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¿Y mi Celular? (la tecnológica en la educación) Segunda Parte

¿Qué se gana con quitar el celular a los alumnos? La respuesta parece ser clara: los estudiantes ponen atención, es mala educación, y en la escuela se viene a estudiar. Nuestra lógica nos hace percibir al teléfono celular como una distracción porque en nuestra experiencia personal se usa para textear, para el Face, y para hablar por teléfono. El uso educativo no contempla a la nueva tecnología como pedagógicamente viable.

Aunque todas estas razones para no dejar usar el celular en el salón son válidas, no se debe de perder de vista las oportunidades que se escapan por entre las manos a las instituciones educativas. “Aulaplanta.com” describe las tendencias que cambiarán al salón en el futuro (aunque muchas de estas ya están en práctica).

Definitivamente la más importante es cómo el proceso de enseñanza/aprendizaje se personaliza cada vez más. Los avances digitales son la única opción para llevar a cabo esta nueva faceta en el alumnado. Cada alumno entra al salón con una experiencia diferente, con una inteligencia distinta, y con un proceso de aprendizaje diferente. Mientras el profesor siga optando por “hablar” esperando que el estudiante “escuche” la mayoría de la clase se sentirá perdida. No importa qué tan interesante sea la plática, pero para aquellos que basan sus experiencias visualmente, musicalmente, o aprenden “haciendo” cosas, se trata de una pérdida de tiempo.

La finalidad de un profesor es el aprendizaje y no la enseñanza. Los medios digitales ofrecen la oportunidad de que el alumno aprenda a su propio paso, con su propio estilo, y que sea personalmente responsable por adquirir el conocimiento necesario para “pasar” la clase. El maestro se convierte en un consejero académico, ayudando a evaluar los métodos y guiando a los alumnos a discernir lo bueno de lo malo. En este sentido, la “verdad” estudiantil se crea por un acuerdo mutuo en vez de brotar de una sola fuente.

Uno de los más grandes problemas en la educación es su conexión con el mundo real. Hablando con una muchacha este fin de semana, me explicaba que no veía la educación superior como necesaria porque lo que se aprendía nunca de iba a utilizar en la vida real. Existe un vacío entre la teoría y los conceptos en el salón que ya no puede ser ignorado. El valor de la educación sigue siendo un papel al terminar un curso, pero la aplicación de lo aprendido se termina en el aula. Cuando uno entra a un trabajo, tiene que aprender lo que se necesita hacer para realizar la labor diaria. La defensa educativa pasa después a ser que, sin las enseñanzas en la escuela, esa persona no hubiera aprendido hacer el trabajo. Esta mentira no puede seguir vendiéndose.

El aprendizaje activo requiere de una multitud de propuestas y metas que tienen como eje la pregunta: ¿Por qué estoy aprendiendo esto? Nos basta con investigar los nuevos millonarios y ver cómo lograron más al salirse de la escuela porque decidieron aprender lo que se necesitaba, y no lo que un maestro dictaba. La educación debe de basarse en proyectos y retos donde los estudiantes desarrollen resultados aplicados a la sociedad.

Las bancas alineadas frente al maestro representan a los huesos de un dinosaurio. Los espacios deben de ser flexibles, cómodos y adaptables a la situación. Los estudiantes pueden trabajar en grupo, o no, si así lo desean.

Por último, el aprendizaje ya depende de un lugar y un horario. Con la comunicación instantánea al alcance de nuestras manos, se abre la posibilidad de aprender a diferentes horas, de experimentar con otros recursos virtuales, y de conectarse a otras comunidades a miles de kilómetros de distancia.

Si no he convencido al maestro con estas posturas, me queda sólo una, la más importante. La tecnología nos lleva a la equidad. No debe de confundirse con la igualdad.

Para ello, es necesario entender la importancia que le da la UNESCO a la educación digital.

(continuará)

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