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Modifiquemos la Constitución



Santiago Roig

Harto de ya estar harto.

Joan Manuel Serrat


Tras dos años y medio de gobierno de López Obrador pensé que ya me había curtido a los despropósitos de la derecha mexicana. Al principio confieso que cada tontería, cada fake news, cada reinterpretación tendenciosa y mentirosa de los hechos provocaba en mi una reacción: discutía, aclaraba, fijaba posiciones. Con el tiempo comprendí que no había nada que discutir: son solo estrategias de desinformación para enredar incautos o gente con poca información, poca educación o una predisposición política a creer lo que sea. También me dí cuenta que por lo general no había seguimiento mas que a las aseveraciones mas típicas: el peligro para México, la venezuelización, la dictadura, etc. Lo dejé por la paz. Creí, como digo arriba, que me había hecho inmune a tanto absurdo.


Las recientes elecciones y sus secuelas me probaron que aún puedo ser sensible a necedades, siempre y cuando la magnitud de las mismas sea del suficiente tamaño; y así, al día siguiente de las elecciones leí, en más de una fuente, que la derecha triunfó, porque el gobierno ya no podrá cambiar la Constitución –¡Qué tal!– como si cambiar la Constitución fuera algo inusitado, perverso, fuera de lo que es el manejo normal en una sociedad. ¿Para qué servirían entonces diputados y senadores? Repito, la magnitud de semejante bobera solo puede venir de lo mas atrasado de una clase política y solo sirve a los fines de engatusar a los mas incautos de mis conciudadanos.


Nuestra Constitución Mexicana se promulgó el 5 de febrero de 1917. La primera modificación, que no se si formalmente cuenta como tal, ocurrió el 6 de febrero del mismo año, por una Fe de Erratas. La siguiente modificación oficial, que cuenta como la primera fue hasta el 8 de julio de 1921, y desde entonces hasta 28 de mayo de 2021 hemos tenido 251 decretos que la modifican precisándola o cambiando el sentido de algún artículo al calor de los tiempos o las nuevas ideologías. (ver http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/sumario/CPEUM_sumario_crono.pdf)


Antes de entrar en los cambios del pasado habría que preguntarse: ¿puede cambiarse una Constitución? ¿vale la pena hacerlo? ¿por qué?


Mi contundente respuesta es “Sí”. Para empezar quisiera citar a Juan García Oliver, anarquista (o anarco-sindicalista como tal vez él hubiera preferido ser definido) que por algunos meses fue Ministro de Justicia durante la Guerra Civil Española. Dice García Oliver “La ley no es el derecho. La ley da normas a concepciones de derecho. A veces —y eso muchísimas veces— el derecho no ha sido, no es, interpretado por la Ley.” Si esto es correcto –y yo pienso que lo es– cualquier ley, la Constitución incluida, puede y debe ajustarse a las interpretaciones de lo que es propiamente el derecho. Desde 1917 a la fecha ha corrido mucha agua bajo el puente, muchos “nuevos” derechos han sido reconocidos. Para empezar los derechos de las mujeres, los de los niños, mas recientemente los de los migrantes. Aunque la batalla no se ha ganado aún está la lucha por los derechos de todos aquellos ciudadanos y ciudadanas que defienden una opción distinta de la mayoría para su sexualidad. Los derechos de las personas con capacidades disminuidas o diferentes, como se les quiera llamar, y que decir de los derechos de los pueblos indígenas u originarios.


Pero la cosa no para ahí, falta pensar en las “concepciones del derecho” que menciona García Oliver. Esto significa en texto llano que esos “derechos” pueden ser vistos o reinterpretados en función de la concepción política de una sociedad. Durante siglos las sociedades esclavistas tuvieron esclavos y eso ocurría con pleno derecho de los amos y casi sin derechos para el esclavo, y se veía como normal. Hasta hace poco los derechos de los negros en Sudáfrica no eran iguales a los de los blancos y seguramente había leyes que consagraban esa diferencia. En el Chile de hoy en día la lucha del pueblo es por reescribir una Constitución que le es francamente adversa a la mayoría del pueblo por su defensa del gran capital y las empresas transnacionales, y que representa una concepción específica del derecho.


Nuestra Constitución, además de estas evoluciones normales en la percepción de los derechos, ha vivido en un siglo de grandes cambios y casi diría de bandazos políticos. Nace al calor de una revolución, propiamente en un ambiente revolucionario donde en otros países, como Rusia, se sacudían las estructuras políticas. Tuvo influencia de movimientos sociales importantes, como el anarquismo. De ahí surgió lo que yo prefiero denominar como un conjunto de leyes solidarias, para no caer en las etiquetas que a veces bloquean toda percepción de la idea de fondo. La educación, la salud, el bienestar social en general, el disfrute de la cultura, se veían como logros del pueblo, como algo que los gobiernos deberían proveer y cuidar. En este espíritu suceden cosas como la expropiación petrolera. El gobierno de todos es realmente proveedor, tiene un papel que jugar en casi todos los ámbitos.


Con el tiempo y los cambios en los modelos económicos globales esto cambia también, lentamente al principio, y con mas furia después, los cambios empiezan a enfocarse más en la ganancia económica. Son los tiempos en que en México, como en Chile, el neoliberalismo va imponiendo su ideología. Como ejemplo cito una modificación del 5 de junio de 2013: se “Incluye la competitividad económica como elemento del desarrollo nacional.” En mi opinión este es el sustrato ideológico del que dependen toda una serie de mal llamadas reformas: energética, educativa, laboral, etc. que en el fondo lo que buscan es que con el pretexto de esa competitividad económica (que por cierto no parece llegar nunca, ni aquí ni en ningún lado) los recursos naturales puedan ser apropiados, el trabajo precarizado, los derechos de los trabajadores extinguidos, la salud pública privatizada, las jubilaciones convertidas en jugosos negocios a través de las afores. Las diferencias sociales, y sobre todo las económicas, crecen a niveles nunca antes vistos. Y no hablemos del daño a la naturaleza. El neoliberalismo, metido en nuestra Constitución a punta de sobornos y otras manipulaciones que han ido quedando al descubierto, ha causado un desastre mundial. Ya mencioné el caso de Chile; podría referir los estudios hechos en Europa a raíz de la pandemia, que concluyen que la privatización de la salud pública fue en mucho responsable del mal manejo del desastre. Creo que el reciente acuerdo del G7 de imponer un impuesto mínimo a las grandes corporaciones internacionales muestra que al final se está entendiendo que abusar de la gente no puede ser una política congruente para que unos cuantos se enriquezcan.


Así pues, aunque la derecha proteste por sus privilegios, cambiar la Constitución es equiparable a un acto de autodefensa de un pueblo entero. Es recuperar el espíritu solidario original con un formato moderno, es pensar en la economía del bienestar común, en la defensa de los recursos del país y del planeta, incorporar a los pueblos originarios; y esto, aunque muchos conciudadanos tal vez no lo puedan expresar en sus términos precisos, es una demanda sentida y apoyada por la mayoría de los mexicanos. Si no es en esta legislatura otra vendrá a sacarnos del hoyo.

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