Diego Martín Velázquez Caballero
Existe una perspectiva del sistema político mexicano que considera central al Grupo Atlacomulco dentro de la Familia Revolucionaria. Su pervivencia ahora puede ubicarse en el sector empresarial, destacando su papel en los medios de comunicación -particularmente en el caso de LatinUS- donde cultivan amarillismo para hacer política y más dinero; lo que llegue primero.
Por esta razón, el triunfo de Morena en el Estado de México resulta altamente significativo. El EDOMEX representa una de las entidades con mayor capacidad económica en el país, así como una alta rentabilidad electoral. Sin embargo, es complicado aceptar la idea del realineamiento electoral, así como un triunfo aplastante de la Maestra Delfina. La zona metropolitana que comparten la CDMX y el EDOMEX constituye una reserva política para la oposición, que también evidencia el agotamiento de los gobiernos izquierdistas en la zona. Empero, lo más importante de señalar, se manifiesta en la capacidad operativa de la estructura priista para generar un proceso de elevada competitividad. El triunfo de Morena es irrefutable, aunque el PRI y los Atlacomulcos aguantaron de pie los doce rounds.
El caso de Coahuila no es menor, aunque quiera desdeñarse. Los antecedentes de la narco política en la región proporcionan datos para comprender que, además de votos, la alianza electoral opositora busca inversionistas y materia prima para mantenerse en la lucha frente a Morena. Sumando la resistencia priista del EDOMEX y Coahuila, el Grupo Atlacomulco respira y aspira, y va a seguir robando mucho, indiscutiblemente.
Por esta razón, más importante que el desenlace electoral en ambas entidades hay que señalar las consecuencias catalizadoras que el evento tuvo al interior de Morena. Del festejo electoral sensato se trasladaron a la competencia interna por la candidatura presidencial, acelerando los tiempos de la sucesión y descomponiendo el escenario, un poco, para López Obrador.
A pesar de que la conducta de Marcelo Ebrard confunde aceleración con racionalidad y Atlacomulco con Solidaridad, es importante señalar que los tiempos para el canciller están más que agotados. Gutiérrez Canet en algún momento lo comparó con Ezequiel Padilla y la similitud no resultó para nada ociosa.
De acuerdo con el ritmo popular que ha seguido la alternancia y el pulso de la república morenista, Ebrard está completamente alejado de esta dinámica. No sólo hay que señalar la falta de nacionalismo que caracterizó su trabajo como diplomático, la ausencia plena en la defensa de México y la identificación con el modelo económico neoliberal. Es que la SRE constituye un cementerio político o institución designada para el ostracismo. Dadas las condiciones del imperialismo y colonialismo que vive México, lo que desde allí se puede hacer por el país resulta inútil, cuando no, señalado como extraño al país. No quiere decir que la SRE carezca de personal competente, es que nada puede hacerse para México desde ahí. Y el actual canciller ni siquiera hizo un empleo digno de las armas de los débiles – como dicen Sola Ayape y Loaeza- el derecho internacional y los organismos multilaterales. La SRE es el perro mojado de los Estados Unidos y su perfil resulta indigno para muchos mexicanos. Basta recordar los señalamientos a Ignacio Bonillas y Ezequiel Padilla por su pro yanquismo tecnocrático.
Aunque Ebrard es el proyecto del Grupo Atlacomulco, su candidatura está hecha para el movimiento ciudadano que gusta de perder por abandono y ausencia. Ausencia de México como la que marca la trayectoria de Ebrard la última década.
La derrota del Grupo Atlacomulco los incentiva a considerar que Ebrard puede ser el próximo Ernesto Zedillo, pero el guion ya está filtrado.
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