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La clase media

Los términos para calificar el lugar que cada individuo tiene en la sociedad, cambian de tiempo en tiempo. Con mucha facilidad pretendemos aplicar conceptos modernos a tiempos antiguos. Creemos que una democracia como la nuestra señoreaba en la Grecia clásica; sin embargo, de acuerdo a las estimaciones sobre la población de Atenas, el 33% era el conjunto de ciudadanos; solamente los varones de dicho grupo tenían derecho a votar en la Asamblea, es decir, quedaban fuera no solo las mujeres sino también los esclavos y los extranjeros.

Nos damos cuenta que había dos grupos bien diferenciados: ciudadanos y no ciudadanos, éstos últimos integrados por, como ya mencioné, mujeres, extranjeros y esclavos. No quiere decir esto que todas las mujeres vivieran igual, había quienes llevaban una mejor vida y quienes, no, tal como los extranjeros, cosa que no podemos decir de los esclavos.

De acuerdo a diversas investigaciones podemos clasificar a los romanos en hombres libres y esclavos. Entre los primeros figuraban los patricios, los plebeyos y los soldados. La comparación nos permite ver una gran semejanza entre ambos pueblos.

Por otra parte, la Edad Media se caracterizó por una sociedad de difícil movilidad. A la cabeza se encontraba al Rey seguido de su corte, la alta nobleza; más abajo estaban los caballeros y el bajo clero; por último, encontramos a los soldados, los campesinos y los siervos.

Todo lo anterior viene a cuento sólo para intentar explicar que la dichosa clase media de que tanto se habla en nuestro país, no es más que una idea consolatoria. Hace unos años, tal grupo era el proletariado. Ciertamente, tal término tiene un tremendo peso en el discurso político, pero no es posible asegurar la existencia de esa ‘clases’, primero, porque hay quien asegura que solamente abarca el 7% de los mexicanos, y quien habla del 51%.

La definición para tal grupo, según Roger Bartra, muy simple por cierto, dice así: “la clase media está conformada por aquellos que no son ni ricos ni pobres”. Seguramente muchos de nosotros querremos pertenecer a ella, puesto que eso nos ‘salva’ de ser parte de los pobres. Precisamente el 81% de la gente se considera a sí misma como de clase media. Creemos que tenemos un nivel de vida aceptable, claro, si nos comparamos con los que tienen menos que nosotros. De ahí que se diga que este asunto es un mecanismo ideológico.

Según el Banco Mundial, el límite inferior de la clase media es el de los individuos que ganan ¡dos dólares al día! ¿36 o 40 pesos es suficiente para vivir un día? Contéstese

usted. Esa declaración no concuerda con la dada por el INEGI, que en realidad corresponde a la de una familia obrera.

En fin, no nos metamos en vericuetos y permítanme recomendarles algunas novelas en las que ustedes podrán ver ese amplio grupo que, según nuestra civilizada vida, conforma la clase media.

Para empezar, sería conveniente leer La Tribuna, de Emilia Pardo Bazán. Una novela en la que se cuenta la historia de Amparo, trabajadora de una fábrica de cigarros. Aquí tienen un fragmento del capítulo VI.

Hizo Borrén, la recomendación a su prima, que se la hizo al contador, que se la hizo al jefe, y Amparo fue admitida en la Fábrica de cigarros. El día en que recogió el nombramiento hubo en casa del barquillero la fiesta acostumbrada en casos semejantes, fiesta no inferior a la que celebrarían si se casase la muchacha. Hizo la madre decir una misa a Nuestra Señora del Amparo, patrona de las cigarreras; y por la tarde fueron convidados a un asiático festín el barbero de enfrente, Carmela, su tía, y la señora Porreta la comadrona: hubo empanada de sardina, bacalao, vino de Castilla, anís y caña a discreción, rosoli, y una enorme fuente de papas de arroz con leche.

Y sin ir muy lejos, una novela mexicana que retrata el siglo XIX, Los bandidos de Río Frío, de Manuel Payno, puede ayudarnos a entender la situación de un sinnúmero de personajes dentro de una estructura social.

Don Espiridión, quizá por el estado de prosperidad y de orden que guardaba su rancho, se consideraba en la comarca como uno de los agricultores más inteligentes y adelantados. Y en efecto, ¿para qué necesitaba devanarse los sesos ni hacer más? Dos tablas de mulos magueyes, como la mayor parte de los del valle, le producían una carga diaria de tlachique, que vendía a un contratista por dos o tres pesos. Otras dos o tres tablas de tierras deslavadas en el declive del cerro, le producían doscientas o trescientas cargas anuales de cebada, que vendía a tres pesos; y luego el frijol, la semilla de nabo, el triguillo temporal, una entrega de leche y el horno de ladrillo, le formaban una renta.

Catalogar a los integrantes de la clase media como aquellas personas que consumen, convierte al concepto en un absurdo. La exorbitante cantidad de tarjetas de crédito otorgadas, casi sin ton ni son, tampoco conlleva el ascenso social. Además, en el país inventor de la tan traída y llevada clase media, los Estados Unidos, alrededor de 5 millones de personas perdieron sus casas en los últimos años. ¿Eso significa no ser pobre? Seguramente somos clase media por el simple hecho de tener un empleo, pero ¿eso es suficiente para la dignidad del ser humano?

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