León Bendesky
Durante lo que ha corrido de este siglo las crisis económicas han provocado condiciones distintas a las que se observaron anteriormente. Las crisis del capitalismo solían provocar transformaciones que daban paso a nuevas etapas de acumulación, cambios tecnológicos y una reconformación del entorno social más inclusiva. Estos procesos no eran tersos, por supuesto, como muestran las dos guerras mundiales y sus secuelas de 1989 en adelante. Ahora las crisis parecen generar más de lo mismo e incluso con una mayor fricción productiva, financiera y distributiva, a lo que se aúna una creciente presión medioambiental. De modo general el capitalismo global ha tendido a acrecentar la debilidad de las organizaciones laborares, a agrandar la desigualdad interna y entre los países. La pandemia de covid-19 ha sumado a ese escenario cambios muy relevantes en la gestión macroeconómica, es decir, en las políticas fiscales y monetarias. Las tasas de interés permanecieron durante muchos años en niveles prácticamente de cero e, incluso en algunos casos eran negativas. Se ha comparado esta situación con la que ocurre en un entorno físico de gravedad cero. Ahora, en cambio, el impacto de la gravedad se esta advirtiendo de modo sobresaliente con las alzas de las tasas de interés que ocurren por todas partes como medio para contener las presiones de la inflación que está en pleno curso. El tránsito de la expansión monetaria (peso cero) a la contención es un proceso de choque que significará ajustes severos y de repercusión diferenciada entre los agentes económicos. Los gobiernos en las economías desarrolladas inyectaron enormes sumas de recursos para paliar las consecuencias económicas de la pandemia, lo que contribuyó a un aumento del gasto y a la consiguiente presión inflacionaria. Esta se reforzó con las trabas a la oferta, que han reforzado el alza de los precios. Hace unos meses, el estallido de la guerra en Ucrania ha sido un factor adicional en este entorno. Desde la segunda mitad de 2021 se ha ido incrementado la inflación de manera constante y acelerada: son, por mucho, los precios de los energéticos y los alimentos los principales componentes del alza de precios. En esto inciden las consecuencias de las restricciones de la oferta y los efectos adversos en las cadenas de suministros. La globalización está cambiando de forma, eso es evidente ya y ocurre rápidamente. El proceso se asocia con los nuevos factores geopolíticos y la recomposición del poder. Pero, en la estructura misma del sistema capitalista con el apellido que quiera añadírsele, destaca el sistema financiero basado en el dólar estadunidense y la interdependencia de ese país con China. Esto ha relegado de modo efectivo a Rusia, cuestión que se advirtió en la reciente reunión en Uzbekistán. Es en este escenario en el que México tiene que definir su postura en el marco del T-MEC (como atinadamente planteó Ilán Semo en este diario, el pasado 15 de septiembre). El régimen de crecimiento económico contrapone la debilidad salarial con la apreciación de los precios de los activos. Esto último está vinculado a la creciente especulación que llevó a la crisis de 2008 y prevalece aún en muchos mercados. La gestión monetaria para romper el ciclo de alta inflación, implica una cada vez más severa alza de las tasas de interés. La manera convencional de apreciar esta cuestión consiste en concebir que la presión sobre los precios se asocia de modo directo con el nivel de empleo en la economía. Abatir el crecimiento de los precios conlleva una restricción del nivel de la actividad productiva por la vía del alza del precio de crédito, que desincentiva el gasto en inversión y consumo y con ello provoca el desempleo. Este es el sentido de la recesión que está ya en curso. Los grandes acreedores, como son los bancos y otras empresas financieras tienen mucho que perder con la inflación, pues esta reduce el valor real de las deudas y poco que perder con el nivel de desempleo. Los asalariados, en cambio, pierden en ambos casos, pero más con el desempleo. El dilema está en las proclamas de los gobiernos de aplicar políticas para el pleno empleo y luego tener que imponer la recesión y engrosar el desempleo. En el fondo esta contradicción parece ser el meollo de la polémica que se da en torno a las medidas que ha ido aplicando la Reserva Federal, pues alentó un mayor nivel de empleo con la expansión monetaria a expensas de una eventual alza de los precios, complicada ésta con las restricciones globales de la oferta. Las políticas convencionales de gestión macroeconómica de la demanda confrontan ahora un escenario más complicado. Se abre así una expectativa muy incierta acerca de las alzas requeridas en las tasas de interés para abatir la inflación y el tamaño de la recesión que se provocará. Entretanto, los mercados de capitales están zarandeados por la política monetaria, los precios de las acciones han caído abruptamente y con esto el valor de muchos activos. En los intersticios de estos mecanismos se redistribuye riqueza de maneras que se harán patentes con el transcurso de esta crisis.
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