Diego Velázquez Caballero
La Semana Santa para el cristianismo es una época de reflexión respecto del sufrimiento que el Cristo Histórico vivió para la salvación de la humanidad. Recuerdo con nostalgia y dolor las marchas de mi comunidad cuando se representaba plásticamente la Pasión de Jesús. En una ocasión –observando la tortura que los soldados romanos aplicaban al Nazareno en la vivencia artística- un compañero de mediana edad gritó en forma airada: ¡Ya déjenlo!; ¡Hijos de la Chingada! La expresión cimbró el sentir de las personas que acompañaban la procesión. Entre risas y llanto, se justificaba el clamor del gritón y también el dilema de que la representación tuviera que ser violenta para transmitir el modelo humano del Redentor. En algunas representaciones teatrales, el realismo necesario que busca imprimir la experiencia para el auditorio requiere que quien representa a Jesús de Nazareth, reciba un promedio de 400 azotes en un recorrido a pie, aproximado de 4 kilómetros (¡una madriza digna del Santo Cristo!). Por esa razón, las personas que representan la procesión del viacrucis desoyen las solicitudes de conmiseración que algunos espectadores hacen de manera emocionada. Así pues, los romanos de la narración no se detuvieron y llevaron a quien imitaba al personaje oriundo de Belén hasta el Calvario; con la consabida golpiza que –según el guion- distingue la narración evangélica.
En muchos lugares de México e Iberoamérica, incluso otras latitudes; la pedagogía evangelizadora de la Semana Santa es violenta y terrorífica. Joan Manuel Serrat la cuestiona en la canción que habla del Cristo de los Gitanos, un amigo que comparte la comida y la fiesta, que toma vino y baila, que llora por el sufrimiento cotidiano de la gente. Chabela Vargas tampoco le canta al personaje que castigan los romanos hasta la muerte, una de sus famosas canciones rinde tributo al Cristo de Palacaguina, el guerrillero que se defiende de los romanos, que libera a los pobres y saca a los comerciantes del templo reseñando la parábola de la Aguja y el Camello, expresada también en León Felipe al decir que Cristo es el Hombre, cualquier Hombre. El Cristo Histórico es un Hombre Revolucionario.
La hermenéutica de la Semana Santa es aplicable a diversos sistemas políticos Latinoamericanos. Hugo Chávez señalaba, por ejemplo, que la oligarquía tenía al Cristo Crucificado como muestra de castigo a los principios disidentes del orden social hispano católico capitalista. Más que el mensaje del sacrificio por los pecados de la humanidad, el Hombre en la Cruz representa la memoria de la penalización imperialista para quien decide confrontarlos. De ahí la necesidad gitana de bajar al Jesús del Madero, pero no el muerto sino el vivo, el que saca la pedagogía de las parábolas para enseñar al pueblo a defenderse, el que ofrece mucho cariño y cuenta para todos. El judío que corre a todas partes y se parece al superhombre Zaratustra de Friederich Nietzsche, que piensa en la muerte trascendental, pero piensa primero en el aquí y ahora, en construir un orden social justo en la vida terrena bajo la conciencia realista del dolor, la guerra y la lucha.
El trágico destino del Mesías en la Semana Santa es el referente simbólico de algunos líderes nacionalistas en Latinoamérica. La Iglesia de Pedro acepta el sacrificio de Jesús para crear un orden imperial oligárquico. El axioma se ha cumplido en la historia sexenal del sistema político mexicano: el cardenismo es el mejor ejemplo. El General Lázaro Cárdenas vivió un viacrucis durante la mayor parte de su gobierno, los ataques fueron más allá de la propaganda y bajeza política hasta volverse terrorismo. Y no obstante que se defendió y defendió a su pueblo como el Cristo de Palacaguina, enfrentó la muerte del periodo sexenal y de la praxis del poder que le permitió modernizar a las
clases desfavorecidas. La posteridad de la administración pública federal jamás tendría de nuevo un General Misionero (Enrique Krauze) que recibió, y concedió también, una cantidad desproporcionada de latigazos. México nunca tuvo otro Tata Lázaro, aunque sigue rezando por su retorno.
Andrés Manuel López Obrador fue concebido, políticamente, como Mesías. También su gobierno ha sido un viacrucis durísimo. Los azotes de la prensa, la oligarquía y el imperialismo norteamericano son avasallantes. La indolencia e indiferencia del México neoliberal hispanista proyanqui no tiene calificativo, quieren llevar el país a la guerra y, dado el apoyo del narcoimperio, se disponen como César romano a cruzar el Rubicon: son romanos, no intente cambiarlos.
