Diego Martín Velázquez Caballero
Las crisis de los sistemas presidenciales en América Latina comienzan a quebrantar, como exponía Juan Linz, las alicaídas democracias delegativas del subcontinente. Y, de manera particular, en México cada vez se puede observar una polarización de camarillas que parecieran buscar el colapso del sistema político.
Lo cierto es que, fuera de los Estados Unidos de Norteamérica, el presidencialismo es la forma de gobierno más peligrosa para consolidar una democracia y constituye la ruta segura para el fracaso. Por esta razón, los presidentes latinoamericanos -y el caso de México es singular- precisan de modificaciones institucionales que regulen los mecanismos e incentivos del modelo presidencialista y lo adapten a los contextos propios.
Mienten rotundamente los analistas y académicos que señalan la necesidad de la dinámica estadounidense en los presidencialismos latinoamericanos. En México existe toda una justificación jurídica y científica para evidenciar que sólo con la supremacía del Poder Ejecutivo, más o menos, los presidencialismos funcionan de manera accidentada. Exponer otra cosa es justificar el golpe de estado o la guerra civil.
Los gobiernos en México que han implementado proyectos cruciales para la transformación del país necesitan de los decretos y, en ocasiones, el franco desacato a la división de poderes. México no es Estados Unidos. México no ha sido una democracia liberal capitalista, ni siquiera una poliarquía sino apenas una democracia fallida delegativa donde anteriores presidentes al caso López Obrador, han gobernado de espaldas a la constitución pero con la venia del patrimonialismo corruptor que gusta tanto a los funcionarios públicos mexicanos y, particularmente, a los empresarios. ¿Dónde estaban los grandes críticos de AMLO y su peculiar estilo de gobernar cuando antes justificaron todas las violaciones, extorsiones y escándalos a la constitución mexicana?
Sólo basta comparar el sexenio de López Obrador con el de Enrique Peña Nieto para encontrar quién ha traicionado a México. Sin embargo, lo notable no consiste en las sexenales cacerías de brujas sino en reformular el modelo presidencial y adaptarlo a nuestras condiciones y velocidad histórica.
El énfasis en el contexto nos hace congruentes y nuestro país no es la Unión Americana, ni Francia o Inglaterra. México requiere muchas transformaciones políticas, económicas y sociales que inauguren un proceso de institucionalización para que el país no se invente cada seis años. México necesita un Charles de Gaulle que invente la 5ª República porque la Cuarta no convence a las facciones y camarillas colonialistas.
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