Diario de un reportero
Miguel Molina
Desde hace varios días, Andrés Manuel López Obrador se metió en un conflicto legal y armó un lío político en su intento por desacreditar las aspiraciones presidenciales de la senadora Xóchitl Gálvez.
El conflicto legal es que el Presidente violentó la letra y el espíritu de la ley federal de Protección de Datos Personales al divulgar información financiera de las empresas y los contratos de la senadora en una de las maratónicas conferencias de prensa que acostumbra dar todas las mañanas.
Según López Obrador, los contratos de las empresas de Gálvez y los montos que recibieron son del conocimiento público, pero no es así: la información que divulgó el funcionario es tan detallada que solamente pudo haber venido de fuentes oficiales obligadas a la protección de esos datos.
Lo que nunca fue secreto es que las empresas de la ingeniera Gálvez ofrecen servicios para edificios inteligentes, y sistemas de aire acondicionado, automatización, seguridad electrónica, datos y telecomunicaciones desde hace veinticinco años. Tampoco es sorprendente que una empresa busque y obtenga contratos para proveer sus servicios.
Lo que sí es sorprendente es la ingenuidad de quienes piensan que en un contrato de cien millones de pesos, por ejemplo, el dueño de la empresa va a ganar esa cantidad, sin tomar en cuenta costos, materiales, administración, seguros, y una larga lista de gastos y de etcéteras. Pero eso es ya lo de menos. Lo preocupante es que nuevamente se ha violado la ley, alguna ley, y no hay consecuencias.
El lío político que armó López Obrador con sus ataques a la senadora es que la convirtió en una enemiga – no adversaria sino enemiga – que en poco tiempo creció lo suficiente para opacar las palabras y las pocas acciones de quienes buscan convertirse en coordinadores de los comités de defensa de la cuarta transformación para continuar la cuarta transformación.
Con sus ataques, el Presidente desacató un mandato judicial que le ordenaba dar derecho de réplica a la senadora, y desoyó a quién sabe cuántas instancias que le recomendaban no hablar en público (y menos como funcionario) sobre las elecciones del año que viene, que era algo de lo que López Obrador se quejaba cuando él era candidato. En todo caso, ya es demasiado tarde.
Cuestionamiento argumentativo político
Pero si el mismísimo Presidente de la República no se aguanta las ganas de mencionar el nombre de Xóchitl Gálvez, cuantimenos uno. La diferencia es que el jefe del Ejecutivo violenta el principio de género y viola quién sabe cuántas veces y de cuántas maneras las leyes de privacidad, y uno escribe la historia de cada día, teóricamente contra nadie y a favor de nadie.
La historia de un día de esta semana es que un gobernador, en este caso Cuitláhuac García Jiménez, de Veracruz, declare que la senadora es intempestiva, se dirige con majaderías y no me voy a rebajar a ese nivel. Prefiero mantenerme en un cuestionamiento argumentativo político, y luego proceda a la majadería de revelar información confidencial sobre las empresas de la senadora y sus presuntas ganancias, y a acusarla de evasión de impuestos, violando varias leyes en un solo párrafo sin aportar prueba alguna, como ya es costumbre del ingeniero.
Xóchitl no es suficiente
Lo difícil ahora es darse cuenta de que la senadora – más allá de sus orígenes, de sus logros y de sus impecables respuestas a las diatribas presidenciales – puede ser candidata con el apoyo de una coalición de los partidos cuya corrupción cuando fueron gobierno contribuyó al triunfo de Morena. Pero Xóchtil sola no basta.
México ya no necesita más caudillos. Por respetable que sea, por carismática que resulte, por buenas intenciones que tenga, una persona no alcanza para gobernar un país cuyas instituciones son más débiles que nunca. El nuevo problema de la Nación es encontrar cuadros para establecer una administración pública eficiente y más allá de toda sospecha.
Eso no va a pasar pronto. El matrimonio atroz entre el PRI, el PAN y el PRD, que son partidos con orígenes y principios incompatibles, está enfrascado como siempre en la lucha por el poder, no en los destinos del país.
Lo bueno es que hay grupos y organizaciones ciudadanas que pueden darle sentido a una nueva forma de hacer política y de corregir los muchos vicios que todavía afectan a México, porque lo último que se pierde, después de todo, es la esperanza.
Desde el balcón
Uno sale a regar las plantas, baja el toldo, cosecha dos, tres chiles, y regresa a la sala más o menos fresca donde el gin tonic hace lo que en otro tiempo hacía la malta, y se entera de que en Xalapa talaron sesenta y cuatro árboles que tenían más de treinta años, porque van a construir un puente a desnivel para dar abasto a los vehículos que van y vienen o pasan por una ciudad que ya no tiene espacio para más.
Dicen que van a plantar tantos mil árboles en todas partes para compensar. Uno le da un trago a su bebida y piensa que habrá que esperar treinta años para que los nuevos árboles crezcan y hagan lo que hacían los árboles cuando el mundo era otro y no hacía tanto calor. Hay cosas que ya no tienen remedio
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