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Época de poda

Enero y febrero, desviejadero… decía mi abuela y cuando gozaba de la senectud, un enero, colgó los guantes y ya no dio más pelea. Ante tal avalancha de violencia de la naturaleza y la incomprensible tardanza para que las plantas dejen de ocupar un espacio que a nosotros nos urge llenar, pensamos que es nuestro deber echarle una manita a Natura y con todo el rigor de nuestro pensamiento criminal, nos damos a la tarea de pelonar los pocos árboles que quedan a nuestro derredor. A eso le llamamos “poda”. Podado tenemos el cerebro cuando actuamos con toda impunidad y maltratamos esos seres.

Dice el diccionario de la RAE que podar viene del latín putāre y putiza infernal es la que le ponemos a los árboles cada que se nos da la gana. Eso sí, dentro de los límites del invierno, aunque a veces éstos sean muy laxos. Más urgidos que solterón a los 22, andamos en busca de los especialistas en podar y suplicamos que cuanto antes le pongan en toda su reverenda jefa al árbol, no vaya a ser que se nos pase el invierno y tengamos de nueva cuenta la molestia del follaje, el crecimiento del ser dador de oxígeno, o una cantidad “incontrolable” de ramas por donde no deben crecer.

La mayoría de los llamados “especialistas” en podas no son diferentes a todos esos tipos que por unos cuantos pesos se encargan de mandar al otro mundo a algún semejante y que en el léxico judicial-criminal llaman sicario. ¿Los especialistas no matan a los árboles? Deberíamos encuestar el acto cada año y nos sorprenderíamos de los resultados. Una poda mal hecha, mata, lastima, hiere, deforma, enferma.

Los científicos dedicados a los vegetales, sobre todo a los árboles, afirman que estas plantas dentro de un medio dominado por los seres humanos, requieren de cuidados especiales y especializados para no entrar en abierta competencia con los meros meros del planeta. Así, las podas son necesarias cuando se requiere incrementar la producción y productividad en un huerto frutal. Es más, la producción vitivinícola no sería posible sin un laborioso y cuidadoso trabajo anual de poda que se practica desde hace ya miles de años. Lo mismo funciona para los productores nogaleros, manzaneros, naranjeros, mangueros, cafetaleros, cirueleros, cereceros y de especies afines.

Pero nos encontramos con depredadores profesionales (nosotros), que hemos decidido podar porque sí. O para que se vea bonito… y eso de que algo se vea bonito es cosa de uno; ya ven mi prima, que veía muy bonito al novio y nos resultó todo un adefesio, además de que se sentía dandy y eso de trabajar nunca se le dio.

Cuando hemos decidido podar y no tenemos el tiempo o las herramientas pertinentes o preferimos tirar barra –mejor para el árbol–, acudimos a los jardineros, que muchas veces no son más que matones de árboles a sueldo, cuyo sustento profesional se da tan sólo por el tiempo que han dedicado a la destrucción masiva de la capa vegetal de la mancha urbana. Advierto, lo anterior no elimina el principio asesino de quienes se avientan la poda por no contratar a alguien y que de plantas no saben más que la comezón que tienen en las plantas de los pies después de tres semanas de no lavarse como debe ser.

“Uy, no, qué le cuento. Si tengo retiarta experiencia en la jardinería. Treinta años dedicado a esto, usté dirá si no sé hacer mi trabajo”. Confiamos y chingó a su madre el arbolito. Troncos pelones, repletos de muñones deformes que impedirán que la planta siga creciendo sanamente. “¿Qué le hizo

a mi árbol?” “Ya quedó listo, patrón. Lo dejé bien podado.” Esperemos que sobreviva a esta acción terrorista. Después de susto, ni encabronamiento hay. Seguimos confiando en la voz de la experiencia y si el árbol muriese, se pone otro o queda de recuerdo el cadáver engarrotado de lo que pudo haber sido.

Suele suceder que los árboles sobre las banquetas (donde hay banquetas, advierto) son peligrosísimos porque agreden la cara de las personas, las ramas crecen como armas amenazantes a los transeúntes que se atreven a andar por estas calles a pie. Mientras tanto, la poda magistralmente resuelta por el hombre de la experiencia (no conozco mujeres que se dediquen a este oficio) impide que el árbol siga su curso a las alturas. ¿Por qué carajos los árboles de la ciudad deben quedarse con estatura de pigmeo?

Suele suceder también que los trabajadores de las compañías, públicas y privadas, que mantienen una permanente ornamentación urbana tan llena de bellos cables, postes, registros, transformadores y cuantas madres necesarias para brindar servicios para estar contigo o de clase mundial o para darle su totalplay por salva sea la parte, se sienten también silvicultores, botánicos o paisajistas urbanos. Usan las hachas, sierras, tijeras con tal destreza, que da como resultado la mutilación y posterior muerte de los árboles. Y todo por el bien del progreso y de los dividendos que las mismas compañías han prometido generar a sus socios, aunque para lograr tan anhelada finalidad se deban hacer a un lado los daños colaterales, que nadie cuantifica y que a pocos importan. ¡Solamente son árboles!

Resulta obvio que ni en la casa ni en la escuela, mucho menos en la tele o en el feisbuc se enseña a cuidar un árbol. En Ciudad Juárez solía haber una escuela de agricultura donde supongo habrán enseñado a los candidatos a agronomía más o menos cómo se debe cuidar un árbol. Pero ya desde hace dos décadas se decidió que los conocimientos de la tierra son superfluos y que de nada sirve una jodida escuela de ese tipo, así que mejor la cerraron. Vaya, ni en el dichoso sentido común se da una embarradita de cómo tratar a un magnífico ser como el árbol.

Bueno, es tiempo de podar. Si no sabe cómo, ni se atreva, acuda a quien más confianza le tenga, pero cerciórese de que tenga al menos un uso respetable del sentido común, porque con la vida de un árbol no se debe jugar.

Ya sé, el tema de las cotidianas es más bien superfluo porque a pocos les importan los árboles y más valdría hablar de los jodidos candidatos a los jodidos puestos en disputa que serán aprovechados para seguir jodiéndonos por los siglos de los siglos. Pero también hemos de decidir por las cuestiones prioritarias y si los árboles quedan debajo de toda esa porquería a la que estamos acostumbrados… seguiremos como estamos. Sic puto, como dijo el célebre maestro Quintiliano en su casa de Roma hace casi dos mil años.

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