¿Debe el Mesías Tropical cumplir con el trágico destino del Dios mortal al final del sexenio? Aunque la distancia respecto del cardenismo es amplia, el lopezobradorismo ha hecho esfuerzos sobrehumanos para llevar a cabo la igualdad social, la equidad de género, el rescate de la pobreza y la recomposición del Estado. Las acciones eran más que necesarias para recomponer un país que se encontraba en situación de Estado Fallido o Suplantado (Samuel Schmidt), pero hace falta mucho para organizar los grandes problemas nacionales. La nomenklatura mexicana ha saboteado todo proyecto de modernización en el país, son los responsables de hacer cumplir las reglas no escritas del sistema político; sobre todo, la cancelación de la continuidad transexenal, la muerte del Dios presidencial al final de su periodo. La “no reelección” simbólica del México contemporáneo ha impedido que los proyectos transexenales – a veces necesarios-, definan una modernidad para México, un proyecto de país diferente al colonialismo moderado en que Estados Unidos nos encierra.
La nomenklatura ha traicionado a cada presidente, incluso le ha matado para que pueda vivir el nuevo Mesías. Sin embargo, México necesita un proyecto modernizador transexenal que impulse las rupturas históricas y ajustes sociales necesarios para equilibrar las esferas política, económica y social. La nomenklatura sólo quiere seguir siendo empleada del César estadounidense.
AMLO y Morena enfrentan su Viernes Santo en la segunda mitad del periodo presidencial, el Ejecutivo sabe que debe acelerar sus macroproyectos y políticas legislativas si pretende aproximarse al cardenismo. AMLO tiene el apoyo popular, lo aprueban y defienden, pero, aunque pidan encarecidamente a los romanos que ya no fustiguen y torturen al Santo Cristo; los romanos no escuchan, la representación tiene que seguir y, al final del sexenio, el Mesías debe morir.
El General Lázaro Cárdenas del Río aceptó el trágico destino para fundar una Iglesia, la rama más grande de la Familia Revolucionaria, pero que ahora se distingue por ser una religión sin creyentes y mucho menos sacerdotes. ¿También el lopezobradorismo aceptará la trascendencia metafísica para crear una Iglesia sin creyentes? ¿Quedará crucificado para siempre el Mesías Tropical? Al final, el pueblo siempre salva a Barrabás. Pueblos pobres, saturados de pistolerismo, caciquismo, mafia y oligarquía, comunidades subempleadas sicilianizadas que sólo sobreviven por la esclavitud del narcoimperio norteamericano. ¿Cómo van a defender a su Mesías si no tienen armas ni capacidad de organización militante? La ciudadanía imaginaria que señala Fernando Escalante no es producto del populismo sino del patrimonialismo que la nomenklatura ha desarrollado históricamente,
Quizá el Mesías Tropical no es el Mesías de Nazareth, probablemente tiene más semejanza con el Mesías del Desierto que no entró a la tierra prometida. El lopezobradorismo sembrará la cepa de un proyecto nacionalista que resulta vigente y necesario en el futuro mundo postcovid. Las reglas no escritas del sistema político mexicano son ineluctables, se han cumplido a costa de todo. Presidentes fuertes como Lázaro Cárdenas, Carlos Salinas y Luis Echeverría; no pudieron controlar el corporativismo caciquil de México.
La continuidad transexenal depende del Narcoimperio, la integración con Estados Unidos de Norteamérica debe sujetarse al argumento de la enfermedad llamada “Estado Fallido”, si México cae, también los Estados Unidos. La nomenklatura sólo sabe desgobernar y desarrollar las tendencias anómicas de la pobreza social que les permite su hegemonía. Las patologías sociológicas de las sociedades sicilianizadas ya se han contagiado a Norteamérica. La invasión mexicana que será el argumento de campaña en el Partido Republicano, ya no se plantea en el territorio mexicano sino en el sur de los Estados Unidos. Entre menos apoyo al gobierno lopezobradorista, más patologías sociales contaminarán el orden social estadounidense. México no es, ni será, el Japón al Sur del Río Bravo, pero ya es un territorio bajo control de grupos armados diversos que constituyen un flanco para la seguridad nacional norteamericana. Estados Unidos tiene que sumarse al ¡Ya déjenlo!; ¡Hijos de la chingada!
México es una Semana Santa eterna
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