Xochitl Patricia Campos López
El Culiacanazo 2.0 nos recuerda el escenario de conflicto narcoterrorista que se consideraba superado en el país, pero que se hace cotidiano en varias regiones. Las ideas que al respecto han establecido algunos analistas parecen movidas más por el sentimiento de la competencia electoral que se aproxima y menos por un análisis serio de la cuestión. Algunos comentócratas evalúan equivocadamente los impactos del evento y hacen una transversalidad errónea que genera esa polarización que se asegura, en algunos casos, es necesario inhibir.
Particularmente el caso del analista Ricardo Alexander de Excelsior que señaló los saqueos de las tiendas franquicias de bienes, servicios y autoservicios; como generados por simpatizantes lopezobradoristas o el “pueblo bueno” según la retórica de titular ejecutivo nacional. El mensaje no deja lugar a dudas del clasismo, totalmente fuera de la situación y que debería servir para que algún “defensor del lector” o jefe de redacción del periódico, señale las razones para validar ideas tan injustas sobre el grueso de la sociedad mexicana.
Las primeras evidencias de los saqueos durante el culiacanazo, así como en otras ciudades donde se han capturado dirigentes de estos grupos mafiosos o se inhibe su escapatoria de penales de máxima seguridad, dejan entrever que los saqueadores eran miembros del cártel cuyo líder fue arrestado. Los vehículos en que transportaban lo robado y las armas que portaban los participantes de los hurtos y robos, los alejan de la ciudadanía y beneficiarios de los programas sociales de la 4T. El evento en particular de Culiacán fue una estrategia defensiva de los grupos del crimen organizado para proteger a sus dirigentes cuando resultan aprehendidos por las autoridades.
Más certero fue el análisis de Ricardo Raphael, quien retomando la categoría del Mirreynato que se ha dedicado a estudiar propone volver la mirada a la relación entre educación privada y narcojuniors, principalmente la educación de tipo confesional donde se han resguardado los descendientes de los principales grupos criminales del país. El señalamiento de Ricardo Raphael a los Legionarios de Cristo y al modelo jesuita de educación en Teología de la Prosperidad se traduce como “¿Quieren más de esto?, ¿para esto los educan?” Y esta observación en nada se equivoca con este brillante politólogo estudioso de la afluencia y su perversión en la capacitación de las élites. Vaya, ni qué decir de algunos egresados de la Universidad Panamericana como Enrique Peña Nieto, ahora que están de moda los plagiaros de tesis y verdaderos criminales.
En “Mi nombre es Charlotte Simmons” Tom Wolfe se había encargado de desprestigiar razonablemente las mejores universidades norteamericanas: son nidos de corrupción, soberbia y bajas pasiones. Espacios de poder donde las oligarquías se capacitan. En descargo del clasista Alexander, puede decirse que la pregunta de Ricardo Raphael es válida para todas las instituciones educativas privadas y públicas, incluso familiares, la descomposición social que nos muestra Culiacán y el NarcoMéxico, resulta grave y se requiere un cambio cultural fundamental para inhibir la legitimación de la república mafiosa en que hemos vivido durante el periodo neoliberal.
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