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Odios, intolerancia y discriminación. Los enemigos de la diversidad

Elio Masferrer Kan

En los últimos meses observamos un incremento de los conflictos étnico-nacionales y religiosos que ameritan una lectura desde la antropología, la historia y la psicología social. Los conflictos se incrementan y parecen surgir en forma sorpresiva. Para entenderlos debemos estudiarlos desde lo que la historia llama la larguísima duración (ciclos de siglos) y el tiempo estructural (el mundo de los mitos), diría F. Braudel, estas situaciones en contextos de crisis generan odios, intolerancia y discriminación.

Estamos en el decenio de las fobias: homofobia, islamofobia, judeofobia, xenofobia, aporofobia, protestantofobia, para citar algunas. En estos contextos mezquinos y de gran pobreza mental necesitamos conocer los orígenes para iniciar un diálogo constructivo entre los actores sociales que nos permitan desarrollar espacios de convivencia.

Recientemente el presidente de China Xi planteó que para trabajar los conflictos internacionales se trata de entender los intereses legítimos que pueden tener las partes en conflicto. En esta lógica trataríamos de comprender que es lo que lleva a los contrincantes a sostenerse en las disputas, para poder mediar, partiendo de la lógica de que nadie está totalmente equivocado y que cada quién tiene sus propias razones, que los llevan a la confrontación, el asunto no es entre “héroes y villanos”. Todas las partes consideran que tienen derechos, que se ven afectados mutuamente.

Veamos sucintamente otro aspecto y es la construcción de una memoria profunda, resultado de siglos de construcción de las mismas que en muchos casos organizan “el sentido común”, un conjunto de valores y sistemas referenciales que se aceptan como válidos, sin la necesidad de un proceso de verificación, ni de demostración con procedimientos lógicos ni científicos.

Es importante recordar que durante siglos la Inquisición española se dedicó a castigar y quemar vivos a los disidentes, en ostentosas ceremonias públicas cuidadosamente preparadas para garantizar su “legitimidad” y “construcción de consensos sociales”, instalando “imaginarios sociales”. En esta perspectiva Isabel la Católica decretó que la homosexualidad era una herejía y se quemaba vivo a los gays. Los Reyes Católicos expulsaron a judíos y musulmanes de sus reinos, agregando la condena de los judíos y todos sus descendientes por deicidio, la muerte de Jesús de Nazareth, el absurdo de una responsabilidad penal compartida, que la Iglesia eliminó en 1965.

La persecución a los “herejes” se mantuvo durante toda la historia del cristianismo, iniciándose con las masacres de los arrianos (siglo IV). En esta perspectiva están incluidos también los protestantes (luteranos, presbiterianos, pentecostales), quienes son degradados a la categoría de “sectas heréticas” y por lo tanto susceptibles de ser exterminados.

Los extranjeros son considerados peligrosos y responsabilizados de un conjunto de situaciones “novedosas o poco habituales” que pondrían en entredicho la estabilidad de los sistemas sociales existentes, el miedo a lo desconocido y al “otro” es clave en la construcción de la xenofobia: el odio a los extranjeros, lamentablemente exacerbado con los intensos procesos migratorios.

La aporofobia es un mecanismo de discriminación que consiste el odio a los pobres, en sociedades con procesos de cambio social intenso y con dinámicas de movilidad social, los procesos de ascenso social pueden verse como amenazantes para aquellos que tienen posiciones dominantes, o que han ascendido recientemente y perciben los procesos de cambio social como peligrosos para las posiciones obtenidas o detentadas.

La aporofobia y la xenofobia combinadas con el racismo y la discriminación contra los pueblos originarios que son víctimas de procesos de colonialismo interno, y paradójicamente, la xenofobia puede aplicarse también a minorías nacionales exitosas que se agudizan más combinadas con otras fobias como el antisemitismo y la islamofobia.

Un derivado de estas fobias mencionadas es la misoginia, según la cual los hombres tendrían mejores condiciones estructurales para imponer sus criterios a las mujeres, que se encubren con un conjunto de medidas paternalistas de “protección” al “sexo débil”.

El lector puede utilizar esta larga y penosa descripción para un examen de conciencia tratando de construir mejores formas de convivencia y respeto mutuo.

Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH

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