Allá por la década de 1940, pusiéronse de moda al menos dos canciones que hacían referencia a un acto que la mayor parte de las veces se presta a la incredulidad. Carlos y Pablo Martínez Gil compusieron Falsaria; mientras que Pedro Flores fue el autor de Perdón. Sin importar su edad, seguramente alguna vez en su vida ha escuchado ambas pegajosas canciones.
Los autores y compositores de Misantla, Veracruz, los hermanos Martínez Gil, escribieron: “Cuán falso fue tu amor, me has engañado. / El juramento aquel era fingido. / Sólo siento, mujer, haber creído / que eras el ángel que había soñado”. Más adelante sigue el estribillo que da título a este conjunto de necedades.
Por su parte, el boricua Flores acomodó sus ideas de la siguiente manera: “Perdón, vida de mi vida; / perdón, si es que te he faltado; / perdón, cariñito amado, / ángel adorado, / dame tu perdón”. Palabras, sentimientos y canciones que escuchamos y repetimos diariamente.
El 18 de julio pasado, en una ceremonia de pompa y circunstancia, el gobierno mexicano anunció el nuevo sistema nacional contra la corrupción. Por la experiencia de los últimos doscientos años, el pesimismo se apodera de mi ser, para lo cual no me queda más que decir que se trata de un conjunto de leyes y declaraciones como los cientos de miles anteriores en dos siglos. ¿Alguien puede estar seguro que ahora sí se detendrán las prácticas ilícitas que favorecen a unos por encima de los otros? A todos nos gustaría decir que ahora sí vamos por el camino de la legalidad… pero hasta hoy solamente son palabras y leyes generales.
Mientras se estructura de la manera deseada (deseada por quienes proponen, redactan y aprueban las leyes), el mentado sistema anticorrupción fue presentado con la alharaca del caso y su punto emotivo superior fue el perdón pedido por quien ostenta el mayor cargo dentro del poder ejecutivo del país. Si bien fue el gancho discursivo para provocar el sentimiento de credibilidad y confianza en las palabras de quien representa a uno de los sistemas políticos más corruptos de la galaxia, es necesario tratar de entender que forma parte del discurso.
Pedir perdón no es otra cosa más que provocar un sentimiento de bienestar en la persona que lo solicita. Es la forma de sentirse liberado de quien comete una falta contra alguien más, en plural o singular. Otorgado o no el dichoso perdón, quien se sabe o se siente culpable de una falta, supone que el reconocimiento por haber obrado de manera inadecuada, ilegal o criminal, le puede eximir de los señalamientos personales o castigos que haya diseñado la sociedad por tales actos.
¿Otorgar el perdón implica hacerse de la vista gorda ante lo incorrecto o comprender que todos tenemos la capacidad de brincarnos las normas establecidas? ¿Otorgar el perdón elimina la acción contraria a las leyes o los usos y costumbres? El perdón no borra la falta, el pecado, el delito. Pedir perdón es un acto de arrepentimiento, real o fingido. Perdonar es un acto que se realiza de acuerdo a la moralidad de la persona y se otorga o se rechaza a partir de la percepción que sobre la honestidad del demandante del perdón se tenga. ¿Puedo delinquir y pedir perdón para evitar la pena establecida por las leyes, normas y estatutos?
Galileo Galilei jamás se enteró del perdón pedido por Juan Pablo II en octubre de 1992, aunque Ratzinger y su equipo siempre han afirmado que la Iglesia nunca se equivocó en el caso del astrónomo de Pisa. Con o sin perdón, le hicieron la vida imposible a Galileo. Pero la iglesia se ha lavado las manos y la gente común y corriente tiene una percepción diferente de una institución con la capacidad de admitir que ha cometido excesos y errores, pero que se da cuenta de ello. Las victimas de pederastia en los Estados Unidos, a quienes Francisco I pidió perdón, tampoco han transformado su existir después de tan noble acto de reconocimiento.
De la misma forma funciona el perdón que le suplicó mi compadre a la comadre la semana pasada en la sala de terapia intensiva del hospital, después de la chinga que le puso por no haber terminado de hacer la cena antes de las siete para poder ver el partido. Amorosa y comprensiva, la comadre lo perdonó y se alegra ahora de que las marcas de la putiza no serán evidentes en el largo plazo. Por supuesto, la cena estará a tiempo a partir de ahora, para no dar pie a las reacciones. Funcionó el hecho de pedir y otorgar el perdón.
Así mismo, Peña Nieto pidió perdón. Dice que se condujo de acuerdo a la ley y nos pide perdón. “En carne propia sentí la irritación de los mexicanos. La entiendo perfectamente, por eso, con toda humildad, les pido perdón. Les reitero mi sincera y profunda disculpa por el agravio y la indignación que les causé”.
¿Por qué escoger a un menor incondicional achichincle para dirigir las investigaciones sobre la adquisición de una casa de casi 90 millones de pesos? ¿Por qué pedir perdón si todo fue legal? ¿Por qué deshacer el contrato entre Angélica Rivera e Higa si no había nada turbio que ocultar? ¿Por qué el hostigamiento de MVS a Carmen Aristegui y a los editores del libro sobre la casa blanca?
Si todo es blanco, legal, irreprochable, de acuerdo a derecho, tan sólo bastaría abrir al público los documentos respectivos y sustentar una demanda por difamación ante algún tribunal en el caso de que lo publicado por el equipo de investigación periodística hubiese sido mera invención. ¿Hay algo qué perdonar? Y ya que andamos de perdonadores, Rafael Caro Quintero también ha pedido perdón.
Aunque tengo poco oro y poca plata / y en materia de compras soy un necio, / espero a que te pongas más barata, / sé que algún día bajarás de precio. / Oye Salomé, perdónala, perdónala.
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