León Bendesky
Las dos mujeres son Rosa Luxemburgo y Hannah Arendt y el motivo para escribir hoy sobre ellas lo da el breve libro de Joke J. Hermsen, publicado recientemente. Un cambio de rumbo se titula y la ocasión es propicia, pues las condiciones sociales que prevalecen actualmente en el mundo hacen tal cambio imprescindible.
Luxemburgo, Rosa, La Roja, como era conocida entre los militantes socialistas alemanes de principios del siglo pasado, ejerce una permanente atracción, a poco más de cien años de su muerte.
Su pensamiento, sus cartas y sus muchos escritos, regresan de manera recurrente como referencia de una concepción y un acucioso análisis de las grandes cuestiones y contradicciones que caracterizan al régimen de producción capitalista. Así, derivó una visión de cómo éstas podrían enfrentarse, sin falsas expectativas. También fue un ejemplo de compromiso en el trabajo político-partidista e incansable militante y escritora.
En su tiempo, que culminó en 1919, al final de la Primera Guerra Mundial, con su vil y cobarde asesinato, no haber rectificado el rumbo tuvo nefastas consecuencias. Hoy que la situación económica y política se tensa cada vez más y se manifiestan conflictos sociales de gran envergadura, actuar decisivamente es ya una exigencia impostergable.
La obra de Luxemburgo fue vasta y de un análisis profundo, que la llevó a polemizar con las principales figuras del movimiento socialista y comunista. Difirió frontalmente con el reformismo de Eduard Berenstein dentro del Partido Socialdemócrata alemán, y también con Lenin, previendo lo que iba a ocurrir con el régimen soviético que estaba instaurando. Siempre estuvo en contra del autoritarismo y del sectarismo. Advirtió, igualmente, que la socialdemocracia alemana se autodestruía y cedía el espacio político a la ultraderecha, proceso que culminó finalmente en el nazismo.
La tajante idea de Luxemburgo, acerca de la disyuntiva que se enfrentaba entre socialismo o barbarie, expresaba a las claras sus expectativas acerca del entorno político que prevalecía entonces en Europa. Cierto es que, desde esa perspectiva, no se equivocó, así está registrado en la historia de la primera mitad del siglo XX: dos guerras mundiales, matanzas sin fin y una severa crisis económica que todavía es una constante referencia. El caso es que, sin ex abruptos ni reticencias innecesarias aquí, podríamos admitir que la situación hoy parece tender, con sus propias características, a otra versión de lo mismo.
¿Por qué Luxemburgo? Una aproximación a ese cuestionamiento lo aporta Arendt, sobre la que Hermsen escribe lo siguiente, parafraseándola: En los tiempos más oscuros debemos dirigir nuestras esperanzas a aquello que pueda arrojar luz sobre la época en que vivimos. Para ello, no bastará observar con lupa el presente, sino que también habrá que escarbar en las profundidades del pasado, pero no por un anhelo nostálgico de otros tiempos, sino para comprender mejor lo que está ocurriendo en este momento(p.46).
En materia de economía política, la obra de Luxemburgo titulada La acumulación de capital sobresalió en el amplio y lúcido debate sobre el tema del imperialismo que se dio en esos años. Ahí expuso la necesidad del capital de extender constantemente los mercados, en ese caso, fuera de las fronteras nacionales. Ahora se sabe que esa extensión ocurre también de modo intensivo al interior de los países y las regiones.
Hermsen provee varias referencias útiles sobre este fenómeno y refiere que Arendt, cuya propia obra la sigue manteniendo como una figura esencial de la filosofía política, retomaría esta noción de que el capitalismo siempre necesita algo fuera para crecer y subsistir en su influyente estudio Sobre los orígenes del totalitarismo.
Señala, además, que Luxemburgo no creía, como Marx, que el capitalismo necesariamente acabaría por la lucha dialéctica con el proletariado, sino más bien por la obligada extensión territorial y las recurrentes guerras comerciales para satisfacer las necesidades de crecimiento y expansión.
Luxemburgo hizo una fuerte crítica de los sistemas políticos de democracia directa y favorecía en cambio a las asambleas populares que permitían una mayor participación de los ciudadanos en los asuntos que les eran relevantes. Hermsen señala que tanto Rosa como Arendt opinaban que las cuestiones políticas eran demasiado importantes para dejarlas en manos de los políticos.
Hannah Arendt, nos recuerda este libro, sostenía que el mundo se vuelve humano cuando se convierte en objeto de nuestra atención y nuestro diálogo. Que apelaba enfáticamente al amor mundi como remedio a la desconexión, misma que lleva a la violencia y a regímenes autoritarios. La desconexión se promueve desde el poder, entendido de manera amplia. El caso, por ejemplo, del cambio climático, entre otros, abre un espacio que indica que la situación social tiende a salirse rápidamente de quicio.
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