Diego Martín Velázquez Caballero
La desaparición de los últimos gobernadores electos en Puebla ha evidenciado la estructura de un grupo agazapado en la administración pública estatal desde la época morenovallista que, finalmente, no puede ocultarse más y debe enfrentar la tarea de dar la cara para hacer manifiestas algunas de sus intenciones políticas o, al menos, constituir la imagen de responsabilidad por el estado de cosas en el gobierno local.
La burocracia estatal que ha tomado las riendas del poder político en Puebla carece de fuerza y convocatoria para formar un electorado poderoso con miras al 2024. No constituyen una tecnocracia excelsa sino un grupo de confianza que se sujetó a las directrices de los líderes protagonistas en los últimos quince años. Este cuerpo intermedio siempre tuvo una lealtad dividida entre el grupo que dirigía el gobierno y la oligarquía tenebrosa de los poderes fácticos locales; aunque, sobre todo, se distingue por un amor eterno al presupuesto.
Las circunstancias han brindado a esta camarilla la posibilidad de renovar los cuadros políticos en Puebla, no sólo se trata de nuevas caras sino de personajes que tienen la oportunidad de marcar la historia regional y local. La fortuna también es una protagonista caprichosa de la política, pero no siempre indica que brindará a la sociedad lo que verdaderamente necesita. Mientras los burócratas no pueden creer la cantidad de poder que la vacuidad les ha concedido, en Puebla predomina una pobreza que da margen para todo tipo de acciones negativas.
Es altamente probable que estos breves periodos representativos de microgobiernos sean intrascendentes. Es lamentable que la federación y el gobierno nacional no insistan en cambiar el muégano poblano. La inercia que ha gobernado Puebla desde Rafael Moreno Valle ya no es suficiente para mantener el orden y atender algunas de las cuestiones regionales.
Puebla reclama una clase política, un proyecto que abarque la entidad y no se quede corto de miras para sólo atender la capital o algunos de los pivotes regionales de desarrollo. El sur se ha convertido en el norte de la brújula política que dice representar la Cuarta Transformación, aunque en la entidad esto sólo es una falacia y extravío. Puebla sigue siendo el Vladivostok de Palacio Nacional, la oscura sombra del lopezobradorismo viene a ser la dura realidad. Y, mientras tanto, a falta de talento político, la burocracia agazapada se preocupa por el asalto al poder y a los partidos políticos mejor posicionados.
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