León Bendesky
Qué tanto se parecerá la segunda presidencia de Donald Trump a la primera? Trump arriba a su segundo mandato con gran fuerza personal y política, más acentuadas que antes. Encontrará un entorno interno que domina y uno externo más extremo que el que dejó y que habrá radicalizado todavía más sus posturas.
El ambiente que predomina es más propicio a su modo de ver las cosas, de actuar, hacer negocios, imponerse y gobernar. Ya sea que se trate de la economía, las políticas públicas, el medio ambiente, la migración, la guerra, las relaciones internacionales y hasta los intereses personales. La cuestión es, sin rodeos, el poder. Lo ejercerá hasta el límite.
Ganó la elección a Kamala Harris de modo contundente en cuanto a los votos electorales y de modo suficiente en el sufragio popular. Además, controla ambas cámaras en el Congreso. El Partido Republicano cimentó su control político y, así, el de los muy diversos estamentos conservadores y libertarios, con sus poderosas organizaciones de penetración política, administrativa, jurídica e ideológica.
Trump tiene 78 años, lo que corresponde al doble de la mediana de edad en Estados Unidos. Es el presidente electo de mayor edad en la historia de ese país. La gerontocracia se ha instalado por ahora, lo que no deja de ser un asunto notorio en el entorno social y político. Joe Biden acaba su mandato con 82 años, cumplidos el pasado 20 de noviembre.
Trump es un hombre prominente, famoso, presuntuoso, extrovertido, radical, además de muy rico y poderoso. La evidencia indica que estos rasgos constituyen buena parte del atractivo que tiene para sus seguidores. Trump llega a la segunda presidencia resentido, pero reivindicado de manera muy relevante con su triunfo. Esta condición se ha ido plasmando en las declaraciones que vierte sobre distintos asuntos claves en cuestiones internas e internacionales y en las propuestas para formar su gabinete.
Trump parece estar también por encima de la ley. A Trump todo le resbala y, además, de cada envite sale reforzado. Dijo en 2016, siendo ya candidato a la presidencia, que “podría pararme a la mitad de la Quinta Avenida y dispararle a alguien y no perdería a ningún votante”. No había siquiera que tomar el dicho en serio, el punto clave es que lo pudo decir impunemente y también salir beneficiado como figura pública. Desde entonces, su trayectoria está plagada de situaciones que traspasan los límites de la ley, como se ha visto en las distintas causas judiciales en las que ha estado involucrado, sean personales, de negocios o políticas. En el caso de estas últimas, la culminación fue el respaldo que dio al ataque de sus seguidores al Capitolio en enero de 2021, en lo que en efecto fue un intento de golpe de Estado.
Es significativo el modo en el que este asunto fue asimilado por la sociedad, por la ley y la justicia y que parece disociado de su relevancia política. Esto refuerza a Trump y amplía, de hecho, los límites de su control del Estado.
Algo que marcará este segundo gobierno es que en julio de este año la Suprema Corte, en la que predominan los jueces conservadores, tres de ellos nominados por Trump en su primer mandato, han declarado la inmunidad absoluta de los actos cometidos por un presidente en el ámbito de sus actos constitucionales. Además, declararon la presunción de inmunidad en cuestiones ubicadas en un cierto perímetro fuera de dicha responsabilidad oficial. No es poca cosa. Y ahora ese poder podrá usarlo sin límites.
Esta situación es la que se enfrentará en ese país y el mundo a partir de enero. Trump consolida su poder interno y se enfrenta a un entorno mundial en el que puede intervenir con el criterio expreso de reforzar el poder y la preminencia de Estados Unidos.
En su primera presidencia dio un giro radical a las pautas de política exterior. Se retiró del multilateralismo para dar precedencia al interés nacional. Ahora, el escenario se presta a una profundización de estas medidas. Esto ocurre en la manera en que se plantea la relación con China y la Unión Europea, con el impacto que esto tendrá en el ámbito de la seguridad y los flujos internacionales del comercio y las inversiones.
Hay dos guerras en curso, en Europa y el Medio Oriente e inestabilidad política y social por todas partes. En la economía hay signos relevantes de cambios con implicaciones tecnológicas y productivas a escala nacional y global, mientras el sector financiero sigue operando en un entorno altamente especulativo. Esto impone una redefinición de las relaciones de poder y Estados Unidos es el epicentro.
Mucho se ha insistido sobre el riesgoso entorno geopolítico que prevalece con rasgos acentuados y cada vez más propensos a los conflictos.
En la relación con México, como se ha destacado repetidamente, se plantean tres frentes en el trato con el gobierno que pronto presidirá Trump: el económico, que gira en torno a las pautas de operación del T-MEC. El de la migración, que se concentra en la frontera norte, pero que está estrechamente vinculado con la frontera sur y las corrientes que vienen de Centroamérica y más allá. El del narcotráfico y la inseguridad, que provoca cada vez más fricciones en la relación bilateral. Mal haríamos en sobrevalorar la capacidad de resistencia ante los embates del segundo gobierno de Trump. Se necesitará de mucha cintura para tratar con él y sacar alguna ventaja. La segunda presidencia de Trump se parecerá poco a la primera. Para él es la oportunidad final y no la va a desperdiciar. El desenlace no puede ser más que incierto.
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