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La literatura como fuente de la historia

El filósofo español, impulsor entre otros proyectos de la Residencia de Estudiantes (1910-1939), Francisco Giner de los Ríos (1839-1915), se refirió al valor de la literatura como un valioso instrumento en el que están reflejados los individuos de un pueblo. Por ello, el historiador puede y debe servirse de la producción literaria como de una inmejorable guía para explorar la intimidad de un momento histórico, cosa que no puede ser proporcionada por la historia política.

Pero preguntémonos nosotros, ¿pueden ser fuente para la historia de Ciudad Juárez textos como los de Pilo Galindo, Arminé Arjona, Ricardo Vigueras, Rubén Moreno, y muchos otros más? ¿Nos hablan ellos de la historia reciente de una ciudad tan vapuleada? ¿Y en la República dominicana, la denominada literatura bíblica, posee un fondo cierto y útil para su historia?

¿Cuál sería la pregunta más adecuada?, ¿la literatura es muy útil para la historia, o viceversa? ¿No será que están tan estrechamente entrelazadas que es difícil a veces distinguir los hilos de la una o de la otra? ¿No es la historia el fundamento de la “Fábula”, de Francisco Hinojosa?, ¿o la de antiquísima de Esopo (s. VII-VI a.C.), “El buen rey león”? Incluso “La oveja negra” de Augusto Monterroso queda perfectamente bien en analogía con nuestros grandes héroes citados asiduamente. Y el fondo de La Comadrona, de la finlandesa Katja Kettu, nos traslada hasta Laponia durante la Segunda Guerra Mundial, situándonos concretamente en los meses previos al comienzo de las hostilidades entre Finlandia y la Alemania nazi, y extendiéndose hasta los primeros meses de los enfrentamiento que se conocen como la Guerra de Laponia.

Las obras literarias nos muestran momentos específicos en la vida del hombre. Desde los eunucos y los sátrapas en Quéreas y Calírroe, hasta los delincuentes en Los bandidos de río Frío, de Manuel Payno. En la literatura se nos muestra un contexto, un ambiente, una determinada sociedad.

Se puede alegar que no es la verdad, ésa puesta en cada obra, sin embargo, no se puede negar que hay en cada una, una verdad, ficcionalizada, sí, pero no inverosímil. ¿Cómo negar, sólo por citar algunos casos, que El nombre de la rosa, de Umberto Eco, nos muestra con gran claridad el ambiente clerical de la Edad Media?, ¿o que Rasero, o el sueño de la razón de Francisco Rebolledo, pinta excelentemente el Siglo de las Luces en un París ilustrado y revolucionario? ¡Y ni qué decir de la más conocida novela de Fernando del Paso, Noticias del Imperio, en la que se cuenta la trágica historia del efímero Imperio de Maximiliano en México.

La literatura ayuda a que nuestra ignorancia sobre la historia universal sea menor. Apoya a una educación más amplia, con gran libertad de decisión para el lector, al mostrarle diversas visiones del mundo. Todo está ahí: el mundo infantil en una pequeña

ciudad del suroeste de los Estados Unidos, a orillas del Mississippi, que se encuentra deliciosamente narrado en Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain.

Así mismo, las atrocidades que el hombre ha cometido sobre la faz de la Tierra, están retratadas en la literatura. ¿Podrían ustedes mencionar por lo menos diez relatos relacionados con el Holocausto judío? ¡Y qué decir de los textos dramáticos!: una extensa línea va desde las comedias de Aristófanes, pasando por el teatro de Cervantes y de Lope de Vega, hasta alcanzar a Antonio Buero Vallejo, quien, sin excesivas pretensiones históricas, ofreció semblanzas de creadores enfrentados al poder –Goya, Velázquez–.

Claro que es imposible querer mencionar aquí todos los idóneos ejemplos de historia y literatura estrechamente ligadas. Podríamos afirmar que la literatura es nuestra memoria colectiva de todos aquellos momentos que han trazado nuestro rumbo histórico. Sabida es la profunda investigación histórica que muchos escritores han llevado a cabo para redactar sus textos. La obra literaria no es un hecho aislado, es un reflejo, consciente o inconsciente, de la situación social, económica y política de un determinado momento histórico. La obra literaria está históricamente condicionada, en la medida en que toda sociedad es, por su misma esencia, histórica; y el componente socio-cultural actúa como ingrediente de la concepción artística.

La historia [como dice Spang] ciertamente no se repite, pero el hombre con sus virtudes y vicios, sus debilidades y aspiraciones no cambia y muchas circunstancias históricas sorprenden por su llamativo parecido con los tiempos actuales y, por tanto, pueden ofrecer paralelos y también contrastes a la hora de buscar las soluciones de conflictos del presente. Y así, es entendible que todos los escritores creen sus obras a partir de un contexto histórico, en otras palabras, que sus obras tienen forzosamente un fondo histórico, sin importar que la forma adoptada oscile entre una fábula, un romance, la novela histórica o teatro del absurdo.

La Historia de la humanidad siempre ha tenido matices, determinados en gran medida, por la óptica de quien se ha encargado de escribirla. El arte y la literatura no están exentos de ellos, pues el artista enfrascado en reflejar realidades, acude como basamento temático, a la historia que origina esa realidad.

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