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Arte y Escuela (El Fracaso del talento) Primera Parte

¿Se puede enseñar arte en la escuela?

La respuesta es complicada.

Un libro publicado, por ejemplo, no fue creado dentro de un salón de clase. Una obra de teatro, una pintura, un escultura, un poema, un dibujo, no puede nacer en la academia. No existe una clase donde se enseñe “talento”. Una película no se produce en la universidad, el proceso creativo no tiene horarios. Entonces, ¿Para que sirve el arte en la escuela? Deberíamos mejor dejarnos de pendejadas y enseñar matemáticas, ciencia, y lectura puesto que eso sí sirve al alumnado y se puede medir y contar.

Esta es la lógica que durante los últimos 15 años se ha usado dentro de la educación. Han desaparecido las clases de artística desde kínder hasta la universidad. Ya no se diga de las clases de literatura y humanidades, que se han tachado de innecesarias. Pero la culpa no recae sólo sobre la miopía institucional, sino también los creadores de arte.

Desde los años sesentas los movimientos culturales empezaron tomando como base la experiencia personal. El expresionismo, dadaísmo, y varios “ismos” más, se encargaron de tachar a las universidades como asesinas del talento. Las corrientes artísticas salieron a la calle, a las plazas, a los parques y ahí se quedaron. Desde París hasta Rusia, el reconocimiento a la vida artística cotidiana dio paso a la idea de que la universidad no era mas que un estorbo.

El conflicto entre “formal” e “informal” engendró dos corrientes: la de donde todos somos artistas, y la de “nosotros los educados” somos artistas. Este rompimiento se debe a la forma en que el arte empezó a ser un producto de consumo. De pronto la pinturas se convirtieron en un símbolo de educación y de poder. Comprar arte se volvió lo mas importante. Inclusive los artistas en contra de la producción masiva artística no pudieron contra la presión de los pueblos que querían un “pedacito” de “nuestro” arte. Hoy es común ver una pintura de Frida Kahlo en una taza de café, en un calendario, o hasta en protectores de celulares.

Las producciones “anti-establishment” son ahora parte de lo establecido. Lo anti-capitalista se vende muy bien.

Inclusive en nuestra frontera, los movimientos teatrales y literarios durante los ochentas, se diferenciaban entre los “improvisados,” los que no pertenecían a ninguna institución, y los “educados,” los que eran de la universidad o trabajaban bajo una institución “cultural” del gobierno. Los pasillos culturales, que aun existen, que empezaban en la cuidad de México y llegaban a la frontera se basan en esta idea. El estado tiene recursos que vienen desde el “centro” (más educados porque somos chilangos) hacia “afuera” (los menos educados porque somos pueblos).

Bajo este marco la respuesta a ¿Se puede enseñar arte en las escuelas? depende de lo que se crea. Si usted cree en el talento como la única forma de ser artista, entonces no es necesaria la escuela. Si usted cree que la “educación” forma al artista, entonces es necesaria su implementación en las aulas.

El problema de pensar así, es que ni los artistas ni las instituciones buscan una respuesta alterna y las consecuencias son catastróficas. Los resultados han dejado mucho que desear y ninguna posición, ni los artistas, ni las instituciones, han logrado un diálogo, ni mucho menos evolucionar.

El vacío que nos deja esta falta de comunicación es devastador para el maestro, para el artista, y para la cultura en general. Tomemos el ejemplo de una película que nunca se filmó: Dune. El proyecto del chileno Alejandro Jodorowsky costo casi 10 millones de dólares y nunca se concretó.

El documental “Jodorowsky’s Dune” (Francia 2016) es un claro ejemplo de cómo el arte sin educación y la educación sin ambición y talento puede ser el fin de un artista.

(continuará)

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