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El de las muchas voces…

Algunos personajes literarios son muy afortunados, son de esos personajes que nacieron con buena estrella, muy famosos. Mucha gente los conoce aunque no haya leído las obras donde aparecen. A pesar de que no todas las opiniones sobre ellos van encaminadas en sentido positivo, la mayoría de los comentarios demuestran el peso que dentro del arte tienen. Tanto es así que encontramos una larga estela de obras en las que aparecen una y otra vez. Ésa es la historia de un ser extraordinario cuya edad abarca, no siglos, sino milenios, Polifemo.

El nacimiento del gigante se da de la mano de Homero. Ese es el registro más antiguo que tenemos del cíclope, se encuentra en La Odisea. Esta obra que se ubica aproximadamente a finales del siglo VIII a. C. y consta de 24 cantos –doce mil ciento diez versos hexámetros–, que narran las aventuras vividas por Ulises durante su regreso a Ítaca, cuando concluyó la guerra de Troya. Como es sabido, fueron diez años, entre aventura y aventura, que gastó Ulises en ese su accidentado viaje de regreso a la isla donde nació. Los cíclopes aparecen en el noveno canto y la voz narrativa es la del propio Ulises.

Por otra parte, entre la segunda mitad del siglo octavo y la primera del séptimo a. C., encontramos la obra de Hesiodo. Hasta donde sabemos, fue él quien ordenó y dejó por escrito el cuerpo mitológico –transmitido hasta ese entonces, en forma oral– en la Teogonía. Este título significa literalmente “Origen de los dioses”. Ahí podemos ver la versión escrita más antigua del origen del cosmos y el linaje de los dioses griegos. Entre los versos 139 y 146 se mencionan los cíclopes, y está asentado ahí que son hijos de Gea y de Urano. Son sólo ocho líneas dedicadas a estos personajes mitológicos, entre los que –debemos suponer– se encuentra el personaje que nos ocupa. Ahí, de alguna manera, están los rasgos que distinguen a estos seres. En ningún momento se menciona el nombre de Polifemo, quizá porque no era tan violento como Arges o porque no participó en el regalo a Zeus o en la fabricación del rayo, o bien porque era un ser más parecido a los humanos. El caso es que en la obra de Hesiodo se basaron los mitógrafos posteriores clásicos.

Es Eurípides quien lo hace aparecer dramáticamente en su obra El cíclope, la cual tiene la fortuna de sobrevivir hasta nuestros días. Esta obra, al ser un drama satírico, se presentaba al final de una trilogía de tragedias. Este género se caracteriza porque ahí aparecen los sátiros –“genios de los montes y bosques”– encabezados por Sileno. No es común en este género una reflexión intelectual, sino más bien tiene una función alegre y festiva; sin embargo, en El Cíclope encontramos un reflejo evidente de la polémica sobre los tipos de vida: el que se atiene a la razón, la justicia y las normas democráticas y el que actúa de espaldas a la ley y al respeto a los demás. Efectivamente, el dramaturgo griego tomó la historia que aparece en el canto IX de la Odisea para escribir su texto. Una diferencia importante es que los cíclopes no son presentados, al igual que en el relato

homérico, como simples pastores, sino también como antropófagos. También sabemos de otras dos diferencias con el texto homérico: la puerta de la cueva siempre está abierta y el tiempo de la historia se reduce notablemente en comparación a la historia de Homero, pues mientras en la Odisea se habla de día y medio con dos noches, en Eurípides la acción sucede en unas cuantas horas. Por supuesto, lo anterior es lógico, ya que al tratarse de un texto dramático, cuya finalidad es ser representado, se ajusta al tiempo y al espacio, propios de la puesta en escena.

Posteriormente Teócrito compone sus Idilios; los números VI y XI se refieren a la historia que nos interesa: están dedicados al cíclope. El VI se titula “Los boyeros” y escuchamos la voz de dos pastores, Dametas y Dafnis. Éste último se refiere a Polifemo y al desprecio de Galatea, lo cual da pie luego a que Dametas se lamente de su propia situación amorosa. El XI es un poema compuesto de 81 versos hexámetros griegos y está organizado en tres partes, la más extensa es la que dedica a suplicar a su amada; luego, en dos piezas muy breves, se muestra una reacción del cíclope a la inutilidad de sus ruegos y a la posibilidad de encontrar a otra mujer digna de su amor.

Como este ejemplo, hay muchos dentro de la literatura. Obras que se mueven entre lo igual y lo diferente, es decir, textos que insisten en un mismo asunto. Autores que innovan, cambian o modifican partes de una historia anterior y conservan otras más o menos inalteradas. Existe una base inicial sobre la que se trabaja; a ese fundamento se le añaden ornamentaciones suficientes que la distingan precisamente del anterior; en otras ocasiones, se extiende, o se acorta, o se presenta en un género distinto. Así, la literatura es un juego entre un material básico que se repite con cambios, alternando con diversos ingredientes.

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