Viendo a tanto pelao que la esperaba, Chuche no se amilanó, subió a la rutera pero no halló asiento. Sus compas se le apretujaron para no tener que irse a pie. Entre los malos olores y el calorón en pleno invierno juarense, comenzó a tirar rollo.
Bienaventurados los candidatos con partido, porque de ellos será el presupuesto del INE.
Bienaventurados los independientes, porque aparecerán sus nombres en las boletas.
Bienaventurados los que creen en las elecciones, porque ellos serán insaculados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed, porque les ha de tocar lonche y soda.
Bienaventurados los funcionarios públicos, porque ya tendrán su casa blanca.
Bienaventurados los limpios de corrupción, porque ellos sí se las verán con Virgilio Andrade.
Bienaventurados los que trabajan por su pan, porque serán llamados a permanecer en la miseria.
Bienaventurados los perseguidos con injusticia, porque tras ellos irá el Mando Único.
Bienaventurados serán cuando los visiten, los alaben y les prometan en falso de toda clase de bienes. Alégrense y hagan mutis de la situación, pues será la única manera que le pongan un poco de atención a las demandas de la ciudad. Así lo han hecho los profetas anteriores a los actuales.
Ustedes le dan sabor a la elección. Pero si no tienen su credencial para votar, ¿cómo le harán el caldo gordo al sistema partidista con sus peleles independientes? No sirve para nada un mexicano sin credencial, más que para ser tirado y pisoteado por los demás… cuando no hay elección.
Ustedes son de la luz del mundo, más que nada durante el día de la elección. Los que están en la cima los verán y apapacharán hasta ese día y después ni se acordarán de su vivir.
Hoy ya encienden casi todas las luminarias, solamente por donde pasará el papa, aunque la visita sea de día y que se frieguen todos los de casa.
Echen pues la luz de los reflectores delante de todos esos personajes, para que admiremos sus buenas obras y nos regocijemos por la eternidad de nuestro, muy nuestro, folklore cotidiano y que perviva por los siglos de los siglos…
Cuando Chuche terminó de hablar, sus compas de la ganga, lambiscones como siempre, le vitorearon, aunque no le pudieron levantar en hombros por lo lleno del camión. El resto de los
pasajeros se quedó con la boca abierta porque había hablado como quien tiene el don de la palabra, no como otros.
Cuando el camión se detuvo frente a la planta, todos bajaron con la resignación en las manos, las mismas que habrían de ocupar durante las siguientes ocho o diez horas para ponerle machín al camello.
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