Hace un par de semanas, o algo así, hablé sobre las cuatro estaciones, específicamente cómo éstas han influido en los autores, sobre todo en los poetas, para que ellos dediquen sus esfuerzos para crear obras que se refieran a ellas. Pero el calor, particularmente de estos días, cuando hemos estamos arriba del promedio resultante de los últimos 50 años, me ha hecho pensar en las obras producto de los augurios pesimistas; algunas de ellas son llamadas de ciencia ficción, otras, ecológicas.
Entre ellas figuras Deshielo, de Ilija Trojanow, y El mundo sumergido, James Graham Ballard, que proclaman el aumento de la temperatura del globo terráqueo y sus sombrías consecuencias para los seres humanos. En esa línea han proliferado los trabajos tanto de ficción como los documentales, que están insistiendo en la desmesurada actividad del hombre sobre la tierra.
Seguramente ustedes piensan en la muy conocida película Soylent Green (Cuando el destino nos alcance), de 1973, basada en la novela ¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! (1966), de Harry Harrison. También Jim Motavalli, director de E/the Environmental Magazine, publicó un libro, titulado El cambio climático: crónicas desde las zonas de riesgo del planeta (2005), en el cual participaron varios periodistas medioambientales desde lugares donde el cambio climático ya es visible.
No trato ahora de hablar de tales obras, ya que son muy conocidas por un amplio público. Más bien lo que me interesa es que reflexionemos en nuestro entorno y en nuestras prácticas habituales. Obviamente, no me quiero poner moralista, creo que se trata de una cuestión de conveniencia. Cierto es que nuestro actual sistema de vida es tan envolvente que resulta difícil querer apartarse de él: el consumo al que estamos acostumbrados, la zona árida que habitamos y la búsqueda de una supuesta felicidad nos mantienen atados a prácticas bastante nocivas para nosotros mismos.
Todo eso viene a cuento por el calor que estamos padeciendo. La temperatura de las últimas semanas está por arriba de la media histórica, alrededor de unos cinco grados, tanto para la máxima como para la mínima. Además, me parece que todos hemos escuchado, o visto, que nuestros vecinos “revisan” sus aparatos de aire una y otra vez; algo debe fallarles que no enfrían tan bien como quisiéramos. No es de sorprender, tampoco, que hay quienes de levantan a medianoche para tomar una refrescante ducha.
Si el Calor hablara, seguramente lo haría así:
Cada vez que aumento
a todos les molesto,
pero cuando me ausento
ya no están tan contentos.
Yo no me veo, pero me siento
soy como un fuego que quema por dentro
Me transmito cuerpo a cuerpo
igualando temperaturas por el mundo entero.
No me confundan,
yo no soy el fuego, yo no soy el sol,
Soy mucho más, soy el calor.
J. Fco. Glez. As es el autor de este poema. A mí también, este calor me cansa, me agobia, pero más me preocupa.
Quizá –como muchos científicos ambientalistas pregonan a los cuatro vientos– todavía estemos a tiempo de revertir el daño que nuestro propio existir –junto con nuestro desmesurado deseo de alcanzar el american way of life– han ocasionado a la Tierra.
Ya saben de lo que hablo: deforestación, que significa para nosotros papel, ¡mucho papel!, muebles, empaques; presas, desvío y entubamiento de ríos –como el caso del río Colorado y el Yaqui, y 12 de los 13 en la ciudad de México, que se transformaron en canales de desagüe–, todos ellos de difícil restitución; crecimiento desmesurado de la población –de lo que nadie parece ser responsable–; extracción de petróleo –¡plástico, bendito seas!– y de minerales – China aporta el 95%, de una sola de sus minas procede la mitad del suministro mundial de los elementos básicos para productos tecnológicos.
Soñar e intentar alcanzar la forma de vida de la minoría rica es el cuento de nunca acabar y nos ha llevado a números absurdos como eso de que la riqueza global está en manos de menos del 1% de la población, o dicho de otra manera, 62 personas poseen la misma riqueza que la mitad de la población mundial. Dicho en Forbes y por la OXFAM.
Haríamos mejor en leer y tratar de entender a algunos escritores que se refieren a formas más sencillas de vida, por ejemplo, Eduardo Galeano, autor de esta frase: "El automóvil, el televisor, el vídeo, la computadora personal, el teléfono celular y demás contraseñas de la felicidad, máquinas nacidas para «ganar tiempo» o para «pasar el tiempo», se apoderan del tiempo". También recomiendo echarle un ojo a las imágenes del polaco Pawel Kuczynski, hay algunas realmente perturbadoras. O a las del grafitero británico Banksy. Con el internet ahora es posible conocer la obra de medio mundo.
Sin embargo, basados en que todo es relativo, hay quienes aseguran que nuestra huella en la Tierra no es tan profunda, que el planeta mismo se transforma y que con nosotros y sin nosotros, cambiará: de un modo u otro seguirá albergando la vida y un día ésta desaparecerá, pese a cualquier esfuerzo que los humanos hagan. ¿Usted tiene alguna postura al respecto?, ¿ha analizado con algo de profundidad sus razones, sus argumentos? Ya ven, el calor me abruma.