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Exilio

Los exiliados son personas comunes y lo han sido siempre: niños, jóvenes, padres de familia, ancianos. Viajan huyendo, no por placer. Los exiliados son arrancados de su tierra por las garras de las circunstancias. Lo pierden todo por salvar la vida; su destino mas seguro es la incertidumbre.

En nuestro país cuando se habla de exiliados de inmediato recordamos a los miles de refugiados españoles que llegaron a México huyendo de la guerra civil. Nos sentimos orgullo-sos de la política exterior mexicana que en ese tiempo ayudó en forma decidida a que estas personas vinieran y recordamos a los diversos embajadores y cónsules que fueron primero pro-motores y luego ejecutores fieles de las indicaciones de Lázaro Cárdenas.

Pronunciamos con fruición los nombres ilustres de los que llegaron; muchos ya desco-llaban entonces en las ciencias y las artes y nos congratulamos de la riqueza que recibimos que fue una levadura creativa e impulsora. Nos quedamos a veces en la repetición de esos nombres pero perdemos de vista al resto que fueron decenas de miles.

Gracias a funcionarios del INBA y académicos de la UACJ, el jueves 21 de abril de este año tuvimos el gusto de escuchar las remembranzas que compartiera un exiliado español ave-cindado en Ciudad Juárez., don Manuel Tabuenca Gutiérrez, nacido en Barcelona en 1924. No se trata -él mismo lo dijo como una tierna confesión- de un intelectual, sino de un hombre común, tan común como casi todos los refugiados del mundo. Luego de una visión histórica que delineara el académico Carlos González Herrera, el señor Tabuenca narró sus recuerdos desde que logra huir con su familia del ejército franquista y cruzar la frontera para llegar a Francia. De ahí la espera y los preparativos para abordar el buque Mexique y viajar a México el 13 de julio de 1939. Días después llegaría a Veracruz y de allí, sin pasar por la ciudad de México viajó a Chihuahua. El primero de septiembre de 1939 daría inicio la Segunda Guerra Mundial. Para entonces el joven tenía quince años y ahora tiene 91. Don Manuel compartió emocionado muchos recuerdos de su juventud y expresó su gusto mayor por el desierto de Chihuahua que por la sierra. Estuvo acompañado en el evento por dos de sus hijas. Imaginamos la emoción que sintieron de escuchar a su padre ante un auditorio nutrido que le brindó aplausos en varias ocasiones ante una charla espontánea, ligera pero evocadora.

En don Manuel vemos el impacto humano de la política exterior mexicana y del poder que tiene el Estado para preservar vidas y generar las condiciones para su florecimiento. Ac-tualmente se viven tiempos en que poblaciones enteras en todos los continentes abandonan sus casas, forzados por guerras y persecuciones y ansían encontrar refugio en otros países. En lugar de calidez y brazos abiertos, enfrentan alambre de púas y discriminación. Muchos son personas con una buena formación que llegarán a otros lugares a prestar trabajos sencillos si acaso. Nos conmueven escenas aisladas de sufrimiento y muerte pero la realidad es mucho peor y corremos el riesgo de endurecernos ante la desgracia de otros.

Charlas como la de don Manuel Tabuenca nos hablan de nuestra fragilidad y a la vez fortaleza. Son un recordatorio de que somos vulnerables pero también de que podemos impo-nernos frente a la adversidad.

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