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Venezuela en trizas

  • Ricardo León García
  • Jun 3, 2016
  • 4 min read

Cuando Simón Rodríguez, Francisco Miranda, Simón Bolívar y un sinnúmero de ilustrados magnates del cacao determinaron que era tiempo de echar fuera a los españoles, soñaban en construir una nación que condujera los destinos sudamericanos. Cuando en 1819 se crea la Gran Colombia, a Bolívar solamente le faltó su Grand Armée para emular del todo el intento bonapartista de controlar “el mundo civilizado” y, de paso, todo lo que se les atravesara.

Un siglo después, mientras en México la gente se partía en gajos la mandarina y un grupo de gandayas por fin pudo desplazar a otros de su misma calaña, teniendo como saldo casi un millón de muertos, el gobierno venezolano permitió el arribo de oportunistas expoliadores que iniciaron la explotación del petróleo. No me reclame nada, ya sé que en México comenzó antes, pero los gandayas se metieron en problemas cuando sus expoliadores tuvieron líos con las fuerzas revolucionarias, así que entraron en standby mientras acababa la carnicería “y se construían los consensos” debidos, como en toda democracia.

Los expoliadores de la riqueza venezolana (que eran los mismos exprimidores del petróleo mexicano) vivieron un tiempo de felicidad galopante. Se han llevado cuanto han podido, mantuvieron a los venezolanos en la miseria, contaminaron el territorio con toda impunidad y cuando otro grupo de gandayas trató de limitar esta salvajada, éste fue acusado de terrorista y quién sabe cuántas cosas más.

Pocas naciones latinoamericanas han obtenido tanto dinero como Venezuela. Si han dado hasta la nalgas para que los inversionistas no se les vayan, para que no dejen en el desempleo a los ciudadanos, para que les hagan un batidero sus ecosistemas, al menos han tenido para construir un país, jodido, pero país al fin. Un país que ahora se les cae porque los precios del material que extraen en Venezuela para el bienestar del mundo civilizado, están por los suelos.

Todo gobernante es un gandaya, ni duda cabe. Hoy, los males venezolanos son achacados a Nicolás Maduro, príncipe heredero del malogrado Hugo Chávez. ¿Inocentes palomitas? No han podido, o no han querido, transformar el camino que emprendió el país de manos de las compañías petroleras con base en Nueva York, Rotterdam, Londres, Houston, Oslo o Tokio. Son quienes mandan. Y dado que se enfrentaron con los dueños de la riqueza del país, se les acusa de comunistas, castristas, populistas… Quizá lo sean, es algo que no me importa. ¿La oposición y sus patrocinadores dentro y fuera de Venezuela gobernarían de una manera diferente?

En Venezuela hay escasez de alimentos, se trata de una trastada de los grandes comerciantes que esconden las mercancías como una forma de presión al régimen y a sus bases. Quéjanse los empresarios de la cortedad de las materias primas, como Femsa, que ya planea dejar de producir cocacola ante la escasez de azúcar que el gobierno determinó se distribuya prioritariamente entre los compradores de a pie. Las aerolíneas extranjeras han reducido y hasta cancelado sus vuelos a y desde Venezuela porque el maldito gobierno no les deja sacar los dólares. Gran pecado en tiempos del liberalismo en su más cruda expresión, ¡pues que se jodan las mayorías, que para eso están!

Para colmo, la electricidad brilla por su ausencia. De acuerdo a los informes de los servicios meteorológicos, el calentamiento global ha provocado una de las peores sequías en gran parte del territorio venezolano. Capriles y sus secuaces dentro y fuera del país, culpan al presidente Maduro y a sus secuaces (todos tienen secuaces, ¿no?) de que no llueva. La falta de lluvias provoca cortes en los suministros de agua potable en muchas ciudades pero, lo más pior en tiempos de modernidad acelerada, no hay agua suficiente para que los embalses hidroeléctricos generen la energía requerida para crecer, para producir, para poner a trabajar al país como debe ser.

La crisis venezolana se refleja en todos los hospitales de servicio público y gratuito que carecen de medicamentos, de materiales de curación. A los médicos y enfermeras ni siquiera les han pagado el total de sus salarios devengados. Los enfermos deben regresar a sus casas sin tratamiento, sin consulta, sin palabras de esperanza siquiera (aunque no curen). Los partos se realizan sin intervención científica y las mujeres deben dar a luz de acuerdo a sus recursos.

Nuestros lectores mexicanos estarán suponiendo que estoy hablando del IMSS o del ISSSTE, incluso de la maravilla que ha resultado el Seguro Popular. ¿Acaso Maduro administra estas instituciones mexicanas? En Venezuela, como en México, como en el resto del mundo, los sistemas públicos de salud han sido calificados como populistas y la estrategia para eliminarlos y entregar todo esto en bandeja de plata a los grandes inversionistas, es dejarlos morir, provocar la insatisfacción en los usuarios y apoyar cualquier cosa que parezca una solución rápida a la desesperada población que no tiene cómo aliviar sus males.

¿Qué más da? Venezuela y México podrían hermanarse con lazos mucho más profundos que los actuales. Maduro debería seguir la estrategia mexicana: darle en la madre a todo cuanto parezca populismo para regalarlo (o malbaratarlo, da lo mismo) a alguna empresa socialmente responsable y a partir del emprendedurismo, el altruismo y la visión globalizada, competitiva, certificada, realista y, sobre todo, comprometida con el desarrollo mundial.

Sería matar dos pájaros de un solo tiro. Lo de matar fauna silvestre está de moda, no hay fijón, menos ha de importar el método. Por una parte se eliminarían los subsidios a los jodidos, a ver si de una vez por todas dejan de estar jorobando. Y, por la otra, se adelgaza el Estado nacional en beneficio de quienes poseen en propiedad el know-how y la benefactora iniciativa para engrandecer a la humanidad, sobre todo a esa parte que ya debe salir de la miseria de una vez por todas.

Total, lo demás es lo de menos.

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