Uno de cada diez seres humanos padece desnutrición crónica, es decir, no alcanza a comer lo que necesita. Uno de cada dos vive en la pobreza mientras uno de cada tres en la pobreza extrema, esto es, vive con lo que puede consumir con menos de un dólar estadounidense al día. El drama se magnifica cuando las cifras se diferencian en términos regionales. En América Latina no alcanzan a alimentarse, como es debido, uno de cada siete, pero en Haití es más de la mitad de la población la que no come. En el África al sur del Sahara no lo hace uno de cada tres, sin embargo, en la República Centroafricana es uno de cada dos, como en Haití.
Siete de cada diez pobres en el mundo viven en un medio rural, precisamente donde se producen los alimentos. Los problemas derivados de la sobreexplotación de los recursos de nuestro planeta, junto con el incremento exponencial de gases y sustancias de efecto invernadero, han disminuido la posibilidad de producción agrícola de millones de campesinos en el mundo. Sin embargo, las grandes corporaciones agropecuarias han acaparado recursos e introducido los cambios tecnológicos que posibilitan incrementos en la productividad, rapidez de las cosechas y abaratamiento de los procesos. Mas el grueso de la producción agrícola se destina a la alimentación del ganado y a la producción de biocombustibles.
Al mismo tiempo que existen tantos millones de personas en el mundo que no alcanzan a comer lo suficiente para poder vivir con dignidad (alimentaria), la proporción de cancerosos, diabéticos, trigliceridosos, colesterolosos y, en general, obesos, con serias deficiencias de todo lo que refieren los médicos que supuestamente saben de estas cosas, que debe mantener a un cuerpo humano sano, se incrementa día con día. Casi dos mil millones de personas en el mundo padecen de sobrepeso y obesidad. Anualmente, se registran alrededor de 14 millones de nuevos casos de cáncer, la mitad se relaciona con los hábitos de consumo y los sistemas laborales. Es lo que aceptan hasta ahora los flamantes investigadores patrocinados por las empresas productoras de cancerígenos: alimentos procesados, agroquímicos, farmacéuticas, tabacaleras, automotoras, mineras y no pare usted de contar.
Alemania, China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia son los fabricantes y proveedores de las tres cuartas partes de las armas que hay en el mundo. Son las mismas armas con las que se mata, legal o ilegalmente. Con las que se desconocen los derechos humanos que todos dicen defender. Con las que la delincuencia organizada, en vías de organización o sin necesidad de organizarse, defiende su derecho a ser aunque todo el mundo defienda el Estado de derecho. Con las que se defiende el derecho a producir, atesorar y matar de hambre a los demás. Casi el 3% del valor de la producción mundial corresponde a la fabricación de armamento.
La ONU estima que casi 250 millones de seres humanos utilizan algún tipo de droga ilegal. Dice el mismo organismo internacional que 27 millones de esos 250 consumieron drogas problemáticas (sic). En el país donde habita el 4% de la población mundial se consume el 50% de las drogas que se producen o pasan por América Latina y que provocan un constante estado de inseguridad y violencia. El grueso de los consumidores de enervantes, estimulantes y toda clase de apendejantes, vive en sociedades consideradas civilizadas, ricas, sin los problemas con los que a diario se tienen que lidiar en el tercer mundo y más abajo.
Millones de personas en el mundo se han desplazado desde sus lugares de origen ante la carencia de medios para vivir. La violencia y la miseria, la explotación y la falta de perspectivas adecuadas para un futuro mejor los han hecho buscar nuevos panoramas, dentro o fuera de sus países. Extrañamente, hemos pretendido no ver que de un par de décadas a la fecha, los desplazamientos han sido provocados por lo que hemos dado en llamar crisis ambientales. Pero la crisis se está convirtiendo en el pan de cada día. Ha dejado de ser crisis tras haberse vuelto lo común.
Las doctrinas económicas han construido monumentos intelectuales a la producción, a la productividad, a la industrialización, a la generación de empleos y a la bondad del mercado. Crecimiento económico es el concepto con el que todo estadista o émulo de lo mismo se llena el hocico para presumir o para prometer. Dicen que la producción en masa y el imbatible desarrollo tecnológico son las varitas mágicas con las que los problemas de la humanidad han de finiquitarse. Basta que el mercado crezca para terminar con el desempleo y el hambre. Basta con abrir escuelas y regalar despensas para que el mundo sea mejor. La dinámica de la producción obedece tan sólo a incrementar las ganancias, ya de suyo estratosféricas, del 1% de la población mundial. Producir hasta hacer reventar el planeta. Consumir basura hasta que ésta termine por ahogarnos. Trabajamos más, acabamos más rápido con los recursos de la Tierra y cada vez hay más pobres, más sedientos, más muertos de hambre.
El magnánimo Estado mexicano, junto con los conscientes representantes patronales que hacen su lana en México, recién anunciaron un solo salario mínimo en todo el país. 70.10 pesos diarios, 8.76 pesos la hora. 51 centavos de dólar cada 60 minutos, diecisiete veces menos que el peor salario mínimo en los Estados Unidos; siete veces menos que en Portugal, país europeo con el menor salario mínimo.
Según el CONEVAL, en México hay casi 55 millones y medio de pobres (46% de los mexicanos), de los cuales, casi 11 y medio (9.5%) padecen la pobreza extrema. Además, hay 31 y medio millones más de mexicanos en estado de vulnerabilidad debido a sus magros ingresos o por sus carencias sociales, con lo cual, tenemos a casi al 65% de los mexicanos en estado jodido. Dos de cada tres mexicanos pobres viven en el medio rural. En Morelos, Veracruz, Oaxaca, Estado de México, Sinaloa, Coahuila, Hidalgo y Baja California Sur la pobreza sigue en aumento.
Menos del uno por ciento de la población mundial posee el 80% de la riqueza. Por el otro lado, solamente 76 mil personas atesoran para sí el 30% de los recursos producidos en el planeta. Si Bill Gates viviera 20 años más, nada más con lo que tiene hoy, le alcanza para mantener en México, durante cuarenta años, a poco más de nueve millones de trabajadores con el salario mínimo de 70.10 pesos diarios. Haga cuentas y pregúntese cuánto tiempo falta para alcanzar la justicia.
Todos estos cotidianos datos los han proporcionado la ONU, Amnistía Internacional y CONEVAL.