La literatura ha sido estudiada de múltiples maneras y por una infinidad de autores. Los textos más antiguos relativos a este tema, son ni más ni menos que los de Platón y Aristóteles. La cultura clásica, lo sabemos, es la cuna de la civilización occidental. No hay tema que no haya sido discutido ya fuera entre los griegos o entre los romanos.
Entre las preguntas sobre la escritura estética ha figurado aquella que cuestiona el género. Estos géneros se han armado de acuerdo a las características de los textos y aunque se han dado muchas discusiones al respecto, ya que los criterios son muy variados, existen tres grandes conjuntos en que las distintas clasificaciones coinciden: el lírico, el dramático y el épico. Éste último, también con las debidas disputas, es el que actualmente llamamos narrativo.
La estructura elegida conlleva de algún modo el género en el cual presentará el autor una historia. Un ejemplo de ello es, a simple vista, distinguible por el auditorio, me refiero a la obra dramática. El receptor detectará una estructura similar en una tragedia, en una comedia o en una pieza. De igual manera notará, de forma general, la misma estructura en los sonetos, sin importar autor o tema; o la similitud de los romances.
En el caso de la narrativa, tenemos una estructura externa y una interna, cuestión tratada por Wolfgang Kayser. Ésta última fue ampliamente explicada por Tzvetan Todorov, quien se refirió a una serie de secuencias que organizan el contenido: situación inicial, es decir, el estado de equilibrio en que se encontraba la historia; equilibrio que –siguiente secuencia– ha sido roto por un conflicto; mismo que se desarrolla de tal o cual manera, dando por resultado una nueva situación, que puede ser positiva o negativa para los personajes participantes en la historia, incluso se puede regresar al mismo equilibrio inicial (se trata en este último caso de aquellas historias donde aparentemente no pasa nada).
Otro de los rasgos que distinguen al género narrativo de los otros, es que cuenta -obviamente– con una voz narrativa. Ese narrador se tipifica, según Gerard Genette, desde varios aspectos de la historia contada. De acuerdo al tiempo, el narrador puede ser ulterior, anterior, simultáneo e intercalado. Los niveles narrativos, por otra parte, los divide en extra, intra y metadiegético. Considerando si la persona que cuenta está inmiscuida en la historia o no, les llama homodiegético (es el que está dentro y puede ser personaje o testigo) y heterodiegético; del primero se desprende el autodiegético, que indica un grado más intenso de participación.
Por otra parte, el narrador cumple alguna de las siguientes funciones: la primera y que todos los narradores cumplen, es la de contar; la segunda es aquella de control, relativa a la metanarración, pues desde dentro de la historia controla su organización interna; la
función de comunicación es otra, que incluye en sí la fática y la conativa de Roman Jakobson; por último, cuando se presenta una relación afectiva, moral o intelectual, del narrador con la historia, se cumple la función testimonial.
Otro elemento en las narraciones, imprescindible como los anteriores, es el grupo de personajes. Sus estatutos dependen de sus atributos y circunstancias. También ha sido llamado actante. Se habla muy seguido, por ejemplo, del héroe. Algirdas J. Greimas se refiere al personaje simplemente como sujeto. El coro en la tragedia griega es un personaje colectivo, y esto era así porque representaban la voz del pueblo. Otros términos que se usan para los personajes, son: protagonista, antagonista, secundarias, ambientales, entre otros más. Se distingue también entre personajes redondos y planos; los primeros son más complejos y verosímiles; los segundo, más simples y menos creíbles.
El tiempo y el espacio son dos aspectos muy estudiados en el género narrativo. Mijaíl Bajtín nos legó el concepto de cronotopo como una unidad con dos elementos, uno temporal y otro espacial. Pero otro autor muy connotado en este campo es Gaston Bachelard, quien nos dejó su conocida obra La poética del espacio. En ella analiza desde la casa hasta el universo y la dialéctica entre lo de dentro y lo de fuera. El tiempo fue determinante para Aristóteles para su tipología de los discursos, de acuerdo al pasado, al futuro o al presente, lo que tradujo como género judicial, deliberativo y epideíctico. También habló del orden natural, o cronológico, y del artificial. De este último se han analizado las anacronías, que se dividen, principalmente, en analepsis (regreso en la historia) y prolepsis (adelantos).
Cada actividad tiene un conjunto de palabras de uso propio, tales como ablación o disfagia en la medicina; o ábside y balaustre en arquitectura. El tratado es el vocabulario técnico, el utilizado en el análisis literario. Por supuesto, sólo está mencionado a vuelo de pájaro y por lo que respecta al género narrativo.