El renacido
- Ricardo León García
- Jul 1, 2016
- 4 min read
A lo largo de la historia, una y otra vez, la gente ha querido creer en la vida eterna, en la reencarnación, en el safis vueltis, en la repetición del ciclo… Quienes lo creen, estarán muy angustiados pues no solamente hay que creerlo, sino también débese estar convencido de las maneras como cada individuo puede lograr una nueva oportunidad.
Para mejor entrenamiento de las posibilidades para volver a empezar, las burocracias públicas y privadas -unidas jamás serán vencidas- han ideado patrones de comportamiento que tienen la intención oculta de preparar a la humanidad para el renacimiento.
Dígame si no es cierto que los usos y costumbres de quienes determinan las formas de conducirnos por la vida, nos brindan el mejor de los entrenamientos para pensar que la vida se repite y que cuando uno supone que ya ha superado ciertas etapas de nuestra existencia, ahí nos tienen, comenzando de nuevo.
Para nada me creo eso de los enfrentamientos entre visiones gubernamentales y visiones empresariales. Se complementan mejor que entre Stan Laurel y Oliver Hardy. Claro, eran constantes las situaciones en las que el gordo Hardy siempre remarcaba la estupidez del flaco Laurel; al final el espectador quedaba con la idea de haberse divertido por rutinas nada sorpresivas pero que insistían en la gran diferencia entre uno y otro. A fuerza de siempre lo mismo, se concluye que ambos eran unos idiotas y más los que estábamos de este lado de la pantalla, por aceptar tanta babosada y que hasta pagásemos por ello. Así nos traen gobernantes e iniciativos.
Oliver (los representantes del empresariado nacional, fuertemente globalizados y en estado continuo de modernización) sostiene que el idiota de Stanley no sabe hacer las cosas y que detiene la marcha del progreso. En tanto, Stan siempre tiene que estar apoyando a Oli para salir de los apuros en los que se mete por su legendaria torpeza y supina ignorancia. Tal para cual, cuando no se lanzan un pastelazo, se tuercen la nariz o se recetan un zape marranero mutuamente, pero no pueden actuar uno sin el otro y siempre a costa de los ciudadanos.
¿A quién se le ocurrió la dichosa reforma educativa? Fuertemente impulsada por Oli, a Stan no le quedó más que obedecer. Se pone en marcha, pero no pasa nada diferente. El guion no se modificó en absoluto, pero se incrementaron las entradas y salidas de escena; se filma en blanco y negro, pero se entinta la cinta, dando al espectador una sensación de diferencia. En algún momento se incluyó el sonido y se hubieron de escribir algunos parlamentos, pero el objetivo final siempre ha sido cambiar las cosas para que todo siga igual y los ciudadanos mantengan su preferencia por pagar en la taquilla para ser testigos de un espectáculo basado en la violencia, en el desprecio a todos los demás y en el beneficio propio de quienes encabezan la producción.
Y lo mismo que para la educativa, vale para las “otras reformas estructurales”, que no pasan de ser un pésimo sketch de comedia barata. Pero cada vez que se anuncian los grandes cambios, “ahora sí, para reforzar la relación ganar-ganar”, las jodidas comparsas y fieles espectadores son quienes pagan las consecuencias.
Para el mejor sostenimiento de la maquinaria de la bofetada y el pastelazo, las reformas no son más que reforzamiento de los mecanismos de control de la población que menos beneficios obtiene por
la explotación de los recursos naturales, por la definición de prioridades nacionales, por el establecimiento de planes nacionales de desarrollo o por las acciones sociales que tanto Stan como Oli llevan a cabo para mantener en silencio y quietud a la manada.
Una estrategia remarcable en todo este juego de aparentes contradicciones que tienen la sola finalidad de divertir con guerras de pasteles, mientras a los espectadores se les trata a palos y con el uso de otro tipo de armas convencionales y jurídicas, es el del sometimiento por la vía del trámite.
Poco a poco se fue imponiendo la política de los certificados, de los documentos que deben ser como el tesoro más preciado de los muertos de hambre para mantenerse en la legalidad. Papeles para todo y quien no los posee, no existe. Los documentos son la evidencia de existencias y son condición para poder seguir siendo. El documento primordial para garantizar la vida es el papel moneda (que ya se hace de plástico). Con papeles uno demuestra nacionalidad, nivel concluido de escuela (otra cosa es el nivel educativo), propiedad o posesión, estado civil, condición social, lugar de residencia, adscripción a tal o cual organización…
¿Sabe usted cuántas veces ha tenido que tramitar una copia de su acta de nacimiento para mostrarla o dejársela a un burócrata o a un empleador? ¿Cuántas veces hemos debido tramitar documentos de identidad para comprobar pertenencia o grado de esclavitud?
Domitila Perches, mayor de edad, nacida en Congregación Hidalgo, Coahuila, casada con un operador de producción en una empresa productora de madrinolas para la industria aeroespacial, con cuatro hijos que ya rebasan la adolescencia, empleada eventual, tiene necesidad de hacer uso del IMSS por su salud. No puede ir con el doctor Simi ni algo parecido, pues si tiene Seguro, ¿por qué gastar lo que no tiene?
El día de su cita le niegan el servicio pues debe comprobar que está casada con un derechohabiente. “Pero si he recibido el servicio durante los quince años recientes y ustedes tienen mi acta de nacimiento y de matrimonio”. “No señora, ya no valen. Debe presentar copias nuevas”. Y Domitila debe gastar lo de los frijoles y las tortillas de la semana para tramitar nuevas copias de actas en su pueblo de origen, donde nació y donde se casó. Es como volver a nacer, volver a empezar para llegar con el médico quince días después, ya a salvo sus derechos para que le diga el doctor: “¿Por qué no vino antes, señora?”
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