León Bendesky
El 7 de marzo Suecia se convirtió en nuevo miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que ahora reúne a 32 países. Esto marca un cambio radical en la larga postura de neutralidad que mantuvo ese país desde 1812, luego de la gran pérdida de territorio a manos de Rusia durante las guerras napoleónicas. La situación altera su política de seguridad, así como la de las regiones que forman los estados bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) y los nórdicos (Dinamarca, Finlandia, Noruega y Suecia), en un espacio que se extiende a Alemania y Polonia.
Ni el régimen de Hitler, ni el de Stalin provocaron una definitiva renuncia de la neutralidad sueca. Pero la geopolítica global hoy es esencialmente distinta, como se ilustra a escala regional en torno a la Unión Europea (UE), formalmente establecida en noviembre de 1993 y conformada por 27 países miembros, con una moneda y una política de seguridad y defensa comunes entre sus miembros.
La OTAN se creó en 1949 con el inicio del periodo de la guerra fría, que se extendió hasta 1989 y el derrumbe del régimen soviético; así se inició una segunda fase clave en su evolución. La política exterior y de seguridad, junto con el estricto control autoritario del país, impuestos por Vladimir Putin, que se ha mantenido en el poder desde 1999, ha trastocado las condiciones de la seguridad europea, definida en torno a la soberanía de los estados y las fronteras nacionales.
La posición preminente de Estados Unidos en la era de la guerra fría y sus secuelas es un factor decisivo del escenario de abierto conflicto en el área europea y sus desbordes, económicos, políticos y militares. Al final de la Segunda Guerra Mundial el gasto militar en Estados Unidos representaba alrededor de 13 por ciento del PIB; desde entonces, la tendencia de dicho gasto ha sido a la baja, con picos en la guerra de Vietnam, a mediados de la década de 1980 y en las guerras en Irak y Afganistán hacia 2010, hasta un nivel actual del orden de 3.45 por ciento.
El gasto militar de ese país, estimado por el Banco Mundial en cerca de 900 mil millones de dólares, equivale a más del que representan conjuntamente los siguientes 10 países. Un dato relevante, sin duda, es que el gasto global en defensa registró en 2023 un crecimiento de 9 por ciento, llegando a una cifra de 2.2 billones de dólares.
La guerra, como queda claro, tampoco es igual en cuanto a la conformación de los conflictos políticos, a la manera en que se despliega, la tecnología involucrada, las armas que se usan y el modo de operación de los ejércitos. El gasto militar se ha acrecentado notablemente en la última década y media en países como China, India, Rusia y Arabia Saudita. Polonia, situada en un lugar histórica y geográficamente crucial y muy vulnerable en el despliegue militar de Europa, está construyendo uno de los bastiones militares más poderosos de Occidente, se encamina a desplegar más tanques de batalla de los que tienen juntos el Reino Unido, Francia, Alemania e Italia. Esto, según destacó el corresponsal del Washington Post en Europa, ocurre en un país “en el que los niños escasean tanto como el sol en invierno”, en el que decrece la población y donde se necesitarán miles de tropas para operar el nuevo armamento. De la victoria en Batalla de Varsovia en 1920 (conocida como el Milagro en el Vístula) contra el Ejército Rojo y que Lenin lamentara como una gran derrota para la revolución bolchevique, se pasó a la invasión del ejército nazi en 1939, marcada por la ausencia de una esperada intervención de Francia y Gran Bretaña para apoyar a los polacos, que conocen muy bien esa lección de la historia.
Las fronteras físicas siguen siendo determinantes; Polonia colinda con Bielorrusia y Ucrania y está de nuevo en el centro de la conflagración armada en curso en Europa. En ese entorno se acomodan las recientes adhesiones de Finlandia y Suecia a la OTAN. Las fronteras físicas siguen existiendo y son un elemento determinante en las relaciones internacionales y en la configuración de los conflictos políticos, económicos y militares.
El rearme colectivo de Europa está hoy de lleno en la agenda política. En marzo del año pasado se planteó tal intención como el medio para reforzar su seguridad; esto conlleva el aumento de la capacidad de producción de armas y municiones. El incremento de las fuerzas armadas es un componente clave de una estrategia en curso. Con todas las diferencias que pueden advertirse en el actual belicismo en esa parte del mundo, hay una irremediable sensación de déjà vu en la situación europea que se desprende de las más tradicionales y antiguas contraposiciones políticas entre Rusia y Europa. Ocurren, claro está, en un contexto internacional distinto y esto le da necesariamente un cariz particular en la dimensión regional y, ciertamente, en el entorno global prevaleciente. El caso es que la guerra se impone de modo persistente como la forma de enfrentar los conflictos entre las naciones, es una constante histórica, en la que la estructura del poder en todas sus dimensiones se exhibe, se recompone y, dicho sin rodeos, a expensas de los ciudadanos de a pie. El jefe del ejército sueco ha dicho que la gente se debe “preparar mentalmente” para la guerra con Rusia; se informa en la prensa de una gran cantidad de reservistas y voluntarios dispuestos para el combate. Esto, luego de que tras el colapso de Unión Soviética el ejército se redujo 90 por ciento y las fuerzas navales y aéreas 70 por ciento, mientras la inversión en defensa respecto al PIB cayó de 3 a uno por ciento.
En el Reino Unido la situación parece distinta, según una encuesta de la empresa YouGov-UK ante las declaraciones de jefes del ejército de que el país debe moverse de un “mundo de posguerra a uno de preguerra”. Se vuelve a considerar la conscripción, pero según un sondeo reciente 38 por ciento de los menores de 40 años dijeron que se negarían a servir en las fuerzas armadas en el caso de una guerra mundial y una tercera parte afirmó que no lo harían incluso si el país enfrentara una inminente invasión. Es difícil prefigurar las condiciones que surgirían ante el estallido de un conflicto generalizado en Europa y, más aún, lo que ocurriría en el caso de una expansión bélica de gran escala. Pero no puede eludirse considerar las opciones, no nos podemos dar ese lujo. Hay una guerra en Europa que dura ya más de dos años. Se vuelve a hablar abiertamente de un conflicto extendido y eso debe confrontarnos a todos los ciudadanos, sea donde quiera que vivamos. No hay escapatoria ante la probable generalización de la guerra y la devastación. ¡No otra vez!
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