Diego Martín Velázquez Caballero
Los resultados electorales de la Asamblea Nacional en el país galo constituyen un paréntesis importante en la ola derechista que parecía inundar Europa. Más allá de las virtudes que tiene la segunda vuelta electoral, y que debiera ser el principal objeto de estudio para inhibir los extremismos ideológicos y construir los centros del consenso político, no se puede dejar de lado el tipo de cultura política que la democracia francesa ha desarrollado.
El hecho puede ser catalogado al nivel de una heroicidad social que podría asimilarse por el electorado norteamericano –particularmente la plutocracia-. Empero, también es un mensaje geopolítico del atlantismo al eurasianismo que vale la pena destacar. A diferencia de otras sociedades donde el putinismo ha logrado influir y subrepticiamente combinar conservadurismo con justicialismo, la clase política francesa ha externado que el eurasianismo constituye un riesgo mayor que la multiculturalidad con todo y sus bemoles.
Aún queda por conocer la decisión del Jefe de Estado que ha decidido gobernar al límite del apoyo social y que es uno de los principales responsables del ascenso ultraderechista por sus políticas impopulares y erradas. Sin embargo, Francia –la revolucionaria veleidosa, anarquista y cruel- le da un respiro profundo a la esperanza democrática.
La izquierda francesa, a diferencia de otras latitudes y esquemas, ha sido profundamente responsable y leal al sistema político. No es la primera ocasión que el electorado socialdemócrata se sacrifica en aras de evitar el fascismo; incluso el islam ideológico asimila lentamente la garantía de vivir en libertad y democracia. Todo cuenta para detener el virus autoritario. La moneda queda del lado de Emmanuel Macron, la cohabitación es indispensable y también el cambio de las políticas públicas.
No es sólo el triunfo de la izquierda la lección para otras sociedades, es la pervivencia de la hebra democrática que alienta. Liberales y progresistas pueden coexistir, en forma singular e identitaria, para detener los autoritarismos. La democracia liberal tiene que hacerse social y esa tarea queda en la presidencia francesa, sus ciudadanos esperan la corresponsabilidad debida y el acierto gubernamental para reducir las expectativas derechistas euroasiáticas.
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