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Más allá del INE

Diario de un reportero


Miguel Molina


Otra vez es jueves. Hoy hemos llegado al punto en que quienes no apoyan la iniciativa presidencial de reforma electoral no le tienen amor al pueblo ni son democráticos: son el conservadurismo, la derecha, clasistas, racistas, que han participado en fraudes electorales y quieren seguir robando porque no tienen llenadera, cosas así, como sentenció el presidente López Obrador con adjetivos que en boca de un mandatario son palabras mayores.


No importa. La oposición se va a manifestar el domingo en una docena de ciudades, en teoría para proteger al Instituto Nacional electoral, y entonces se verá de qué está hecho el movimiento y se tendrá una idea de cuántos se oponen. Sobre todo, las protestas van a ilustrar el poder convocatoria política del ménage atroz que integran panistas y priistas y perredistas, y sus partidos subsidiarios.


Los plantones anteriores (dos, si no me falla la diosa Google) no han despertado ni solidaridad ni entusiasmo, ni han exacerbado los ánimos más allá de las columnas y los noticieros de televisión. Tampoco ha habido diálogo entre las instituciones, ni ha habido un debate serio entre los partidos o en la sociedad civil, y por eso sólo se oye el monólogo político – el mensaje que recibe el pueblo bueno – sobre los sueldos de los magistrados.


Sería interesante saber cuántos mexicanos – entre ellos funcionarios públicos de los tres niveles – han leído la propuesta del gobierno en materia electoral, cuántos están conscientes de los beneficios y las desventajas de que los integrantes del nuevo organismo sean elegidos por voto popular, y sería todavía más interesante saber qué piensan sobre toda esa vaina.


Pero aunque uno pierda el voto – dice el periodista británico Ian Hinslop en referencia al referendum sobre Brexit –, uno sigue teniendo el derecho de seguir presentando sus argumentos. Cuando el gobierno gana unas elecciones, la oposición no dice: ah, qué bueno, no tengo nada que decir durante los próximos cinco años.


El domingo – o antes o después – veremos qué es lo que tiene que decir la oposición, que no puede ni debe limitarse a tratar que todo siga como está, porque las instituciones no son perfectas ni tienen por qué serlo.


Pero una oposición seria – o una política de Estado – no se hace solamente con palabras o con marchas: se necesitan ideas, visión política, y la valentía de hacer que México sea un país para todos. Hasta ahora no ha habido mucho de eso.


Un amigo me pregunta

Un amigo me pregunta si todavía creo en Andrés Manuel López Obrador y en la cuarta transformación. Seguramente mi amigo no lee lo que escribo. Para mí, como para muchos, era importante que la izquierda – o lo que conocemos como izquierda – llegara al poder.


Ya vimos lo que pasó con setenta y tantos años de gobiernos del Revolucionario Institucional (o cualquiera de sus nombres anteriores) y con doce de Acción Social en el poder. Había que ver si la izquierda podía enderezar el rumbo nacional y cambiar las cosas.


Habría sido mezquino desear que la izquierda fallara, porque eso significaría que en México no hay fuerzas políticas capaces de ofrecer y de lograr algo mejor para todos. Quién podría oponerse a que alguien intentara transformar un sistema artrítico y corrupto, quién podría esperar que todo siguiera igual...


Pero parece que los ideales de cambio dejaron de ser definidos – como advirtió Marcuse desde hace tiempo – por la conmoción política y económica. Lo que vemos, lo que hemos visto, en resumidas cuentas, es la izquierda que nos queda, lo que tenemos, lo que hay: una colección de grupos que ofrecen la idea de una sociedad justa y solidaria, impulsada por el deseo del bien común, al menos en teoría.


Lo que se ve en la práctica es un conjunto de grupos que se integran y se desintegran sin esfuerzo en búsqueda del poder. Se ha perdido el tiempo en polémicas y forcejeos entre tribus, cuando se podían haber usado el poder para organizar a la sociedad civil, creando y fortaleciendo mecanismos que permitan a los mexicanos vivir y crecer sin necesidad de la intervención directa del gobierno: enseñar a pescar en vez de dar pescado.


La alternativa es el fracaso. Otra vez el fracaso. Kafka habría dicho que la izquierda mexicana, como la derecha y el atinado centro, tiene una meta pero no tiene un camino.


Desde el balcón

Llueve. Llueve. Llueve. Y uno no se puede sentar en el balcón y se conforma con ver al mundo – un muro de hojas verdes y amarillas – detrás del cristal de la ventana. Dice Borges que a veces en las tardes una cara nos mira desde el fondo de un espejo. Y sí.

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