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¿fiction and non fiction?

Como bien se sabe, hay una larga discusión sobre las obras literarias y su relación con la realidad. Por eso, existe –entre otras muchas– esa clasificación absurda de fiction and non fiction. Eso facilita la ‘comprensión’ y no exige reflexionar tanto al respecto. Así, podemos decir que De la Tierra a la Luna, de Julio Verne, no fue más que una novela de ciencia ficción; o que Augusto Roa Bastos ‘inventa’ y se ‘fantasea’ cuando se le ocurre escribir Yo, el Supremo; y ni qué decir de La reina del sur, de Pérez Reverte, seguramente una ingeniosidad de fin de semana.

En el mismo caso tendríamos este hermoso poema de Ángel González, “Ciudad Cero” (contenido en su libro titulado Tratado de urbanismo -1967-).

Una revolución. Luego una guerra. En aquellos dos años —que eran la quinta parte de toda mi vida—, ya había experimentado sensaciones distintas. Imaginé más tarde lo que es la lucha en calidad de hombre. Pero como tal niño, la guerra, para mí, era tan sólo: suspensión de las clases escolares, cementerios de coches, pisos abandonados, hambre indefinible, sangre descubierta en la tierra o las losas de la calle, un terror que duraba lo que el frágil rumor de los cristales después de la explosión, y el casi incomprensible dolor de los adultos, sus lágrimas, su miedo, su ira sofocada, que, por algún resquicio, entraban en mi alma para desvanecerse luego, pronto, ante uno de los muchos prodigios cotidianos: el hallazgo de una bala aún caliente, el incendio de un edificio próximo,

los restos de un saqueo —papeles y retratos en medio de la calle…

Todo pasó, todo es borroso ahora, todo menos eso que apenas percibía en aquel tiempo y que, años más tarde, resurgió en mi interior, ya para siempre: este miedo difuso, esta ira repentina, estas imprevisibles y verdaderas ganas de llorar.

Este texto de González tiene tanta relación con la historia como el poema “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”, o como la famosa pintura de Pablo Picasso, el Guernica.

Si no queremos cerrar los ojos y no meter a nuestra mente en problemas, deberemos reconocer que toda obra de arte está inserta en un contexto, en una realidad, que surge dentro de una serie de circunstancias que le dan vida. En otras palabras, se trata de un asunto que se trata en un estilo propio, particular.

Sabido es que la gran obra picassiana mencionada es el reflejo de una época y de un luctuoso y dramático escenario. Picasso fue impulsado a crear esta escena debido a una noticia que lo afectó profundamente: los bombardeos que la aviación alemana llevó a cabo sobre la villa vasca que dio nombre a la obra. Entre las fuentes que le sirvieron de ‘inspiración’, estuvieron las fotografías publicadas en los diarios.

De igual manera sucedió con el conocido poema de Federico García Lorca, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, una serie de cuatro elegías compuestas por la muerte y en honor de su amigo torero. Ante esta obra –como ante otras, por ejemplo, la de Miguel Hernández, o todas aquellas basadas en el Holocausto judío–, no podemos negar la evidencia histórica que en ellas se respira.

Lo cierto es que todas las obras de arte están basadas en la vida, en lo que ocurre a nuestro alrededor, por nimias que parezcan las historias –pienso en Eduardo Galeano y sus Hijos de los días–. Ya lo dijo Aristóteles: “la poesía narra lo general, mientras que la historia, lo particular”. Incluso los bestiarios que nos presentan extraños seres, expresan nuestros más hondos terrores y están conformados con los conocidos rasgos de los seres vivos en un orden perturbador. Quizá sea hora de volver a pensar en la relación de la Historia y el Arte, en general, y en particular con la Literatura.

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