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El cambio empieza por cambiar

Diario de un reportero


Hace nueve años, dos meses y un día – minutos más, minutos menos – nació el Movimiento Regeneración Nacional en respuesta a lo que muchos consideraron el estancamiento de la izquierda mexicana, representada entonces por el Partido de la Revolución Democrática y una abigarrada colección de grupos de casi todos los colores ideológicos más allá del PAN y del PRI.


En ese tiempo, para el sociólogo y filósofo Armando Bartra, México era un país "socialmente desmoralizado y ambientalmente degradado; un orden antidemocrático" manejado por "oligarcas enriquecidos a la sombra del poder y a costa de la nación" que se negaban a renunciar a los privilegios que les daban sus vínculos con el Estado para "mantener el control directo del poder político". Y Morena se volvió partido.


El reto era deshacer todo eso y poner orden. La idea era – y quizá todavía es – que "el cambio verdadero del país comienza por cambiar la forma tradicional de intervenir en los asuntos públicos", como declaró en su tiempo el proyecto de Declaración de Principios de Morena.


Sin embargo, no es lo que vemos. Todavía no ha desaparecido la tendencia – ni la tentación – de un partido que para conseguir y mantener el poder hace ahora lo que se hacía antes: el mismo infierno con diferente diablo.


(Es el pequeño priista que todos los mexicanos llevamos dentro, como me dijo Carlos Castillo Peraza una tarde en El Paso: gran parte de la clase política aprendió a hacer las cosas al estilo del sistema revolucionario institucional y no había – ni ha – encontrado una manera diferente de acción política.)


Lo que vemos, lo que hemos visto, en resumidas cuentas, es la izquierda que nos queda, lo que tenemos, lo que hay: una colección de grupos que ofrecen la idea de una sociedad justa y solidaria, impulsada por el deseo colectivo del bien común, al menos en teoría. Lo que se ve en la práctica es un conjunto de grupos que se integran y se desintegran sin esfuerzo en búsqueda de poder.


Habrá quien argumente que ver a la izquierda con ojos tan ligeros es irresponsabilidad histórica, pecado de leso análisis. Sí y no. El caso es que los grupos progresistas del país han pasado cien años luchando por cambiar al país y sus instituciones, y el hecho es que no lo han logrado. Morena corre el riesgo de terminar como otros partidos que fueron pero no llegaron a más, aunque logró que su candidato ganara la Presidencia.


Malas compañías

Pero Morena anda en malas compañías. Su alianza con el Partido Encuentro Social, una organización de centroderecha cuyos valores y posiciones no son precisamente las de Morena, le habrá servido para conseguir votos de los cristianos pero no ayuda a avanzar ni cambia "la forma tradicional de intervenir en los asuntos públicos". A la izquierda no importa lo que hace su derecha.


Luego está el Partido del Trabajo, cuyos dirigentes y militantes tendrían que "integrarse plenamente a las masas, aprender sus luchas, y sintetizar y sistematizar sus experiencias", entre las que la Declaración de Principios del PT enumera: ideas, deseos, necesidades sentidas, demandas, decisiones, instintos, emociones, sensaciones, sentimientos, pasiones, sueños, anhelos, percepciones, estados de ánimo, y hasta su humor social.


Para lograr todo eso, el PT se ha aliado con partidos de izquierda, de derecha y de atinado centro, pero significa los votos de una izquierda deslumbrada por Alberto Anaya, quien lleva treinta años como líder del partido.


Y está el Partido Verde Ecologista de México, que también ha sido aliado de diestra y siniestra en su misión de lograr un mundo limpio y feliz. Muchos lo consideran simplemente como una franquicia política al servicio de quien ofrezca más y mejor.


Lo que uno puede ver es que la izquierda ha perdido el tiempo en polémicas y forcejeos entre tribus, cuando podía haber usado sus escasos espacios de poder para organizar a la sociedad civil, creando y fortaleciendo mecanismos que permitan a los ciudadanos vivir y crecer sin necesidad de la intervención directa del gobierno: enseñar a pescar en vez de dar pescado. Parece que nadie sabía cómo hacerlo.


Pero habrá que ver. Se equivoca quien crea que es fácil cambiar lo que construyó – bueno y malo –el sistema revolucionario en casi un siglo: muchos olvidan que cada gobierno desde el fin de la Revolución comenzó con la promesa de transformar a México en un país que nunca ha sido.


Desde el balcón

Hace frío. Uno sale a sentarse en el balcón y tiene que llevar una chamarra gruesa y una taza de café. Se llevaron los borregos que desyerbaban el Jardín de la Paz, y hay que conformarse con ver los Alpes cercanos y oír a los que pasan en el sendero de enfrente. En las noticias hablan de Xico, donde miles de covidiotas fueron el domingo a ver las luces del pueblo y contagiaron a quién sabe cuántos como ellos o se contagiaron ellos mismos.


Los empresarios xiquenses opinan que valió la pena el riesgo porque con los visitantes se beneficiaron veinticuatro hoteles, sesenta panaderías, más de ochenta artesanos y dos mil familias, y anunciaron que habrá más días como ese, porque "todo mundo critica, todo mundo ve lo malo", pero también hay que ver lo bueno, aunque ese bueno beneficie más a unos que a otros.


Luz Galván Orduña, priista que también es alcaldesa de Xico, resumió la vaina diciendo que "si no se van a morir de una cosa se van a morir de otra", aunque no se sabe si hablaba de los xiquenses o de los visitantes. Hay cosas que no cambian.

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