Diversas agrupaciones en el país mantienen ya durante varios meses una guerra declarada contra los libros de texto gratuitos. El meollo del asunto, espetan, es el contenido explícito, tan sucio y perverso, de la educación sexual que se quiere brindar a los chamacos mexicanos.
No se trata de algo nuevo, ni en el mundo, mucho menos en México. No es que la historia se repita, sino que una y otra vez, hay un enfrentamiento entre quienes imponen lo que la gente debe aprender y quienes se resisten a que sus hijos sean considerados parte de la gente.
No defenderé la gestión de un tipo tan poca cosa como Aurelio Nuño Mayer ni a sus antecesores en el despacho de Argentina 68, en el centro de la ciudad de México. Hace lo que debe hacer, es parte de su obligación… y la debe cumplir.
Los argumentos de la contra son en verdad patéticos: la perversidad de mostrar a los infantes lo que significa tener relaciones sexuales; los mecanismos biológicos que hacen posible el deseo y el acto sexual; los métodos para evitar un embarazo; la insistencia en el sexo seguro y responsable; lo natural que es la masturbación; la tolerancia a las diferentes formas de preferencia sexual; entre “otras perversidades”.
Afirman que es una manera de fomentar el gozo sexual en la soledad. Claro, dado que gozar de la vida siempre ha sido un pecado y quien disfruta debe ser adorador de Satán, a estos individuos se les frunce tan sólo de pensar que pueda existir alguien feliz al menos por un instante. La felicidad del otro no mata pero incomoda, produciendo prurito en regiones indecibles de los cuerpos puros y decentes.
Dicen, éstos que piensan que saben, que tratar el tema de la sexualidad es fomentar los embarazos entre las adolescentes. Para que eso no suceda, por ejemplo, agrupaciones de padres de familia y legisladores panuchos de Nuevo León, están decididos a arrancar las páginas de los libros donde “eso” se menciona. Insisten en su derecho de educar a sus hijos a su manera. ¿Para qué mandarlos a la escuela entonces?
Si en los libros se habla de la masturbación, de ninguna manera se está tratando de que todos los adolescentes se masturben. ¿Acaso los autores de este libro de texto están inventando la acción de la autocomplacencia sexual? ¡Los miles de millones de seres humanos que desde los tiempos en que los infelices mamuts retozaban en la tundra, han logrado una satisfacción sexual en solitario, nunca tuvieron la delicadeza de hojear el libro de la SEP!
Señoras y señores defensores de la decencia y de las buenas costumbres: explicar un fenómeno que se da de manera cotidiana no significa su fomento ni su invención. Es tan viejo como el agua tibia o el catarro común. La gran diferencia es que mucha agua ahoga o causa destrozos irreversibles y el catarro puede hasta matar a los cuerpos débiles.
El otro aspecto que se niegan a aceptar los paladines de las buenas costumbres es el relativo al respeto hacia la diversidad sexual. Otro fenómeno tan antiguo como la guerra o la desigualdad social.
¿En qué le afecta a la sociedad la existencia de la homosexualidad? Intentar que se respeten las preferencias sexuales individuales tampoco significa que se fomente la destrucción de la sociedad.
Cerrar los ojos ante la realidad es propio de quienes tienen una visión cuadrada del mundo. La intolerancia ha sido una de las motivaciones de grandes matanzas y conflictos entre grupos diferenciados. Hablar del respeto a las decisiones individuales es lo más congruente que se puede intentar dentro de una sociedad que pretende convertirse a la democracia e instalarse en ella.
No aceptar al “otro”, según la experiencia nefasta de nuestro planeta, ha provocado eventos como el holocausto judío, la persecución de los gitanos en toda Europa, las matanzas entre tutsis y utus en Ruanda, las múltiples expresiones de la yihad, la sanguinaria presencia del Khmer Rouge en Camboya o las acciones etnocidas en la Amazonia.
Si no nos gusta la existencia de gente con preferencias sexuales diferentes a las nuestras, ¿los vamos a confinar en un campo de concentración? ¿Los eliminamos de una vez por todas? Es deseable que a toda la sociedad le quede claro que no todos podemos pensar o gozar exactamente igual.
En los regímenes intolerantes se dan muestras diarias de que cualquier cosa que amenace la tradición y las costumbres debe desecharse, por el bien del status quo. ¿Podemos construir una democracia negando los derechos de un sector o del otro? O queremos una sociedad democrática o no la queremos. Las medias tintas solamente nos invitan a simular y a esconder tras un disfraz discursivo una política intimidatoria y represora.
Mantengamos a nuestros jóvenes alejados del conocimiento para garantizar una sociedad desigual; una sociedad en la que se sigan dando los crímenes sexuales, la violencia intrafamiliar, la pederastia, la homofobia. Ese es el camino por el que nos quieren llevar quienes se niegan tratar los temas, mientras se apapacha a desgraciados como los pederastas y violadores con o sin sotana.
Recordemos a los cristianos del siglo cuarto que destruyeron la biblioteca de Alejandría; las acciones de la Inquisición contra Pico de la Mirandolla; las piras que hiciera Platón con los textos de Demócrito; la salvaje destrucción de todo lo escrito a excepción de la Biblia, realizada por los anabaptistas en Münster (1534); los millones de ejemplares destruidos a partir de 1933 por los nazis, mero preludio al genocidio posterior o el más de un millón de libros desparecidos, rotos y quemados de las bibliotecas iraquís, primero por obra y gracia del ejército libertador de los pueblos oprimidos (in God we trust) y luego por centenares de personas que impunemente comenzaron la destrucción de la memoria en toda esa región, hoy santificadamente continuada por los fundamentalistas islámicos.
La historia no se repite, la estupidez humana y la intolerancia parecen ser constantes. Mientras, léase el libro de Fernando Báez: Historia universal de la destrucción de libros. Está publicado en Barcelona por Ediciones Destino en 2004.
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