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Los modelos incumplidos de la transición mexicana

  • fermarcs779
  • Feb 26, 2024
  • 3 min read

Xóchitl Patricia Campos López


Durante los años noventa del siglo pasado, un debate en la clase política mexicana consistía en buscar la ruta para consolidar la democratización que se presentaba como inevitable. Algunos círculos académicos presentaron modelos pedagógicos de éxito; sobre todo, que garantizaran el capitalismo y liberalismo como elementos indispensables de la nueva era globalizadora.

Al fin de la Guerra Fría, los casos exitosos de democratización como el español, griego y portugués se establecían como ruta ideal. También la situación de la URSS se consideraba óptima para el caso mexicano. Las transiciones de Europa del Este –principalmente Checoeslovaquia y Polonia-, las democratizaciones basadas en el mercado al estilo de los Tigres Asiáticos, incluso fueron consideradas por las capillas académicas que asesoraban a distintos grupos de poder. Sin embargo, los artífices de la transición –tecnócratas y dinojuniors- convinieron en la transición vía elecciones competitivas porque implicaba el cambio sin ruptura de Manuel Camacho Solís para evitar la violencia extrema de los grupos revolucionarios y autoritarios que buscaban en los extremos reflejar su vocación del poder. El sistema sólo puede cambiar desde dentro y lentamente. Sólo así los actores del viejo régimen concederían espacios para acelerar la liberalización.

La ruta de la democracia vía elecciones competitivas fue quedando como único camino frente a un escenario de suma cero que origina la correlación de fuerzas en pugna por la hegemonía en México: oligarquía, burocracia política y sociedad. A decir de Miguel Basañez, la sociedad mexicana está invertebrada y sólo mediante formatos autoritarios o centralistas, se generan autoridades superficiales –ineficaces e inoperantes- que contienen el deterioro de unas energías centrífugas, inestables y dinámicas que distinguen la correlación de fuerzas.

Los neoliberales que pactaron con la ultraderecha y el Grupo Atlacomulco la intimidad de la transición política, terminaron por solventar el autoritarismo. Los organismos autónomos y, particularmente, el IFE/INE; fueron espacios para que una élite intelectual disfrazada de sociedad civil, articulara esferas de influencia en el sistema político mexicano. La acción fue una ruta de neopatrimonialismo que contribuyó al fracaso de la transición democrática. Más allá de los dinosaurios priistas, caciques y líderes corporativistas, el principal obstáculo de la democratización mexicana ha sido el imperio norteamericano. Si México alcanzara un nivel democrático suficiente, el colonialismo se termina. Durante la larga noche neoliberal, el colonialismo se profundizó en forma extrema.

También el imperialismo norteamericano no apostó por la vía democrática de México. Fredo Arias King consideraba que con una alta influencia de anticomunismo y apego a Norteamérica, la transición mexicana tendría una naturaleza benigna en su porvenir. Arias King señalaba indispensable la ruptura con el viejo régimen y la sustitución total de la burocracia política. El propio Carlos Salinas no se atrevió a tanto. No hubo ruptura histórica y así nos fue. A decir de Fernando Escalante Gonzalbo, el peso del pasado es aplastante.

La marcha en defensa del INE y la democracia vía elecciones competitivas, implica señalar el cierre de un modelo de transición. El bonapartismo histórico, cesarismo

republicano, hegemónico del presidencialismo centralista, vuelve a la escena para retomar el control de un Estado que agoniza frente a la voracidad de una oligarquía y la disidencia social que está generando una guerra de baja intensidad. La hegemonía gramsciana del presidente no es una idea de AMLO por más que la cínica oposición lo clame y llore así, juristas de la talla de Emilio Rabasa y Jorge Carpizo lo postularon como una necesidad histórica de la gobernabilidad en México.

El Estado Fallido amenaza también a los Estados Unidos y el bonapartismo implica una forma de regenerar el dependentismo económico y social. La época del nacionalismo revolucionario implicó un colonialismo donde la relación entre México y Estados Unidos resultó más funcional que en la época neoliberal.

Más que víctimas del bonapartismo mexicano, los artífices del INE deberían hacer el análisis crítico de una ruta democrática que pudo haber sido exitosa; empero, la desidia y desapego social, la falta de enseñanza de la cultura cívico democrática con la gente, también cuenta en el fracaso de esta opción. El sistema electoral mexicano es uno de los más onerosos del mundo y no es posible que los partidos políticos y clase gubernamental que se ha tenido en el neoliberalismo constituyan su producto estrella. El apoyo exterior que ahora buscan con tanto ahínco, debieron conseguirlo en las primeras décadas del siglo XXI para sustituir el régimen político y evitar el regreso del PRI. No fueron víctimas sino cómplices del resurgimiento autoritario.

 
 
 

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