Samuel Schmidt
Llegamos a Mérida porque fue el lugar más barato de los que encontramos haciendo un plan de viaje de última hora en el fin de semana del día de acción de gracias, esa fecha en que los gringos celebran el inicio de su apoderamiento del territorio y la eliminación de la población nativa, por supuesto por la gracia de dios. Yo había estado ahí en los 1980s, cuando todavía no llegaba la mega corrupción a México, la oleada mocha a la península de Yucatán, ni los migrantes en busca de gangas. El viaje estuvo lleno de sorpresas. La primera fue que a punto de aterrizar una tormenta mandó al avión a Cancún a cargar gasolina, un vuelo de 2 horas se convirtió en 4.5. Llegados a Mérida salimos caminando del aeropuerto a tomar un uber porque se protege el monopolio de taxistas. Nos dijeron que saliéramos caminando del aeropuerto, pero tuvimos que caminar más de un kilometro y con lluvia; pero la llegada al hotel nos cambió el ánimo. El hotel la Mansión Mérida esta en una casona remodelada y diseñada con muy buen gusto y la administración atiende hasta el menor detalle, ya desde antes de llegar escribieron para afinar su atención a nuestras necesidades y hasta caprichos. El hotel te da comida si te vas de paseo y hasta para el viaje de regreso si sales muy temprano. El dueño pasa a saludar en el desayuno para reunir quejas o comentarios y las quejas las atiende de inmediato. El hotel queda justo en el centro lo que facilita llegar caminando a los atractivos y restaurantes, algunos premiados internacionalmente. De la comida yucateca ni que hablar, una delicia tras otra. Como muchas de las ciudades modernas parece haber dos Méridas. La del centro histórico que es caminable y está animada, llena de gente. Los mercados atiborrados. Las viejas casonas atraen inversionistas, Alex cuenta el chiste de que un viejo sale de su casa y en la tarde está perdido porque un canadiense la remodeló. De hecho en el aeropuerto de regreso conocimos a uno de esos canadienses. El norte de la ciudad se llena de conjuntos de mega lujo para los migrantes porque “los yucatecos no viven en edificios” y con esos conjuntos brotan los centros comerciales de muy alto costo, en uno de ellos hay tiendas caras que no se encuentran en Austin. El Paseo Montejo parece ser el eje que las conecta y ahí se encuentra la influencia arquitectónica europea. La ciudad tiene arte por todas partes, funciones al aire libre. Nos tocó una serenata con poesía, danza, orquesta, trío, bajo un cielo claro con una temperatura agradable. Entre las sorpresas encontramos un museo de antropología muy bien montado, con recursos interactivos y con las explicaciones en maya. Hacia décadas que no escuchaba los aires del mayab, esa noche me regresaron a mi juventud. Y digno de mención es un museo de la música que te lleva desde los sonidos más rústicos hasta la inclusión de música en las películas mexicanas. Los yucatecos rezuman amabilidad. Nos llegó a tocar en la calle que nos vieran perdidos y no faltaba que se te acerque alguien para guiarte, darte una lección de historia y hasta indicarte donde no comprar porque son productos chinos. Un chófer de taxi nos habló desde Colón hasta anteayer. Aprovechamos para visitar a mi sobrina actriz Daniela (Casi Divas, 8 de cada 10) que se mudó a la península, y gracias a ella logramos el gran encuentro: una sobrina (Lea, Leye)que no veía casi 40 años. Ellos son parte de un grupo de migrantes recientes que van en pos de la tranquilidad Meridiana. Lea es comediante y esta casada con Alex, uno de los supercívicos; el nos invitó a una función de standup. Cuándo apareció en escena una señora dijo: “ahí está esewey”, Rosie se molestó por la ofensa, pero la señora dijo, “ese es su nombre artístico”. Así que descubrimos que Lea está casada con esewey y hacen una función dominical junto a su hija Jana. Calculo que habría unas 400-500 personas en el espectáculo que Alex abrió para Carlos Ballarta que resultó una gran función. Ballarta se lanzó fuerte contra el anti aborto, contra el peso de la religión, que según el chofer del uber fue osado dado que la ciudad está llena de mochos. Lo barato salió muy bueno, y quedamos invitados a regresar.
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