no pueda gobernar México.
La guerra civil española fue también una lucha de corporativismos, al final uno terminó por cooptar al otro. El PAN nunca ha querido transformarse en un partido de masas, y el PRIANRD no tiene apoyo popular. Los empresarios no son pueblo, sobre todo los que siguen pensando en el
mar Cantábrico y el Líbano. No hay dos Méxicos, existen México y los mexicanos, quizá es tiempo de que la derecha nacional empiece a comprenderlo.
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