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Ha muerto Umberto Eco

Y aunque es natural llegar a nuestro fin, es una pena cuando deja esta vida animada alguien a quien queremos profundamente, o a quien admiramos aún de lejos. Ha muerto Umberto Eco (1932).

Conocido por sus dos grandes obras: Tratado de Semiótica General (1975) y El nombre de la rosa (1980), fue también colaborador de El País, El Espectador, Prodavinci, La Nación, es decir, escribió infinidad de artículos, de opinión como les llaman algunos, en variadísimos medios. Por cierto, sostenía que herramientas como Twitter y Facebook permiten que la opinión de los "necios" tenga la misma relevancia que "la de un premio Nobel".

Como muchos de los hombres notables, no soportaba la estupidez humana, pero tenía distinguidos amigos, uno de ellos fue Saramago, de quien escribió lo siguiente:

Le vemos escribiendo un blog en el que la toma con todo el mundo en general, atrayéndose polémicas y excomuniones de muchos sitios -a menudo no porque diga cosas que no deba decir, sino porque no pierde el tiempo en medir sus términos- y tal vez lo haga a propósito. Pero ¿precisamente él? ¿Él, que cuida la puntuación hasta el extremo de hacer que desaparezca, que en su crítica moral y social no afronta jamás los problemas de frente sino que los rodea poéticamente bajo las formas de lo fantástico y lo alegórico, de modo que su lector debe poner algo de su parte para entender a dónde quiere ir a parar? Si tuviera siempre en cuenta los pros y los contras, Saramago sabría también que hay maneras y maneras incluso en la invectiva. Se ha hablado del ateísmo militante de Saramago. En efecto, sus polémicas no se dirigen contra Dios: una vez admitido que su "eternidad es sólo la de un eterno no ser", Saramago podría haberse quedado tranquilo. Su hastío se dirige contra las religiones (y por esa razón le atacan desde distintos frentes: negar a Dios es algo que se le concede a todo el mundo, polemizar con las religiones pone en discusión las estructuras sociales). En una ocasión, estimulado por una de las intervenciones antirreligiosas de Saramago, reflexioné sobre la célebre definición marxista según la cual la religión es el opio del pueblo. ¿Sería verdad que todas las religiones poseen esa virtus adormecedora? Por todo ello se me ocurre la reflexión de que si tal vez la religión en ocasiones es o ha sido el opio del pueblo, más a menudo ha sido su cocaína. Creo que ésa es también la opinión de Saramago. Y por eso yo diría que en sus breves escritos Saramago sigue alimentando su experiencia del mundo tal como desgraciadamente es.

El texto anterior es un fragmento del prólogo que Eco escribió para el libro de Saramago titulado El Cuaderno.

Por supuesto, Eco tenía juicios sobre muy diversos temas, por ejemplo, respecto a la influencia de internet sobre el trabajo periodístico, opinó: "No estoy seguro de que haya mejorado el periodismo, porque es más fácil encontrar mentiras en internet que en una agencia como Reuters". Y explicó: "En el viejo periodismo, por muy asqueroso que fuese un periódico, había un control. Pero ahora todos los que habitan el planeta, incluyendo los locos y los idiotas, tienen derecho a la palabra pública".

Sobre otros aspectos de la tecnología dijo no utilizar Twitter –que la cuenta con su nombre es falsa– y que tiene un teléfono celular que usa sólo para llamar taxis. "No quiero volverme un cretino que camina por la calle hablando solo. Estamos obsesionados por los medios de comunicación que, ciertamente, son uno de los males de nuestro tiempo. Son un mal como en un tiempo eran las epidemias. La peste. Así como mucha gente logró sobrevivir a la peste, también podrán sobrevivir muchos a los medios de comunicación".

Seguramente ustedes ya lo saben, pero no está de más recordar que Umberto Eco disfrutaba de una biblioteca en su casa con más cincuenta mil libros, en la que reinaba el silencio cuando Eco no escuchaba música clásica. Ese lugar es un paraíso para cualquier bibliófilo. La mitad de la casa funcionaba como su estudio. Todo ocupado de estantes blancos tapizados de libros.

Él fue un académico toda su vida y publicó su primer ensayo en 1956, que versó sobre Tomás de Aquino; aunque en los últimos años de su vida ya no enseñaba, aún presidía la cátedra de semiótica en la Universidad de Bolonia. Hablaba bien el inglés, pero él mismo decía que su español no era bueno.

En una ocasión se le preguntó qué es la filosofía, a lo que respondió: “Lo siento por mi conservadurismo trivial, pero no puedo encontrar una mejor respuesta que la definición que da Aristóteles de la Metafísica: una respuesta a un acto de asombro”. Además, en otra ocasión expresó, durante una entrevista, “yo no sé muy bien qué es el optimismo y el pesimismo, pero acepto la definición de Emmanuel Mounier, un filósofo francés que hablaba de un optimisme tragique. Él era un optimista trágico. Que traducido quiere decir que la vida es una mierda...” Ése es Umberto Eco; si usted quiere saber más de él, no batallará mucho en encontrar sus artículos –altamente disfrutables– o las entrevistas que concedió.

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